Análisis | Hacer el ridículo: la estrategia por defecto para ganar votos

Esta contienda electoral se ha tornado un baile inusual: no es un vals de quinceañera, aunque sí se agrandó la familia en 15 años. Duplicamos a dieciséis los binomios en la papeleta en relación con el escenario de 2009, cuando el presidente también buscaba reelegirse. Con tanto en juego, un voto consciente conlleva analizar detenidamente esos DIECISÉIS proyectos de país, pero al votante no le da el tiempo para llevar el pan a su mesa y visitar tanto circo.

Pan y circo en redes sociales

Las redes sociales durante la campaña se prestan para eso: para el pan y el circo. En la antigua Roma, desviaban la atención de las coyunturas; en este coliseo criollo, los candidatos lo aplican al revés: llevan al votante a un espectáculo para que se entretenga con ‘‘la seriedad’’ de sus propuestas.

Por un voto cambiarían hasta su apellido, como Francesco Tabacchi, candidato de la Lista 21 (CREO), quien es mencionado en TikTok como ‘‘Tamagotchi’’. Su campaña se ha orientado al público joven que se engancha con el humor -absurdo- de los memes. Una antítesis de su eslogan como candidato a prefecto años atrás, cuando airosamente decía: “ni político ni tiktoker”. Puede argumentar que es para hacerse conocer, pero subestima a quien, en cambio, no olvida que fue gobernador hace muy poco.

Se enfocan en crear comunidades, pero no militantes, mucho menos beneficiarios: esa es la diferencia entre ser un proyecto político y una tendencia en redes.

Modas, pero no proyectos

Un político no puede ser solo una moda de TikTok porque es insostenible. El ejemplo claro es el excandidato Xavier Hervas, quien mediáticamente cosechó 1,4 millones de votos en 2021, pero fue un descartable más en 2023, con menos de 50,000.

Por eso, uno no esperaría esa inmadurez de los políticos ‘experimentados’, pero estas elecciones nos hacen equivocarnos de forma inédita: el ‘veterano’ de la contienda es el Partido Social Cristiano, pero el TikTok de su candidato, Henry Kronfle, busca identificarse con “los más pelados”, porque así se expresa a sus 52 años, con las malas palabras que generan la risa fácil. En un video, critica la crisis eléctrica y luego hace burla con una “danza de la lluvia” junto a una interpretación indígena fácilmente calificable como racista. Y así, ¿cómo olvidarse del páramo?

Que el político ceda a banalizar la seriedad de las elecciones nos condena a ser la sociedad del espectáculo: al final, ser ‘la miss simpatía’ se ha hecho la herramienta ‘por default’ para llegar a controlar un país. Para muestra, un cartón.

El correísmo, con su militancia sólida, danza con prudencia el humor en redes, pretendiendo olvidar que en el poder condenaron la sátira política. De todos modos, Diego Borja, de RC5, explica con helados (como si fuese tan sencillo) que no es corrupto y se pone elegante para el nuevo disco de Bad Bunny.

Los nuevos se desesperan: Juan Iván Cueva (Lista 16) anunció que abría su OnlyFans para “desnudar” su propuesta económica (cita textual); Víctor Araus, Lista 4, recicla el discurso de Topic, protagonizando videos cinematográficos donde saca un arma para “mandar al cementerio” a delincuentes. Sorprende que eso sea permitido.

En desvirtud del tiempo, son 2200 candidatos a la Asamblea, también a evaluar. La mayoría de ellos codicia figurar en su distrito; para eso, se vale todo menos ser serio: Esteban Rubio (ID) cae del cielo como superhéroe; Besibell Mendoza (ADN) monta un caballo con un salto de Bollywood. Lucio Gutiérrez goza un ‘baile inolvidable’, promocionando vergonzósamente a su partido, que parece tener de rehén a la seriedad política de su presidenciable, Andrea González.

Para políticos, son buenos bailarines

El problema es que, para políticos, han sido buenos bailarines, y si la campaña se concentra en la viralización del contenido, se pierde en la traducción el proyecto político, que es (o debería ser) lo importante. Pero parece ser que el espectáculo es el nuevo capital del poder.

La proliferación de las pantallas en la era digital obliga a usar las redes para llegar al votante. Pero el político, como representante de su gente, debe marcar el paso de lo que la democracia exige. La representación no se consigue en el lenguaje coloquial, la ropa o el arte y la comida que se consume, sino en el respeto a un proceso que decide el futuro de todos. No es un certamen de talentos; llevar al votante a ese escenario lo condena a creer que su destino se debe elegir siempre bajo las mismas  -trágicas- condiciones.

Y, aun así, si se tratara de un gran show, en el salón habrá más perdedores que ganadores. Por eso, la desesperación de llegar ‘como sea’ al imaginario colectivo. Porque, si no se hace el ridículo bien, entonces solo se unen al baile de los que sobran.

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