Un ceramista con oficio de artista
Eduardo Segovia es cuencano y reconocido en Ecuador, Estados Unidos y Europa. Su arte se expone en estos días en el Nahim Isaías de Guayaquil
Era 1943, Cuenca. Eduardo Segovia apenas tenía cinco años. Entre el juego infantil, los estudios y la necesidad, amasó el barro por primera vez para formar silbatos con figuritas de pájaros y gallos.
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Leer másUn arte manual que encajó en su alma y corazón en el estreno de un oficio que lo ha llevado a ser reconocido en todo el Ecuador, en países de Norteamérica y de Europa, como ‘El Tiestero de la Convención del 45’.
El hombre de poco cabello hoy -muy ralo-, piel canela, ojos claros y un físico algo gruesito, repasa la historia de sus 79 años en el oficio de la cerámica y la pintura. Recuerda entre su descanso diario, en una vieja y antigua mecedora de bambú, los silbatos de barro, como sus primeras obras artísticas.
Fue el inicio de un arte manual que, según Eduardo, seguirá haciendo desde donde esté, luego de su muerte. Todo comenzó cuando diariamente se dirigía a la escuela desde el barrio de la Convención del 45, territorio de alfareros y elaboradores de tiestos de barro, únicos en Cuenca, y que le abrieron las puertas de sus talleres para que juegue con la arcilla.
“Entre las tareas escolares y el juego de hacer cosas de arcilla, llegué a elaborar unos cien silbatos semanales. Los vendía. El dinero de las ventas le daba a mi madre para ayudar a mantener el hogar junto a su tejido de sombreros de paja toquilla, pues a mis tres años, mi padre falleció”.
Así lo cuenta el artista mientras por la ventana de la sala principal de su vivienda, miraba a un mirlo (un ave de los paisajes rurales cuencano), entre los árboles frutales del huerto de la casa. “Es mi compañero de trabajo”, exclama sonriente.
Precisa Segovia que por ser de este barrio (de los olleros), y hacer objetos de barro, le pusieron el sobrenombre de ‘El Tiestero de la Convención del 45’.
Sonriente, a sus 84 años, y con un profundo suspiro cuenta que cuando tenía 14, por su habilidad, creatividad e ingenio, fue contratado con un estadounidense para que trabaje en el mismo arte, pero en Estados Unidos.
“Hice jarrones con diseño precolombino. Conocí ahí a un alemán que me dijo que iba a ser ceramista. Solo dijo que tenía que comprar libros en mi idioma y ver cómo se hacía”, cuenta Eduardo, reconociendo que, mediante esa lectura y su habilidad innata, caló en el arte cerámico, como sustento y manualidad que “diariamente aprende”.
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Leer másEn el camino fortaleció su oficio, elaborando objetos, los que “llegaban a mi cerebro en forma de sueños, cuando dormía, y los materializaba en el taller”.
Sus obras recrean el arte precolombino, figuras en forma de garrones, apliques, animales, serie de abstractos, personajes de vida tradicional de Cuenca y sus celebraciones fiesteras como el campanillero, Mayoral, Globo del Septenario, Borrachitos de El Vado, Vendedora de dulces de Corpus, Diablo Huma y algunos Danzantes de Imbabura.
Son trabajos realizados mediante la investigación para saber quiénes somos, de dónde venimos, cuáles son las raíces y los personajes de cada cultura. “Pero no solo hago obras en cerámica, también dibujo y pinto, en tela y otros materiales”, señala Eduardo Segovia y agrega que todas sus obras son importantes y principales. No tiene privilegio por ninguna obra, pues él se considera “una obra de arte hecha a mano por Dios, y amasado en arcilla divina”.
Respira profundo, mira al mirlo, suspira y recuerda los silbatos en forma de pájaros como el inicio de una rica producción artesanal que la comparte con Cumandá Álvarez, su pareja, la acompañante de su vida, con quien está casado desde hace 25 años.
Una obra que camina en lo artístico
Desde lo figurativo a lo abstracto, desde lo geométrico a lo barroco, en esa línea transitaron las obras que el ‘Tiestero de la Convención del 45’ presentó en la sala de exposiciones Museo Nahim Isaías de Guayaquil. Esa es la más reciente de sus exposiciones en el país. En esta muestra que se presenta en estos días y en la que el artista cuencano exhibe nuevas obras dentro de una larga lista de trabajos manuales que enriquecen su arte. “Quiero a los guayaquileños, los llevo en el alma y en corazón, son parte importante de mi vida”, anota Segovia. El museo, por su parte, describe su obra como piezas que “ya trascendieron hace mucho lo decorativo, para integrarse a la escultura como género vivo, en el que amalgama imágenes que parecieran venir de mundos antiguos, a integrarse a este siglo con magistral creatividad siempre fresca”.