Nada que celebrar
La noche del domingo 13, cuando el dirigente indígena Jaime Vargas dio por terminadas las paralizaciones y pidió a sus compañeros de las 14 nacionalidades y 18 pueblos volver a sus territorios, se prendió la fiesta en el Parque del Arbolito y en los alrededores del ágora de la Casa de la Cultura en Quito. Hubo gritos de alegría, vítores, puños en alto y señales de victoria. Incluso baile y la espontánea formación del -trencito- como suele pasar en las fiestas más animadas. Se consideraba un triunfo que el presidente Lenín Moreno en el acuerdo final de ‘los diálogos de paz’ se comprometiera a un nuevo decreto ejecutivo que diera de baja al 883, que eliminó el subsidio a los combustibles.
Se difundieron imágenes de Cuenca con celebraciones, replicadas en varias ciudades grandes y pequeñas; incluso en balnearios de la costa como Salinas, donde una caravana recorrió el malecón con banderas en alto y bocinas activadas.
Me tocó transmitir el momento del acuerdo, y sonreí, de algún modo aliviada como la mayor parte de los ecuatorianos, sometidos a 11 días de paralizaciones y enfrentamientos básicamente en Quito, convertida en una zona de guerra, donde no se respetaron las piedras históricas ni los árboles centenarios. No tengo que narrar lo que vimos todos a través de los reportes de prensa; solo los vándalos intelectuales tienen motivos para acusar a los medios y periodistas de haber acallado los acontecimientos. Días horrendos para admitir que el ataque sistemático a la prensa durante el correísmo, surtió efecto.
En las pantallas de televisión el tono era gris: primaban las cenizas de las barricadas que habían sido levantadas usando adoquines arrancados de las aceras; se multiplicaban los gases lacrimógenos lanzados por los uniformados, con sus gritos y toletazos con los que reprimían. Predominaba la ira, y desde lejos dolía profundamente el salvaje enfrentamiento entre ecuatorianos.
Muchos fuimos sorprendidos por las particulares flechas y escudos blanquecinos y flamantes con los que se armaron a ciertos grupos de manifestantes, comportándose como si tuvieran una formación de guerrillas urbanas. Bajo esas técnicas se habría destruido el edificio de la Contraloría, según dicen hoy especialistas.
Era simplemente demencial el ataque a los carros de bomberos, cuando llegaron a sofocar el incendio en Teleamazonas por ejemplo, y contra 42 ambulancias, al punto de que la Cruz Roja debió retirar momentáneamente su participación, históricamente respetada incluso en las guerras mundiales... Difícilmente podremos olvidar todo esto, como tampoco la -misa negra- (como la llamó nuestro colega de Expreso, Roberto Aguilar) celebrada en el ágora de la Casa de la Cultura. La agresión contra Freddy Paredes y otros 130 periodistas, según el reporte de Fundamedios.
Fue un cúmulo de acontecimientos donde también hubo sangre derramada. Un dirigente indígena de Pujilí, Inocencio Tucumbi, perdió la vida en medio de las acciones represivas de los uniformados. Otros 2 jóvenes cayeron o fueron empujados desde un puente y también murieron.
El defensor del Pueblo y la ministra de Gobierno manejan cifras y condiciones diferentes sobre las víctimas, pero en la mesa de los diálogos de paz, el titular de la Conaie, Jaime Vargas, habló de 100 desaparecidos, sin que haya denuncias formales al respecto.
¿Desinformación o provocación? No lo sé. En esa mesa de diálogos, que terminó con humo blanco en favor del país, oímos históricas y justas demandas en materia de educación e inclusión, pero no escuchamos nunca hablar de la defensa del agua y en contra de la minería metálica. Solo la representante de las mujeres amazónicas, Miriam Cisneros, denunció la preocupación de su gente sobre nuevas concesiones a firmas extranjeras. Pero de minería nada se dijo en las mesas de diálogo. Debe ser muy duro para Yaku Pérez que su ferviente postura sobre la explotación minera, fuese ignorada por sus compañeros.
Los heridos superaron los 1.400; los detenidos 1.330, entre ellos 57 extranjeros. Además, 435 uniformados, policías mayoritariamente, que debieron recibir atención médica. Más de 200 de ellos fueron temporalmente retenidos o secuestrados (según como se lo quiera interpretar) y las pérdidas económicas, simplemente incuantificables, como la pérdida de la unidad nacional, de la armonía y cohesión de los ecuatorianos a ratos sin poder responder en este momento, que nos une bajo la misma bandera, más allá del fútbol. ¿Ven por qué no tengo razones para celebrar?