Combatir la corrupcion: estrictas exigencias morales

Para la generalidad de ecuatorianos, afortunadamente, aún constituye motivo de preocupación, pero una creciente parte de la sociedad piensa que la corrupción está tan generalizada en nuestro país, que ya es inevitable. De ahí a pensar que hay que actuar como los corruptos, so pena de no prosperar, hay solamente el cínico paso que tantos políticos, jueces, empresarios y servidores públicos han dado. Consecuencia de esta adaptación es la amplísima audiencia y seguimiento que aún tienen funcionarios y políticos corruptos, que sin el menor rechazo continúan vigentes en las primeras filas de la vida nacional. En cada período legislativo se forman comisiones y se dictan nuevas leyes anticorrupción, dando origen a una montaña legislativa reglamentaria copiosa e inútil, porque “hecha la ley, hecha la trampa”; puede decirse que a mayor legislación mayor corrupción. La lucha contra la corrupción no es un problema legal sino moral. Nada ganamos con llenarnos de leyes, si no somos capaces de elegir autoridades y nombrar funcionarios honestos en las diferentes instituciones públicas. Algunos dirán que nuestra clase política no va a cambiar, que han llegado a un estado tal que les impide llevar a la administración pública y a la función Judicial personas integras. Este derrotismo es aterrador, porque en toda sociedad llega el momento cuando la gota derrama el vaso y el pueblo hastiado, termina entregando el Estado a un falso moralizador y salvador, como sucedió en la pasada década, o como el falso sacerdote, que es lo que le espera a Ecuador si seguimos sometidos al sistema imperante. Aunque nos sentimos impotentes porque la lucha es bien difícil, cada una de nuestras actuaciones debe ser ajustada a las más estrictas exigencias morales. Solo una mayoría de ciudadanos correctos y honestos pueden cambiar el rumbo del país.

Ec. Mario Vargas Ochoa