tallado
De los 45 años que tiene Fernando Ávila, 34 los ha dedicado a este oficio de pulir la madera. Jaime Marín.Jaime Marín

El arte del tallado, una herencia ancestral

El artesano Fernando Ávila pule sus figuras con creatividad. Sus obras han recorrido el mundo

Su experticia: delinear y pulir figuras andinas escondidas en las viejas y ancestrales maderas de nogal. Es arte del tallado con sentimiento propio e identidad, nacida de la imaginación, inspiración y habilidad del maestro Fernando Ávila. Es un cuencano de 45 años , 34 de los cuales mantiene el oficio heredado de sus ancestros.

Las primeras esculturas las delineó a sus 11 años; cinco años después, se independizó abriendo un taller propio en el mítico barrio de Las Herrerías, espacio de fraguadores del hierro, lo que le convirtió en el único tallador de madera entre herreros.

Que él no es un típico artesano, dice Ávila, calificando de ‘rito’ al proceso de elaboración de sus obras. Es la paz, tranquilidad, armonía con la Pachamama, estado de ánimo y una pizca de música, que se suman a las herramientas manuales para delinear cada uno de los trazos para así formar figuras. Algunas veces surgen imágenes elementales, con ligeros cambios propios del arte moderno, pero son el sentimiento profundo de lo que representa la interculturalidad, anota.

Son caretas, máscaras, figuras de los dioses antiguos, de esos que en el incario fue parte elemental de la vida de ese grupo humano. También entre las figuras que hace Ávila, están rostros de personajes míticos de la antigüedad. Están las máscaras del diablo Huagra Huma, Terracota, payasos y oros que fueron parte de los ceremoniales incas. Hechos, dice, al son del baile del alma y corazón con los sones de la música del grupo Viento de los Andes, como su inspiración. Son parte de los trabajos artísticos y coloridos que han recorrido países como: España, Estados Unidos, Francia, Catar, Chile, Bolivia y algunos otros, en su intención por promocionar y fomentar la interculturalidad andina a través de figuras, danzantes y máscaras.

Ese logro comenzó en el año 2001, con una escultura de 2 metros, de una mujer indígena levantando en sus brazos a un niño, junto a otros trabajos que los presentó en un programa de televisión en Estados Unidos.

Esa puerta abierta, “no la he desaprovechado, esto no ocurre con muchos otros artesanos, que debido a la falta de espacios para promocionar sus obras han debido abandonar la actividad”, sostiene Fernando.

Todo es a mano: un lápiz, formones, gurbias manejados con el alma y corazón, lo que le ha llevado a Ávila a convertirse en un artista reconocido internacionalmente.