Familia. Katerine Vargas y Alexis Díaz, padres de Nathaly, la atienden tras compartir un día de esparcimiento.

El cancer trunca el anhelo de estudiar

Nathaly forma parte del 26 % de niños que dejan de estudiar debido a esta enfermedad.

“Tuve que retirarla de la escuela, estaba en inicial, pero al diagnosticarle cáncer tuvimos que sacarla”, cuenta Katerine Vargas, mamá de Nathaly. La niña tiene cuatro años y, desde hace cuatro meses, padece cáncer al riñón. Le extirparon uno y un pedazo de intestino por problemas asociados. Solo asistió a clases un mes.

Nathaly forma parte del 26 % de niños que dejan de estudiar debido a esta enfermedad.

“Hay que tener mucho cuidado porque ellos tienen las defensas bajas y en la escuela se contagian de todo”, dice entre lágrimas su madre.

Ella, además, vive su propia estadística. Está en el grupo de padres que suspenden sus jornadas laborales. Según el director de la fundación Cecilia Rivadeneira, Wilson Merino, el 62 % de madres deja su trabajo para acompañar a sus hijos en los tratamientos.

Él reveló esas cifras el miércoles durante la celebración del Día Internacional del Cáncer Infantil. El objetivo de ese día es sensibilizar y concienciar sobre los desafíos a los que se enfrentan los niños y adolescentes, así como sus familias. Entre ellos, la necesidad de que todos los pacientes tengan acceso a un diagnóstico y tratamiento precisos.

Según la investigación socioeconómica que hizo la fundación, más de 4.000 niños y niñas han sido diagnosticados con cáncer en Ecuador. Y, de acuerdo con las cifras que maneja la fundación Jóvenes de Lucha Contra el Cáncer, la leucemia es el padecimiento de mayor incidencia entre los menores.

Pero son los efectos sociales del cáncer infantil los que también generan preocupación. Merino sostiene que el 66 % de los niños enfermos se inscribe en la escuela y el 61 % deja de practicar algún deporte.

Sin embargo, la peor estadística es que un 34 % de los niños y niñas dice haber sido rechazado de alguna manera por su enfermedad, sin importar su nivel socioeconómico. “Frecuentemente, el riesgo de ser discriminado es mayor en la escuela por sus compañeros y en la calle”.

Esta discriminación afecta a los jóvenes y adolescentes. Katherine Constante, de 25 años, quien sufre de cáncer a la tiroides y es voluntaria en la fundación de Jóvenes de Lucha Contra el Cáncer, contó a EXPRESO que cuando le detectaron su enfermedad trabajaba y estudiaba en la universidad. Por los tratamientos dejó el trabajo y se dedicó a hacer su tesis. Eso ocurrió hace seis meses. Después de que sacó el título, dijo que ha buscado trabajo pero no ha tenido suerte.

“Sí hay discriminación. Piden certificados y, al enterarse de que tenemos cáncer, no nos dan el trabajo”, asegura.