La acusacion contra un expadre asombra a santo domingo
Extradición. El padre Jorgito, como le conocían en Santo Domingo, huyó de Barcelona en 1988 con una petición de cárcel de 5 años. Fue detenido en Uruguay en 1994, pero no extraditado.
La noche del 13 de febrero de 2003, María Alexandra Marín se vistió de novia y caminó 100 metros hacia la iglesia San Nicolás de Myra, en Santo Domingo de los Tsáchilas. El templo estaba adornado con flores blancas, muchas flores blancas. En el altar, la esperaba su futuro esposo, Antonio Zambrano, y el sacerdote Jorge Senabre. Entonces, la novia no sabía que aquel párroco –bajito y de cabello rizado– había sido acusado de abusar de un niño, de 13 años, en España.
-“Él nos casó... Sí, él mismo, el padre Jorgito”, dice la mujer que 15 años después sigue viviendo frente a la misma iglesia.
En el patio de su casa, en un improvisado banco de madera plagado de hormigas, María Alexandra se acomoda para contarnos que a los 14 años, y con la ayuda de Senabre, se convirtió en la primera mujer monaguilla de San Nicolás. Un templo –de tres arcos y un solo campanario– situado en la cooperativa Santa Martha 6.
Afuera, en la avenida Jacinto Cortés, pasa una motocicleta cada dos minutos. Suenan los tubos de escape. Las bocinas de los triciclos interrumpen la conversación. Aun así, María, quien el próximo enero cumplirá 35 años, continúa. “El padre comenzó a incentivar a las mujeres. Antes solo había (monaguillos) varones”. Asegura que él fue su “guía espiritual”, con quien se confesaba y al que acompañaba cada domingo en las ceremonias religiosas.
-“Para mí fue lo más bonito que él nos casara”, detalla.
Esta semana supo por la prensa que el padrecito, ese que fue parte de la parroquia de San Nicolás durante al menos diez años, desapareció de Barcelona (España) en 1988 con una petición fiscal de cinco años de cárcel porque habría abusado sexualmente de Pío, el niño que fue su monaguillo en Polinyá.
En octubre de 1991 fue llamado a declarar en su país pero no se presentó. No hubo más noticias de su paradero hasta que fue arrestado en enero de 1994 en Uruguay, donde había entrado con un visado turístico. España pidió su extradición, pero le fue negada.
El pasado 9 de diciembre, Senabre fue localizado por un equipo periodístico de El País en tierra colorada. En la Diócesis de Santo Domingo. El medio español reveló que “el arzobispado de Barcelona ayudó a huir al cura pederasta en 1990”.
Eso sí, llegó a Ecuador como misionero. Y se refugió en una comunidad con niños y mujeres. En un paisaje húmedo y lleno de arbustos. Allí nadie sabía –o al menos eso dicen– que unos años atrás, en 1987, supuestamente había abusado de Pío los sábados por la mañana, o los domingos antes de la misa, según detalla Pepe Rodríguez en su libro ‘La vida Sexual del Clero’.
“Yo no creo... No creo porque él nos hacía ver la vida de otra manera, él nos decía que nuestro cuerpo nadie puede tocarlo”, dice María Alexandra, mientras las hormigas, cientos de hormigas, corren alrededor de sus piernas. (La miro extrañado) “No pican, son de dulce”, dice con una sonrisa.
En Santa Martha nadie niega que haya hecho obras. Plantó la semilla de la religión por aquí y por allá. Ayudó, junto a Ángel Amboya, a construir la iglesia de Cristo Peregrino –a solo unas calles de San Nicolás–. Se ganó el respeto de los fieles. Fue incluso como un padre para Blanca Astudillo.
La mujer, de 63 años, aparece por una puerta de madera vieja. “Sí, le conozco al padre Jorge. Y desde hace 20 años. Con mi esposo (Amboya) levantaron un templo”, responde cuando le preguntamos sobre su cercanía con Senabre.
-“Era correcto, hasta cuando hemos tratado con él”, afirma Blanca, cabello gris y estatura baja. Dice, quien fue ministra de la eucaristía durante las ceremonias del cura, que Senabre se fue de la parroquia hace unos ocho años. Se jubiló hace cinco. Pero de vez en cuando vuelve. Como hace doce meses cuando lo llevaron a San Nicolás para que oficiara una misa. Lo recuerda claramente.
María Alexandra y Blanca concuerdan en que nunca vieron “nada extraño” en la forma de actuar del padre. No todos piensan lo mismo.
-“Yo le digo toda la verdad, pero no quiero que salga mi nombre”, espeta una señora de unos 50 años a la que encontramos cerca de la iglesia.
“A los niños mandaba a comprar cigarrillos. Con los varones era muy pegado. Era medio raro”, dice en voz baja, como si alguien del sector pudiera escucharla.
- ¿Por qué dice que el padre era raro?, le preguntamos.
- “Porque le gustaban los varones”, responde. Y hace un gesto con su mano: inclina la muñeca hacia abajo.
Cuenta que el padre le decía que nunca quería volver a su tierra. Que era de Puerto Rico. Que hace algún tiempo lo vieron en Pedernales, una playa de Manabí. Y se calla.
En Santa Martha, el sol del mediodía ha secado los charcos de agua en las calles de lodo. En una esquina, bajo la sombra, está Kevin Andrés Fuentes. Estudiante y exmonaguillo del padre Senabre. “Él me crio a mí... Nunca noté nada, nunca vi esa actitud rara. Y si fuera cierto, lo hubiese hecho conmigo, porque yo fui el más cercano a él”, manifiesta.
Con 18 años, el muchacho nos cuenta que monseñor Emilio Stehle –ya fallecido– era el obispo en Santo Domingo de los Tsáchilas cuando llegó Senabre. ¿Él lo sabía?, ¿sabía que el padre estaba acusado de pederastia? El País detalla que el vicario general, Galo Robalino, mostró su consternación al enterarse de y respondió: “No creo que el obispo de ese entonces, Stehle, lo hubiera permitido, pero vamos a mirar la carpeta de este sacerdote a ver qué hay”.
Según un comunicado de la Diócesis, en la carpeta particular de Senabre “no consta ninguna información sobre el asunto en mención”. Subraya que por ahora no realiza ningún tipo de trabajo pastoral, ni tiene contacto con una comunidad de fieles; que durante sus años de servicio hasta su jubilación no han sabido de ninguna conducta irregular que “desdiga” de un correcto comportamiento moral del sacerdote.
Sí confirman que el padre tiene un proceso en curso en Roma (Italia), reabierto en junio de 2016, en la línea de Tolerancia Cero, manifestada por la Santa Sede.
EXPRESO golpeó una, dos, tres... veces la puerta de la Diócesis. Al comienzo dijeron que solo emitirían un boletín. Pero finalmente monseñor Bertram Viktor Wick Enzler, obispo de la Diócesis de Santo Domingo, atendió al Diario. “Nosotros tenemos interés de que la verdad salga a flote... Si aquí viene una denuncia sobre abuso sexual con fundamento, nosotros vamos a investigarlo todo”, comenta monseñor, sentado detrás de un gran escritorio, en una habitación donde cuelga la imagen del obispo fallecido, Stehle.
-¿Cuál es el proceso para que un cura misionero ingrese a Ecuador?
-“Si hay un obispo que carece de sacerdotes, hace una solicitud. Si hay un hermano que quisiera venir de misionero durante cinco años...”, responde el padre, nacido en Suiza, con un español no tan perfecto.
-¿Qué pasó con el padre Senabre, revisaron su archivo?
-“Por supuesto que se tiene que ver el informe. Pero fue 30 años atrás. No estuve cuando él vino”-, contesta.
-¿Cómo se permitió la entrada de un misionero, acusado de abuso sexual, a una comunidad con niños, mujeres...?
-“¿Sabes qué dice el periódico? Nadie sabe”-, espeta.
-¿Hubo un proceso para la entrada del misionero?
-“Generalmente la información sí acompaña al misionero. No sabemos si hubo o no”, dice.
-¿Se omitió información tan importante como esta?
-“No sabemos si fue omitida, porque yo no podría responder”-, finaliza.
Cae la tarde en Santa Martha y llueve. Mientras tanto, en el barrio donde dicen que vive Senabre, un vigilante del Parque de la Juventud cuenta que esta semana no ha salido a caminar. En las mañanas las señoras lo ven y le saludan: “Padrecito”. Tiene la cabeza blanquita. Y logra reconocerlo en la única foto que tenemos de él. Por el momento, no hay más rastro.
El miedo al sida de Pío
Según Pepe Rodríguez, en su libro ‘La Vida Sexual del Clero’, el 6 de junio de 1988, cuando los compañeros de Pío, el monaguillo del padre Senabre, le contaron, entre otras cosas, cómo se transmitía el sida por la vía de las relaciones sexuales anales, “una descarga eléctrica recorrió el espinazo del niño y los sudores fríos le llevaron inmediatamente hasta el lavabo para comprobar el estado de unos granitos que le habían salido en la cara y en la espalda”, dice el texto. Entonces decidió contar la verdad y acudió a su madre: sufrió abusos hasta en 20 ocasiones.