Ciudad mia
Llegar a Guayaquil era encontrar la vida, y asentarse en ella sin intención de volver era descubrirla y vivirla. Mi comunión con el Puerto tiene una larga y antigua historia. Una infancia como la mía, cargada de inquietudes, se preguntó lo que habría al fin del enorme cañón por donde bajaba un estrepitoso río. Cuando extendí mi mano tratando de encontrar quien me guiara hacia ese imaginado lugar, el afectivo calor de un cercano pariente estuvo presto para guiarme por el camino que me condujo a la tierra que decidí hacer mía.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces, la máquina de vapor que arrastraba la pesada carga de vagones dejó de respirar, y la neblina de mi pueblo, que adornaba de tristeza las tardes, permanece como añoranza y recuerdo. El centro de Guayaquil pasó a ser mi solar, el olor y el sonido de las madrugadoras voces humanas la señal para emprender la búsqueda de lo aún incierto, y la algarabía de una gente en continuo e incansable trajinar la demostración incuestionable de que la sobrevivencia dependía exclusivamente de cada uno. Las oportunidades no estaban para escogerse y solo el esfuerzo individual podía garantizar que encontráramos lugar en ese rápido tren del destino. Lograrlo, no fue de ninguna manera una fase lineal ni una determinación progresiva. En el trayecto se hizo presente, al menos en mi caso, un cúmulo de acontecimientos y factores que se aposentaron como ineludibles compromisos con el objetivo de una generación que intentó cambiar el mundo. Nos manifestamos contra un injusto orden de cosas, pusimos todo para terminarlo y, salvo leves cambios en su inequidad, no lo logramos. No perdimos la esperanza, pero adecuamos nuestras energías y nuestra invariable convicción a las opciones reales y posibles que depararan una situación más llevadera para una colectividad permanentemente golpeada y despreciada.
Ahora, y luego de muchos lustros, siento en mi corazón la acogida que me diera esta tierra, la agitación de mi sangre que se reprodujera en ella, y las amistades y amores inseparables que forjé.