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Encuestas. Hay tanta diferencia entre un sondeo y otro que es imposible tomarse en serio a ninguno.Miguel Canales

Más amañado que la madre del borrego

Arrancó el simulacro de las encuestas. Las hay para todos los gustos. Todas centradas en el segundo lugar de la primera vuelta.

El segundo lugar de la primera vuelta es la madre del cordero (nunca mejor dicho, tratándose de una campaña donde los que tienen asegurado el primer puesto se autoidentifican como un rebaño). ‘La madre del cordero’ es una locución sustantiva que significa ‘el meollo de la cuestión’. En este caso, el meollo de la elección. Desde las presidenciales anteriores ha quedado establecido el nada peregrino principio demográfico según el cual los borregos en este país son lo bastante numerosos para clasificar siempre primeros al balotaje, pero no los suficientes como para ganar las elecciones. Si Guillermo Lasso, por ejemplo (un banquero con el carisma de una berenjena), ganó la segunda vuelta, una berenjena de verdad también podría. Así que el tropel de candidatos que se apuntan a la contienda (entre berenjenas, zanahorias, zapotes y callampas venenosas) le apuestan necesariamente al segundo lugar, el meollo de la cuestión, el trampolín infalible hacia Carondelet. Todo consiste en saber quién llegará. Aquí entran en juego las encuestadoras.

En países con un nivel elemental de certidumbres, las encuestas políticas son, ante todo, eso: encuestas. Incluso más fáciles de hacer que otras: basta con disponer de una buena muestra, cumplir ciertos protocolos de trabajo de campo, aplicar una serie de medidas de control de calidad… En fin, no hay misterio. Los resultados se mueven entre ciertos rangos de error y de acierto por fuera de los cuales una encuesta es considerada un fiasco o una estafa, es decir que la empresa que la perpetró cae en desgracia y probablemente desaparezca del mercado. En Ecuador sólo funcionan de esta forma las encuestas comerciales: un fabricante de bebidas carbonatadas que contrata una encuesta para saber cómo orientar su campaña de publicidad sabe que puede fiarse de los resultados, básicamente porque la encuestadora se juega en ello su prestigio y su futuro profesional. En las encuestas políticas, en cambio, el futuro profesional del encuestólogo ecuatoriano puede depender precisamente de su desprestigio. Hay partidos políticos que, año tras año, contratan a un mismo encuestador para que publique resultados manipulados de los que espera obtener réditos políticos. Y año tras año los ecuatorianos ilusos nos preguntamos cómo diantres pueden seguir contratando a ese tipo que no acierta nunca. Pues por eso mismo.

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Nadie lo ha explicado con más gracia y más acierto que el consultor político Alejandro Zavala: “Las encuestas”, dice él, “nunca se equivocan: son truchas, son interesadas, son compradas, son manipuladas, son arregladas…”, pero “¡NUNCA se equivocan! ¿Capisci?”. El secreto consiste en remitir los resultados honestos al candidato contratante, sólo para sus ojos y los de su personal inmediato, y los otros a los medios de comunicación para su difusión pública. Seguramente no todas las encuestadoras operan así, pero basta con que lo haga un puñado de ellas para que los sondeos electorales caigan en zona de sospecha: no es normal que haya diferencias tan grandes entre unos y otros. Es eso o es que son incompetentes.

Hay analistas que se ríen de estas manipulaciones porque dicen que las encuestas no influyen en la decisión del voto. Se equivocan. Mientras el borreguismo continúe siendo un tema clave de las elecciones y el segundo lugar de la primera vuelta sea la madre del cordero, miles de ciudadanos dispuestos a elegir un burro antes que un borrego esperarán el resultado de las encuestas para decidir su voto en función de ellas. Eso explica el simulacro que las encuestadoras han empezado a desplegar en estos días ante la incredulidad (y la hilaridad) de los ecuatorianos con dos dedos de frente (que no son siempre los que uno cree).

Precisamente la cuestión de ‘¿Cuál es el mejor candidato para enfrentarse al correísmo en las próximas elecciones?’, que remite directamente al horizonte de la segunda vuelta, así o con palabras parecidas se ha convertido en una pregunta de cajón. ¿En todas las encuestas? No, nomás en las que conceden a Otto Sonnenholzner el segundo lugar en la primera vuelta: Tracking, que le adjudica 17,9 por ciento frente a 23,6 por ciento de Luisa González (con un lejano tercer puesto para Yaku Pérez, al filo de los 10 puntos), y Numma, más conservadora, que le concede 17,5 por ciento frente al 33,7 de González, con Yaku Pérez pisándole los talones con un 15 por ciento. ¿Numma? ¿Eso existe todavía? Una búsqueda en Google nos remite al 2017 si exceptuamos las notas de La Posta, que fue precisamente la empresa de producción de contenidos digitales que publicó el jueves pasado esta última encuesta de forma... ¿autorizada? No… Sí… No autorizada pero ya qué importa… Jajajá, jejejé… (En fin: La Posta). Y en eso estaban los presentadores, en media lectura de los datos (jajajá, jejejé), cuando descubrieron o dijeron descubrir en ese instante que la copia que tenían llevaba una marca de agua donde se leía “Versión para Otto” (juas juas juas). “Versión”, ni siquiera copia, como para dar a entender que estos sí son los datos propios, no los otros. Aunque podría ser exactamente lo contrario: que le pusieron esa marca de agua como engañabobos. En el nivel de cinismo al que se ha llegado con esto de las encuestas, ya cualquier cosa es verosímil.

Y cuando aún no salíamos de nuestro asombro, ese mismo jueves apareció la encuesta de Cedatos. Se presentó Polibio Córdova, el hombre que predijo el triunfo de Guillermo Lasso en todas las preguntas de la consulta popular de febrero pasado (ahora sí: juas juas juas), quien dijo que el segundo puesto era para Fernando Villavicencio: 13,2 por ciento frente a 26,6 de Luisa González, con Otto Sonnenholzner en el fondo del mar, perdido en el pelotón del 7 por ciento. La conclusión más sensata sería que no se puede confiar en las encuestas. Sin embargo, de inmediato aparecieron los partidarios de Villavicencio (periodistas, influencers, políticos nada tontos, en fin, gente de no creer) y dijeron (textual): “Por fin una encuesta confiable”. Quizás es el mejor chiste en lo que va de la campaña, lástima que sea involuntario.

El cuadro lo completa Santiago Pérez. En las presidenciales anteriores, él proveyó el exit poll para que el correísmo montara una celebración de la victoria a las cinco de la tarde, ni bien cerradas las urnas (cosa que no se hace nunca), con la esperanza de especular con el fraude electoral cuando se dieran a conocer los resultados oficiales. Que había un “empate técnico”, dijo. Con una “ligera ventaja” para Andrés Arauz, especificó. Ligera pero “muy consistente”, matizó. Cualquier cosa. Ganó Lasso con 5 puntos de diferencia: llegaban a ser menos y el correísmo incendiaba el país con la encuesta de Santiago Pérez en la mano. Pues bien: ahora deja caer inadvertidamente la posibilidad de que Luisa González gane la presidencia en la primera vuelta. Con lo cual todos los que aspiran al segundo puesto se quedarían chupando un palo.

Siempre existe la posibilidad de que alguna de estas encuestas pegue centro. Entonces, el encuestólogo correspondiente aparecerá en la televisión para declarar: se los dije. ¿A quién podrá importarle? Será tarde, para variar.

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