Aliados de sus sepultureros

Esta semana el país asistió a una tentativa de golpe de Estado en toda regla. La identidad de sus gestores no es un secreto para nadie: como los elefantes cuando husmean en la refrigeradora, estos dejaron sus huellas en la mantequilla. El asalto nocturno a la sede de la Contraloría, la detención del asambleísta Yofre Poma cuando intentaba boicotear infraestructura petrolera con una turba de violentos, las graciosas evoluciones de Gabriela Rivadeneira capturadas en video y las propias declaraciones de Rafael Correa, apostando por la “conmoción interna” para convocar elecciones anticipadas (y hasta se ofrece como candidato “si es necesario”, el angelito), son hechos que hablan por sí solos. La conmoción interna tiene nombre y apellido. La cobardía y la falta de escrúpulos son, como el 30-S, marcas registradas de esta banda de canallas.

En esta coyuntura, la izquierda ecuatoriana demostró, otra vez y como siempre, una ceguera política para llorar a gritos. Movimientos sociales, sindicatos, organizaciones indígenas... Todos tienen sus legítimas razones para protestar. Más aún: las medidas económicas eran una oportunidad invalorable para forzar una discusión sobre algunos de los temas fundamentales de su agenda: la irresponsable pretensión del gobierno de continuar con la explotación minera en zonas de recarga hídrica; la ausencia de políticas sociales en el sector rural... La izquierda no solo desaprovechó esa oportunidad para avanzar su agenda sino que la desacreditó, entregando en bandeja todo su esfuerzo movilizador a los correístas que esperaban al acecho.

¿En serio la Conaie creyó que bastaba con una declaración en la que se deslindaba de las pretensiones golpistas del correísmo y un tuit en el que calificaba de oportunistas a sus dirigentes? ¿Creyó que bastaba con haber echado a palos de su manifestación a Carlos Tuárez? Si la Conaie era consciente de que el correísmo aprovechó su movilización y su descontento para intentar un golpe y si, como dijeron sus dirigentes, ellos no tenían nada que ver en el asunto, entonces era necesario un verdadero golpe de timón en su estrategia. Pero no.

De un lado rechazaban el golpismo y, de otro, admitían que sus organizaciones filiales (por ejemplo Jatarishun, de la provincia de Cotopaxi) publicaran un pliego de peticiones cuyo primer punto decía: “Exigimos la renuncia inmediata del presidente de la República por su incapacidad para gobernar”. Eso como requisito básico para sentarse a conversar (a conversar con quién cabe preguntarse). Y mientras se decían desmarcarse del correísmo, reproducían el discurso correísta hasta el mínimo detalle: desde la intransigencia para negociar salidas y buscar consensos hasta la guerra abierta contra los medios de comunicación, que se expresó en escenas de violencia contra reporteros y en la amenaza explícita lanzada ayer por el presidente de la Conaie, Jaime Vargas: “A los medios que han atropellado los derechos vamos a aplicar la justicia indígena, es constitucional”.

Esta semana los correístas intentaron un golpe de Estado y contaron con una ayuda inestimable: la ceguera política de los grupos que, cuando fueron gobierno, hicieron lo posible por exterminar.

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