Inhóspito. El campamento de Béjar se encontraba en una zona alejada de la amazonía peruana.

Bejar: el llamado de la vocacion y la aventura

Cuando el joven guayaquileño Gustavo Béjar se recibió como bachiller en el colegio Cristóbal Colón, su plan de vida se proyectaba sobre un sendero binario, desde una oficina, como ingeniero en Sistemas. Nunca, ni en sus sueños más disparatados, habría

Cuando el joven guayaquileño Gustavo Béjar se recibió como bachiller en el colegio Cristóbal Colón, su plan de vida se proyectaba sobre un sendero binario, desde una oficina, como ingeniero en Sistemas. Nunca, ni en sus sueños más disparatados, habría logrado imaginar que tan solo un par de años después se encontraría en un campamento en la Amazonía peruana, recolectando muelas de roedores prehistóricos entre los sedimentos.

Hoy, como un estudiante de pregrado de Yachay, revela que la Geología, lejos de ser un amor a primera vista, es una carrera que lo fue conquistando de a poco. “Lo que yo conocía de la Geología estaba completamente orientado a minas y petróleo, me parecía muy repetitivo y a mí lo que me gustaba era la investigación”.

Pero una extensa búsqueda en Internet lo llevó hasta la página de la ‘Ciudad del Conocimiento’ y a cambiar radicalmente de opinión.

Varios meses de estudio teórico alimentaron su interés por esta profesión, al punto de que tan pronto se le presentó la oportunidad abandonó los laboratorios para lanzarse por su primera aventura de campo, en esta ocasión, de la mano de el Ph.D Paul Baker, decano de la Escuela de Ciencias Geológicas e Ingeniería de Yachay.

El objetivo: conocer de qué forma el levantamiento de los Andes determinó la biodiversidad y el clima de la zona Andino-amazónica.

Por más de una semana, Béjar, en compañía de otros estudiantes y profesionales de las universidades de Duke, Stony Brooke y Piura, recolectaron restos fósiles de roedores, orden de mamíferos que pobló en gran cantidad aquella zona del departamento peruano de Madre de Dios, a ocho horas al este de Cuzco.

Béjar explica que la base de la expedición se ubicó en el poblado de Atalaya, desde donde debían partir en bote para conducir las excavaciones y tomas de muestras que no podían sacarse del país, por lo que en buena parte fueron reproducidas en moldes para continuar con los análisis localmente.

“Este es solo un capítulo pequeño de una gran investigación”, expresó el guayaquileño, que aunque acostumbrado ya al clima frío de Imbabura, dice extrañar sobremanera los encebollados y el arroz con menestra, tradicional de la mesa costeña, además de su deporte favorito, la natación.

Atraído por la vulcanología, no descarta la posibilidad de migrar para especializarse en el exterior, sin embargo, su meta está fija en emplear sus conocimientos en el estudio del volcán Cotopaxi, entre otros de la región y así refinar los sistemas de alerta temprana en caso de erupción.