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Rafael Correa y Nicolás Maduro
Rafael Correa y Nicolas Maduro, en la Cumbre de Países no Alineados, en 2017.Archivo Presidencia

Correa, Maduro y su cordón umbilical

Análisis| Sin darse cuenta, el expresidente prófugo acaba de publicar el tuit más elocuente que ha escrito en su vida

En la foto, un orito diminuto, pelado y listo para comer. El texto del mensaje dice: “Venezuela aunque sea tiene un Maduro ‘dictador’. Nosotros tenemos un orito”. Emoticón de un hombrecito encogiéndose de hombros. Hashtag: NoAlOritoDictador. Con este tuit, único pronunciamiento público que se ha dignado hacer sobre la mayor tragedia política y humanitaria de la región en su semana decisiva, el expresidente prófugo Rafael Correa se pinta de cuerpo entero. Hay tal densidad de mensajes voluntarios e involuntarios expresados aquí, que estas pocas líneas publicadas a las 15:13 del viernes 10 de enero, día de la fraudulenta investidura de Nicolás Maduro para un nuevo período presidencial, son una delicia para los analistas.

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Lo primero que se puede decir sobre este tuit es que restituye a su autor a su auténtica dimensión política, por fuera de todos sus delirios de grandeza. Parece evidente que Rafael Correa ha renunciado definitivamente a la ambición que alguna vez alentó el más entrañable de sus sueños de perro: el de de convertirse en una figura de influencia internacional, un líder de la izquierda a ambos lados del Atlántico. Ahora resulta que a ese gran líder le preguntan sobre la crisis democrática que tiene al continente en vilo y él responde con un chascarrillo sobre política local. Uno que da lugar a numerosos comentarios de naturaleza sexual en alusión al tamaño y la forma del orito tan impúdicamente exhibido, y que alimenta aquella decadente visión, muy común en el Ecuador, que consiste en identificar la política como algo vagamente situado entre las piernas. En otras palabras: este líder de la izquierda transcontinental no tiene nada que decir sobre el que probablemente sea el momento más decisivo de la izquierda en lo que va del siglo. No se le ocurre nada. Y a falta de mejor idea, lanza una vulgaridad.

Para encontrar lo que realmente piensa el expresidente prófugo sobre la crisis democrática de Venezuela hay que rastrear muy atrás su línea de Twitter, que es el único canal de expresión conocido de este supuesto académico. Exactamente hasta el domingo 28 de julio, día de las elecciones que Maduro se robó. A las 23:19 de ese domingo, es decir, una vez que las autoridades electorales habían consumado el gigantesco fraude, él tuiteó: “Gloria al bravo pueblo! Ahora ya es oficial. Al 80% de las mesas escrutadas… Maduro: 5 millones 159 mil votos. 51%. Edmundo González: 4 millones 400 mil votos. 44%... Felicitaciones al presidente Maduro y al pueblo venezolano”. El mensaje se cierra con el elocuente emoticón de un puño alzado. Entre este tuit incondicional y triunfante del 28 de julio y aquel otro socarrón y taimado del 10 de enero (el tuit del orito) hay un océano de distancia.

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Para ser consecuente con su puño en alto del día del fraude, Correa debió repetir sus felicitaciones a Maduro en el día de su investidura. Debió cantar otra vez Gloria-al-bravo-pueblo y desplegar una colección de emoticones festivos, con aplausos, banderitas y cuetes. Más aún: debió estar ahí, en Caracas, fotografiándose (por enésima vez) con el dictador y llamándolo cariñosamente Nicolás mientras lo estrechaba en un abrazo, como siempre. Sin embargo, faltó a la cita. Y no fue el único. ¿Qué pasó con todos aquellos correístas entusiastas que se banderearon en Caracas cuando las elecciones de julio? Los dizque observadores electorales como el exfiscal Galo Chiriboga o el expresidente del CNE René Maugé, o la asambleísta Mónica Palacios que grababa videos en los recintos electorales sin enterarse de nada, o el cheerleader de la dictadura Orlando Pérez, esa suerte de improbable oceanógrafo graduado en la universidad de El Alto, La Paz, Bolivia. Todos ellos avalaron el fraude electoral con su presencia pero no volvieron para la celebración. Se perdieron la comilona y el whisky, y eso no es normal. El único que anduvo por ahí fue el recién ascendido a consejero principal del CPCCS Eduardo Franco Loor, a quien el presidente de la Asamblea de Venezuela, Jorge Rodríguez, presentó como “abogado de nuestro hermano Jorge Glas”. Pero incluso él estaba avergonzado. Cuando este Diario lo contactó para preguntarle que hacía ahí, trató de ocultar lo evidente y dijo que no había viajado por razones políticas, sino para presentar un libro sobre Simón Bolívar.

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Esa vergüenza es el sentimiento dominante en la relación del correísmo con Maduro. Avergonzados, sí, pero no arrepentidos. Nada lo expresa mejor que el más significativo y elocuente de los signos inscritos por el expresidente prófugo en su tuit del orito: las comillas irónicas. Se trata del signo de puntuación más socorrido de Rafael Correa y tienen el poder (pero esto él no lo sabe) de retratarlo a él mejor que a aquello de lo que está hablando, en este caso, el “dictador” Maduro. Porque ahora resulta que Maduro es “dictador”, así, entre comillas, y Daniel Noboa es dictador a secas. Una formulación que se ha convertido en la coartada oficial del correísmo para escapar por las ramas cada vez que les ponen por delante el tema de la dictadura venezolana. Ocurrió el mismo viernes 10 de enero en Ecuavisa, donde el periodista Lenin Artieda la preguntó a la candidata correísta Luisa González si estaría dispuesta, en caso de ganar la presidencia, a apoyar a regímenes dictatoriales como los de Ortega en Nicaragua y Maduro en Venezuela. Que el dictador en Noboa, dijo poco más o menos. Y con eso se lavó las manos.

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“Dictador” Maduro: esas comillas en el tuit del orito son lo único que queda del puño en alto del tuit celebratorio e incondicional del 28 de julio. Es la única concesión que el expresidente prófugo está dispuesto a hacer a favor de su incondicional pero vergonzante amistad con el tirano. Hasta ese nivel llega la vergüenza que produce Maduro a los correístas seis meses después del gran fraude. Pero esas comillas representan, al mismo tiempo, el cordón umbilical que los conecta con lo más impresentable de la izquierda continental y que son incapaces de romper por razones que sólo ellos saben a ciencia cierta pero que no es difícil imaginar.

Está claro que apoyar al dictador Maduro, a estas alturas del partido, perjudica la imagen de cualquier político. Esto deben tenerlo perfectamente medido los encuestólogos y estrategas de campaña. Por eso Daniel Noboa se fotografía hablando por Zoom con los líderes de la oposición venezolana y exige a todos sus contrincantes asumir una postura. Un reto interesante y oportuno porque definirse frente la tiranía de Maduro es hacerlo frente a la democracia, la ética y la decencia. Ante semejante desafío, lo máximo a lo que pueden llegar los correístas es a escribir “dictador” entre comillas. En un predicamento parecido está Leonidas Iza: él también elige irse por las ramas y dice que en los asuntos internos de otros países no se mete. Y Noboa se da gusto emplazándolos. Sería tan beneficioso para ellos si pudieran romper con el tirano “desde la izquierda”, como lo acaba de hacer el presidente chileno Gabriel Borich. Pero Borich es un tipo honesto y a Maduro no le debe nada. El correísmo, en cambio, lleva décadas haciendo negocios inconfesables con él. Maduro acoge a sus prófugos, que son legión: los protege hasta cuando secuestran niños, pregúntenle a Ronny Aleaga; les da trabajo (pregúntenle a Correa); los financia. Y seguramente sabe demasiado. ¿Cómo romper con los hermanos de Jorge Glas? Se iría todo al diablo. Nomás hay que leer el tuit del orito para darse cuenta. Ahí está escrito todo.

  • Ni palabra. Para ser consecuente con sus antecedentes, Correa debió tuitear un nuevo mensaje de felicitación al dictador Maduro el día de su investidura. Pero esta vez guardó silencio.

  • Vergüenza .El sentimiento dominante en la relacion entre los correístas y la tiranía venezolana es la vergüenza. Avergonzados, sí, pero no arrepentidos están los cheerleaders de Maduro.

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