Agnotologia
La palabra agnotología no existe en ningún diccionario aún, pero debiera ocupar un puesto prominente pues trata del estudio de la ignorancia. Es, como tal, lo opuesto de la epistemología que trata del estudio del conocimiento. A la práctica de la ignorancia la denominaremos agnoticismo y a sus practicantes, los agnoticistas.
Los tópicos de la agnotología se los trata en un curso de historia en la Universidad de Stanford, cuyo profesor, Robert Proctor, como estudiante decidió que frente a la apatía de sus profesores respecto de lo que piensa la gente común y corriente, era necesario que alguien estudiase “lo que la gente no sabe, y por qué no lo sabe”. Lo llamativo de su enfoque es la concepción de la ignorancia no como la ausencia del conocimiento (que se cura presentando la información y los hechos pertinentes) sino, como él lo argumenta, como un producto “cultivado y manufacturado” por la cultura, las circunstancias y las costumbres.
La ignorancia se transmite a través del ‘marketing’ y del rumor con una fluidez mucho mayor que la sabiduría. Proctor concluye que hoy vivimos en la Época Dorada de la ignorancia debido a la facilidad e instantaneidad de las comunicaciones, y la ubicuidad de los gestores de la información, quienes tienen la capacidad para “crear” ignorancia y propagar mentiras a través de una inagotable variedad de canales con alta resonancia.
Las noticias falsas que proliferan a través de ‘troles’ debidamente instalados para generar propaganda y que se trasmiten a través de las redes sociales, y el amarillismo que caracteriza a determinados órganos de prensa, especialmente digital, son los nodos modernos de difusión del agnoticismo. Los políticos, que construyen sus propias verdades y las lanzan como promesas en firme o denuestos e infundios a los contrarios son, igualmente, ejemplos claros del ejercicio de agnoticismo. Los agnoticistas, sin embargo, están en todas partes y pueblan las diferentes esferas del quehacer humano. Están en la publicidad insidiosa, en el ‘marketing’ estrafalario, en las empresas y las escuelas, en los púlpitos, en las casas y los hogares, y en los textos y videos, así como en las afirmaciones infundadas respecto del prójimo.
La ignorancia es fácilmente asequible. Para adquirirla se requiere ser pasivo e iluso, y por lo tanto estar listo para oír y creer. Mientras más fantástico y alejado de la realidad es el mensaje, más cala este en la mente desposeída del pensamiento crítico. Las nociones de causalidad son simples y apuntan al mínimo común denominador de los prejuicios. La ignorancia está, además, en plano de conquista, poseída de una fuerza irresistible originada en la pobreza intelectual de los sistemas educativos.
¿Es acaso que el agnoticismo es parte integral de la condición humana? La respuesta lamentablemente es afirmativa, y ayuda a explicar, en buena medida, la desigualdad, la pobreza y la prosperidad, pero también la luz del conocimiento y la práctica de la sabiduría como los principales antídotos contra la ignorancia.