Bochorno en Cuenca: ¿ya renunció la canciller?
Análisis. Fracaso de la Cumbre Iberoamericana de Ecuador. Ni un solo presidente latinoamericano asistió a la cita.
“No se puede decir que hay ausencia, hay presencia mayoritaria: 19 de 22 países”: las coartadas retóricas que Gabriela Sommerfeld multiplicó en la rueda de prensa de clausura de una Cumbre Iberoamericana que no lo fue ni mucho menos, no le bastaron para disimular el estrepitoso fracaso de su Cancillería: ningún presidente latinoamericano, ni uno solo, asistió al encuentro; aparte del ecuatoriano, solo un jefe de gobierno estuvo presente: el de Andorra; junto a él, otros dos jefes de Estado (el presidente de Portugal y el rey de España) conformaron el plantel de lo que un periodista español de cobertura en Cuenca calificó entre bastidores como “una cumbre más ibérica que iberoamericana”. Claro que eso se pudo compensar con otras representaciones de alto nivel. ¿Vicepresidentes? Uno: el salvadoreño. ¿Cancilleres? Un par: los de Costa Rica y Panamá. ¿Quiénes, entonces, representaban esa “presencia mayoritaria” de 19 países de la que se jactó la canciller? Pues los embajadores y demás jefes de las misiones diplomáticas acreditadas en Quito. En resumen: lo que Gabriela Sommerfeld insiste en llamar una cumbre exitosa fue, en realidad, una reunión del cuerpo diplomático. Cualquier 14 de julio se juntan los mismos en los salones de la embajada de Francia. Y la pasan mejor.
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Leer másAl fiasco de la convocatoria se suma el fracaso del consenso: por primera vez en los 33 años de historia de la Cumbre Iberoamericana, no hubo en esta una declaración política final, la que debió pasar a la historia como “Declaración de Cuenca”. No fue posible por desacuerdos que eran perfectamente predecibles para todo el mundo, menos para la Cancillería ecuatoriana, que debió identificarlos y negociarlos con anticipación. Ocurre que Cuba quiso incluir una condena al embargo estadounidense sobre la isla y Argentina, cuyo presidente acaba de destituir a una canciller precisamente por ese tema, se negó como era de esperarse. Hubo, en la reunión plenaria, un encontronazo dialéctico entre los embajadores de ambos países. Trató de zanjar Daniel Noboa con la pobreza de recursos expresivos que lo caracterizan: “Tienen su derecho a la libertad de expresión y a la libertad de llegar a un consenso”, dijo, lo cual significa exactamente nada. Y ese fue el resultado: ninguno. Y como la declaración política final debe satisfacer a todo el mundo para ser unánimemente firmada, Cuenca se quedó sin la suya. Los que se pusieron de acuerdo firmaron un documento que les quedó muy bonito, pero no será el documento oficial de la Cumbre, que no tiene ninguno.
Nuevamente la pirotecnia retórica de Gabriela Sommerfeld ensayó (con escasa fortuna) un eufemismo para salir del paso: “Hay una declaración en el marco de la Cumbre Iberoamericana -dijo-, no dentro de la cumbre”. ¿En el marco de pero no dentro de? Curiosa distinción entre dos términos equivalentes. Lo que debió decir la canciller es que hay una declaración al margen de la Cumbre. No “en el marco de”: al margen. Pero eso, precisamente, es lo que no admite la canciller: la verdad.
¿Cuáles son las causas de este fracaso bochornoso? En primer lugar están los errores logísticos, que son de bulto, aunque nadie esté hablando de ellos y tienen que ver con las dos condiciones básicas de todo encuentro: el momento y el lugar. Con respecto a este último, la ciudad de Cuenca, se sabe que el presidente Daniel Noboa fue advertido desde el primer momento sobre las dificultades de programar una cumbre de estas características en una ciudad que, más allá de todos sus méritos innegables, carece de un requisito importantísimo y elemental: la infraestructura aeroportuaria para administrar la llegada y salida de 22 aviones presidenciales en el lapso de dos días. El aeropuerto Mariscal Lamar ya resulta insuficiente incluso para el tráfico interno y planteó a los presidentes (con sus apretadísimas agendas) el problema de aumentar en un día su permanencia en el país. En cuanto a los tiempos, es como si la Cancillería de Gabriela Sommerferld se hubiera propuesto programar la Cumbre en la peor fecha posible para garantizar la ausencia de algunos de los presidentes más importantes de la región: la misma semana de la Cumbre Asia Pacífico en Lima, a la que asisten desde Joe Biden a Xi Jinping, lo que dejó afuera de un plumazo a Dina Boluarte, Gabriel Borich; la semana previa a la cumbre del G20 en Río de Janeiro, como para dificultar la presencia de Lula y Milei.
Cuenca no ofrece la infraestructura para una cumbre de ese nivel
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Leer másEstos factores logísticos incidieron en el fracaso de la cumbre, pero los fundamentales son los políticos. Si tan solo Daniel Noboa hubiera esperado una semana para decapitar a su vicepresidenta Verónica Abad, quizá la historia de la Cumbre de Cuenca pudo ser distinta. La carta de los expresidentes del grupo IDEA (Iniciativa Democrática para España y las Américas), firmada por los más importantes representantes de la centro derecha regional, desde Osvaldo Hurtado a José María Aznar, pasando por Laura Chinchilla, cayó como un bombazo el mismo día de la inauguración de la Cumbre de Cuenca para confirmar la importancia de este acontecimiento. Está claro que ningún jefe de Estado de la región quiso que su presencia junto a Noboa fuera interpretada como un respaldo tácito a sus políticas, entre las cuales nadie ha olvidado, a escala internacional, la toma de la embajada de México en Quito.
Y luego está el boicot. De la izquierda y de la derecha. Por ejemplo, el documento que el expresidente prófugo Rafael Correa puso a circular entre sus aliados del Grupo de Puebla, pidiéndoles su firma de respaldo en rechazo a la cumbre de Cuenca por el mero hecho de que la organizaba Daniel Noboa. Según cuenta diario El País de España, no salió a la luz por falta de consenso y porque los integrantes de este foro político de izquierdas calmaron a Correa (si tal cosa es posible) “y le aseguraron que la cita iba a fracasar por sí misma, sin necesidad de una declaración expresa”. Y así fue. También políticos ecuatorianos de derecha se encontraban en campaña continental para disuadir a los presidentes de su tendencia de que asistieran a la cumbre. ¿Por qué no habrían de venir, si no, jefes de Estado como Luis Lacalle, de Uruguay, o Luis Abinader, de República Dominicana? ¿O el paraguayo Santiago Peña, que canceló a último momento porque, según explicó en su eufemístico lenguaje la canciller ecuatoriana, “había una duda sobre el marco social y político del país”? En el extremo del descaro, la canciller echó la culpa a los medios de comunicación, por publicar “noticias que malinforman”. La verdad es que una gestión diplomática oportuna pudo asegurar la presencia de por lo menos los gobiernos afines de los países pequeños, que en América Latina son legión.
Al fracaso de la Cumbre por una pésima gestión diplomática se suman las barbaridades diplomáticas cometidas durante la cumbre. Que el presidente Daniel Noboa se ausentara por una hora durante la sesión plenaria, dejando solo al rey Felipe VI al frente de la misma, fue un bochorno que se comentó con incredulidad. Que la ministra del Trabajo, Ivonne Núñez, hiciera burla de la situación de la vicepresidenta (“no me harán tener iras porque les saco un sumario administrativo y les suspendo por cinco meses, ja ja ja”, repetía entre los periodistas), fue otro ejemplo de pésimo gusto. Pero el veto de una dirigente gremial por orden directa del presidente de la República, como dijeron sus ejecutores, fue la gota que derramó el vaso. La exclusión de María Paz Jervis, presidenta de la Cámara de Industrias de Pichincha, de la cena oficial de presidentes con empresarios, que es ya una tradición de la Cumbre, causó un escándalo diplomático que a punto estuvo de conducir al fracaso del acto. Primero la dejaron sin la credencial necesaria para ingresar al acto inaugural, a pesar de haber recibido una invitación para el efecto. Luego, funcionarios de la cancillería le hicieron llegar un claro mensaje: el presidente no se va a sentar en la mesa con alguien que lo ha demandado. Se referían a la demanda de inconstitucional que las cámaras interpusieron ante una de las leyes económicas urgentes de Noboa. Para los representantes de la Organización Internacional de Empleadores (OIE), presentes en la cumbre, era un atropello sin nombre: no es admisible que un presidente democrático vete a un representante gremial. En consecuencia, solo seis de los 22 presidentes de gremios empresariales presentes asistieron a la cena. Otro fracaso diplomático del que nadie se hará cargo.
- Veto. Al fracaso de la cumbre por una pésima gestión diplomática, se suman las barbaridades diplomáticas cometidas durante la cumbre. Por ejemplo, el veto de una dirigente gremial.
- Declaración. Al fiasco de la convocatoria se suma el fracaso del consenso: por primera vez en 33 años de historia de la Cumbre Iberoamericana, no se pudo consensuar una declaración política.
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