Los bancos de Europa y la UE
La sanción multimillonaria en dólares impuesta recientemente por el Gobierno estadounidense al Deutsche Bank de Alemania por vender de manera abusiva títulos hipotecarios en Estados Unidos hizo poco para mejorar la confianza en la Unión Europea, que sigue acosada por un crecimiento económico lento, desempleo elevado, desafíos en materia de inmigración y una creciente incertidumbre. Lo que el escándalo del Deutsche Bank sí hizo fue echar luz sobre una opción de último recurso que, potencialmente, podría salvar al proyecto europeo. A pesar de representar alrededor del 20 % del PIB mundial, la eurozona no tiene un banco o una institución de servicios financieros en los diez primeros puestos del ranking global FT 500. Los efectos colaterales de un sistema bancario tan fragmentado y vulnerable son evidentes en la calificación relativamente pobre de Europa en otros sectores, como tecnología y energía, que son vitales para el futuro económico de los miembros de la UE. Europa no tiene escasez de bancos: Alemania tiene más de 1.500 e Italia, más de 600. Pero muchos de estos son los llamados “bancos zombies”, con demasiadas sucursales, escasos depósitos y costos de financiación que superan en exceso los de sus pares más exitosos. Si una fusión va a ser el primer paso hacia la consolidación del sector bancario europeo y un fortalecimiento de la UE, debería ser un asunto transfronterizo, que junte al Deutsche Bank con una institución financiera francesa y/o italiana de relevancia. Una estrategia de esta naturaleza podría ser un punto de inflexión en términos de la credibilidad política de la UE, tal vez lo más crucial para mantener vivo el sueño de la UE. Una fusión bancaria transfronteriza en Europa tendría varios beneficios: consolidar bancos débiles y de bajo rendimiento les permitiría fortalecer sus balances y reestructurar préstamos con saldo en mora. Una fusión transfronteriza que cree una suerte de superbanco europeo sería aún más efectiva para enfrentar desafíos operativos perennes (en particular, liquidez y capital). Más importante, este tipo de reestructuración financiera abriría canales de crédito que son vitales para financiar la inversión e impulsar el crecimiento económico y les indicarían a los participantes del mercado y a los ciudadanos europeos por igual, que los líderes políticos están comprometidos con la integración europea. Esto sería visto con optimismo e impulsaría la confianza. Hasta para los ciudadanos comunes, cualquier indicio de que la UE no va a desmoronarse conllevaría beneficios importantes y ofrecería cierta apariencia de seguridad en un entorno sumamente incierto. La cuota de voluntad política que requeriría no será fácil de conseguir. Pero sin una evidencia creíble y transparente de lazos más profundos -no solo en cuestiones fiscales, sino también en los negocios y las finanzas-, la UE seguirá siendo una colección de países conectados sin firmeza. Ahora no es el momento de presionar por una mayor integración. La situación es demasiado frágil y la oposición popular, demasiado fuerte. Pero si no se toman medidas sólidas pronto, las grietas no harán más que agrandarse, generando una discordancia política cada vez más poderosa y condenando todo el proyecto europeo al fracaso.
Project Syndicate