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Asambleístas para ir a la campaña electoral
Votaciones. Este 9 de febrero se eligen 151 asambleístas, 14 más que en el periodo anterior.
Asamblea Nacional

Asamblea: mientras más lumpen, más grande

Análisis| 14 asambleístas más elegirá el país. Cada uno de ellos contratará cuatro subalternos. Los pipones sumarán 604

Como si 137 asambleístas no fueran ya difíciles de sobrellevar, el Ecuador se dispone a elegir el día de hoy 14 más: 151 conformarán la nueva Asamblea que se posesionará en mayo próximo. ¿Existe una remota posibilidad de que, por el hecho de ser más, nos representen mejor? Considerando las firmas, ninguna en absoluto. Sin embargo, es precisamente para representarnos mejor, se supone, que ha subido su número, porque la población del Ecuador creció y la conformación actual del Pleno ya no es proporcional con respecto a la demografía del país. Tomando en cuenta la pésima calidad de nuestros políticos y la dificultad de encontrar dos o tres medianamente decentes (las excepciones de siempre) en un grupo de 137, el hecho de que a nadie se le haya ocurrido afinar el problema de la proporcionalidad mediante el procedimiento de bajar el número de asambleístas en lugar de incrementarlo (lo cual es otra posibilidad matemática completamente legítima) es una muestra de la inercia con la que se manejan esas cosas. Y de las retorcidas ambiciones de quienes las manejan.

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Desde Fernando Cordero, en 2012, cuando el Pleno estaba integrado por 124 asambleístas, hasta Viviana Veloz, en la actualidad, la decadencia del poder Legislativo (y de los cuadros del correísmo, que en todo este tiempo mantuvo ahí su mayoría) ha sido vertiginosa, indetenible e irreversible. Caída libre hasta situar el debate político en el nivel que hoy ocupa: bajo rasante; más que bajo, reptante. Hay quien ha pasado directamente de la administración de moteles de carretera a la redacción de leyes orgánicas; o de mostrar el trasero en videos sexuales a plantear el juicio político del presidente de la República. Literalmente. Todo lo cual sería tolerable si dominaran al menos un idioma. Pero no: estos analfabetos funcionales son incapaces de comprender incluso los discursos que les escriben sus asesores y que ellos leen atropelladamente, sin reparar en signos de puntuación, cambiando el sentido de las frases, pronunciando incorrectamente las palabras que no conocen, que son miles, y pulverizando cualquier significado. Si los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo, como decía Wittgenstein, el mundo del asambleísta promedio ecuatoriano cabe en un bolsillo: el de aquél que lo compra. Porque esa es otra: lo que les falta en gramática les sobra en angurria. Así tenemos bancadas, como la oficialista en esta legislatura, que arrancan el período con 16 integrantes y un año después, sin mediar explicación alguna, llegan a manejar cuarenta. Por la jeta.

Pusilánimes, corruptos, analfabetos... Lo de la Asamblea es un proceso de lumpenización sin precedentes que está en el corazón de lo que podríamos llamar “los males de la patria”. Que entre sus miembros haya operadores políticos del narcotráfico es apenas natural. Ahora podemos, gracias a la investigación de una alianza periodística coordinada por Fundamedios, ponerle números a esta decadencia: de los 2.089 candidatos que persiguen un escaño parlamentario en la elección de hoy, 236 (el 11 por ciento) han sido procesados por delitos penales en los últimos diez años: estafa, concusión, venta de cargos públicos, usurpación de funciones, abuso de confianza, calumnia, paralización de servicios públicos, violencia intrafamiliar, robo de combustibles, delincuencia organizada, ¡asesinato! Algunos, incluido el imputado por asesinato, se metieron a participar en las elecciones precisamente para paralizar el proceso penal correspondiente, aprovechando el fuero que les confiere la condición de candidatos. Una belleza: en lugar de darse a la fuga van a la Asamblea, refugio de canallas. Luego están los 733 (el 35 por ciento) que no han presentado declaración de impuesto a la renta desde 2017, con la señora madre del señor presidente a la cabeza.

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151 de estas pintas serán investidas como asambleístas el próximo mes de mayo y su primera acción, la primerísima, será montar oficina. Porque la Asamblea es una agencia de empleos. Cada asambleísta tiene derecho a contratar cuatro personas, dos asesores y dos asistentes, pagados con plata pública. Los asesores podrían ser uno jurídico y otro político. O uno de imagen, que le escoja el modelo de las gafas y la marca del pañuelo, y otro de vida social, que le haga las reservaciones en los restaurantes. Uno de los asistentes podría cumplir la tarea de secretario. Otro podría ser mensajero. O relacionador público. O inspector de ondas. O la niñera del guagua, o la empleada doméstica que se quedó en Ambato. La mitad o más de los sueldos de estos empleados pasan directamente a la cuenta del asambleísta, porque tampoco hay que pagarle tanto a la niñera o la empleada doméstica. O simplemente esos asesores y asistentes podrían ser cualquiera, algún pana dispuesto a embolsarse 500 dólares mensuales sin hacer nada (el resto del salario sería para el asambleísta), a cambio de poner el nombre y firmar lo que haya que firmar. Se han visto casos. Y la mayoría ni se han visto.

Cuatro empleados por 151 asambleístas suman 604 personas pagadas con plata pública. Entre ellos hay (las excepciones de siempre) gente de primera: estudiantes de derecho o de comunicación con auténtico interés por la cosa pública para quienes este trabajo en la Asamblea es el primer escalón de su carrera política; jóvenes brillantes que aprovechan esta oportunidad para crecer. ¿Cuántos de ellos? Exagerando, pero exagerando mucho, el 10 por ciento. O sea 60. ¿Y los 544 restantes? Pipones. Sin embargo de lo cual, ante el primer desajuste demográfico, lo primero que se les ocurre a nuestros próceres es incrementar el número de asambleístas para multiplicar exponencialmente el número de pipones. Y en eso estamos.

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Una reforma legislativa de verdad debería empezar por plantear un nuevo esquema de organización administrativa para la Asamblea. En lugar de que los asambleístas (esa masa indiferenciada de analfabetos funcionales) tengan el derecho de contratar cada uno un asesor jurídico, un asesor político, un comunicador y un secretario que por regla general serán peores que ellos, lo cual ya es decir mucho, debería conformarse un departamento de asesoría jurídica con una veintena de abogados al servicio de todos los asambleístas; una secretaría general con otro tanto de asistentes administrativos; una planta de mensajeros para uso de todo el mundo… Las contrataciones se reducirían a la décima parte y la eficiencia se multiplicaría por diez. Se acabaría con el piponazgo, con la práctica del diezmo, con la corrupción institucionalizada. Pero claro, quienes debieran tomar esa decisión son los propios asambleístas, Y semejante reforma, para esta lumpencracia impresentable, es simplemente inconcebible. ¿Para que llega a ser asambleísta uno si no es para tener una corte de por lo menos cuatro esclavos que lo complazcan en todo, les lleven el portafolio y hasta le reporten ingresos económicos?

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Ya los veremos este 14 de mayo tomar posesión de sus espectaculares curules, instalarse en sus grandiosos sillones reclinables donde dormirán la mona la mitad del tiempo, ante la magnífica computadora donde se la pasarán haciendo compras en Temu durante la otra mitad, estirando los pies sobre los amplios escritorios provistos de archivadores donde guardarán sus hornados y fritadas. Y pensando: ya llegué. Si alguien les dijera (porque por supuesto ellos no lo saben, ellos lo ignoran todo) que en el parlamento británico, uno de los más antiguos del mundo, los representantes del pueblo, los comunes, ni siquiera tienen un silla para cada uno sino que se hacinan codo con codo en estrechas y largas bancas donde ni siquiera caben todos, porque la tradición manda que haya menos puestos que diputados (al día de hoy son 427 espacios para 650 representantes), de suerte que siempre hay algunos (los que llegan tarde) que se quedan parados en esa suerte de gallinero forrado de verde, sin escritorios, sin computadoras, sin archivadores, sin lugar para guardar el hornado para más tarde, horror, sin dónde pegarse una cejita. Les parecería inconcebible. Porque para esta fauna de analfabetos arribistas ser asambleísta significa tener un gran sillón reclinable, una computadora de última generación, un escritorio donde estirar las patas, cuatro esclavos. Y de esa calaña de gente, dizque para que nos represente mejor, vamos a elegir 14 más este domingo.

  • Piponazgo. Lo primero que harán los integrantes de la Asamblea será montar oficina: para ello podrán contratar cuatro subalternos, dos asistentes y dos asesores pagados con plata pública.

  • Decadencia. Pusilánimes, corruptos, analfabetos... Lo de la Asamblea Nacional es un proceso de lumpenización sin precedentes que se encuentra en el corazón de nuestra tragedia.

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