Carlos Scolari: “Hay que aprender a convivir en un ecosistema con redes sociales”
Scolari es uno de los más prolíficos autores sobre redes en lengua española. Estuvo en Guayaquil para participar en una conferencia en la UCG.
Carlos Scolari lleva años estudiando la forma en que las personas se relacionan, aprenden y se comunican en la red. El argentino, experto en medios digitales y narrativas transmedia, está radicado en España, donde es investigador y docente en la Universidad Pompeu Fabra.
Para Scolari, el estudio del ecosistema de medios permite entender muchas de las transformaciones que vive la sociedad de hoy, por los acelerados cambios tecnológicos que generan nuevas formas de expresarse y de entender el mundo. E incluso las cosas que no cambian, como los métodos de aprendizaje por imitación, y práctica y error, propio de una época llena de tutoriales en Youtube.
¿No dominar relatos transmedia hoy se puede considerar analfabetismo?
En cada época, según los medios de comunicación, se exigía a los usuarios ciertos conocimientos. Una época, la gente aprendió a usar la radio, a moverse entre emisoras. Luego vino la televisión, con un modelo parecido, por lo que resultó fácil aprender a utilizarla. La avalancha de nuevas tecnologías digitales de los últimos 20 años nos ha obligado a aprender a utilizar dispositivos de forma acelerada. Antes los cambios eran lentos y los conocimientos tenían mayor vida útil. Cuando se consolidó la televisión, en forma paralela se desarrolló un discurso y práctica sobre alfabetización mediática. En las escuelas se fue incorporando la enseñanza de un consumo crítico. Ahora hay que enseñar cómo gestionar la identidad, distinguir la información. Esta es una tarea de formación de la ciudadanía. Por ejemplo, en campaña electoral circulan toda clase de mensajes en las redes. Es labor del ciudadano conocer cómo funciona, evitar propagar fake news. Estuve dirigiendo un proyecto desde 2015 en el que hablamos de alfabetización transmedia. Muchas cosas los jóvenes las están aprendiendo fuera de la escuela.
En ese estudio concluían que los jóvenes aprenden de las formas clásicas: imitación, prueba y error. ¿Qué ha cambiado?
Los entornos, la velocidad y la complejidad. Aprender por imitación es algo que nuestra especie siempre ha hecho. Un pintor en el medievo iba a la bottega de Da Vinci o Miguel Ángel a imitarlos. Copiaba hasta que desarrollaba su propio estilo y algún día podía ser reconocido y formar a otros, pero empezaba imitando. Eso está pasando hoy. Si tenemos un problema con el auto o la bicicleta, vamos a YouTube. Es una forma de aprendizaje que se ha convertido en habitual, incluso para temas como la educación sexual. La pregunta es qué hacemos frente a eso. Creo que la solución no es censurar. Lo que proponemos en nuestro proyecto es recuperar dentro de la escuela estas competencias que los jóvenes han desarrollado fuera. Por ejemplo, a veces dentro del aula, un maestro no sabe subir un vídeo a YouTube y pide al ministerio que lo forme. ¿Para qué, si dentro del aula hay algún alumno que lo sabe hacer?
Pero entonces aparece un escenario paradójico: alumnos que saben más que los profesores, hijos que saben más que los padres. ¿Qué sucede con la figura de autoridad?
Con nuestro estudio, realizado en ocho países, vemos que hay mucha mitología sobre el nativo digital que lo sabe todo. Hemos trabajado desde Finlandia, hasta Uruguay, Australia, Colombia, España, Italia. Descubrimos que dentro de un aula hay jóvenes muy buenos produciendo contenido, pero también otros que hacen un uso casi pasivo de los medios digitales. Jóvenes que saben mucho de una cosa y poca de otra, unos muy buenos haciendo selfies, pero que no tienen ni idea de privacidad. Hay competencias que se desarrollan fuera de la escuela, distribuidas de manera irregular. Lo que proponíamos es aprovecharlas, pero con la escuela con una función democratizadora, que todos manejen un mínimo de estas competencias y mejorar los procesos de aprendizaje. En la educación más tradicional era el profesor el que sabía, transmitía conocimiento a un alumno que ignoraba. Aquí hay una pedagogía de la liberación —como decía ya Paulo Freire hace 50 años— donde se puede aprender mutuamente. Muchas veces el conocimiento tecnológico que tienen algunos jóvenes rompe el monopolio del saber del profesor. Eso es bueno si sirve para que los maestros se bajen del pedestal. Los alumnos dejarían de aburrirse y tendríamos menos conflictos dentro del aula.
¿Y cómo cambia la identidad con lo digital?
Antes, los ámbitos público y privado estaban perfectamente claros. Una de las cosas que la tecnología digital ha ido diluyendo es esta división tajante. Nos sacamos un selfie, lo enviamos a las redes, y no sabemos dónde circula. Esto genera cambios en una cultura que tiene años basada en esta división. El cómo construimos la identidad también está siendo radicalmente transformado. Instagram —y la cultura del selfie, la exposición rabiosa y la construcción del personaje— es un fenómeno que tiene menos de una década y ahora se lo está investigando.
¿Qué pasa con la privacidad y el concepto de intimidad?
Estallan todas estas barreras. En el tema de la intimidad hay competencias de gestión de la propia imagen, pero también de los derechos de la imagen de los demás. Tenemos que aprender a gestionarlo, a pedir permiso, generar una cultura nueva de este entorno. Es un cambio muy rápido y la legislación tarda años, pero tenemos que trabajar sobre nuestras normas de conducta diaria, aprender sobre la marcha.
La sobreexposición informativa vuelve más necesario el pensamiento crítico, pero eso también hace que los medios entren en una crisis de credibilidad.
En la vieja ecología de medios, antes de la llegada de la web, el periodista manejaba el tiempo de publicación de las noticias. Hoy, si pasa algo, la primera información llega por las redes. El periodista nunca va a ganarles en velocidad y -a veces- por querer hacerlo, retuitea algo falso y pierde su prestigio. El periodista tiene que resignarse a perder la exclusiva, a llegar tarde, pero confirmando y ampliando. Ahí se valoriza su trabajo. No vamos a volver a un ecosistema sin redes sociales, hay que aprender a convivir con ello y aprovecharlo. Muchas investigaciones y denuncias nacen ahí y el periodista debe aprender a escuchar, verificar datos y alimentar su tarea a partir de esto. Allí los medios van a ganar credibilidad. El periodismo debería preservar su espacio generando contenido de calidad, la gente lo va a valorar y va a pagar por eso.
Un cambio tecnológico suele ir de la mano con uno de pensamiento, como la revolución industrial y el marxismo. ¿A qué nos enfrentamos ahora?
El fundamento del marxismo era el burgués, dueño del medio de producción, de la fábrica. Hoy un youtuber con un ordenador y una cámara es el dueño del medio de producción, pero también el obrero. El capital hoy está en la intermediación en una plataforma. Hay cambios fuertes en la estructura económica, cada vez menos producción de masas y más contenido personalizado. La economía, el modo de producción capitalista de hoy, no es el mismo del siglo XIX.
Umberto Eco dijo que las redes sociales le han dado voz al idiota del barrio. ¿Qué opina?
A Umberto Eco siempre lo admiré. Me sorprendieron mucho estas declaraciones porque creo que en las redes sociales hay de todo, como hay de todo en la televisión. En las redes sociales hay voces que no nos pueden gustar, pero también gente, voces o experiencias que de otra forma no habríamos descubierto.