Correa vincit
Se destaparon las cartas respecto de la sucesión del Sr. Glas cuando puso a consideración de la Asamblea los nombres de las tres candidatas. La decisión presidencial definió que su binomio debe ser mujer, de una generación posterior, sin conocimiento de los temas económicos, revolucionaria, y, dirían los más cínicos: ser correísta de pura cepa.
El licenciado trafica por un laberinto complejo en su toma de decisiones y pronunciamientos. Toma distancia de Maduro, pero su ministro de defensa y su canciller se enternecen cuando hacen referencia al Castro-Chavismo. Proclama que no hay mesa servida y sostiene que la deuda pública bordea los $60.000 millones, pero su ministro de finanzas afirma en un memorando de oferta de bonos que esta es de $27.000 millones. Tiene un buen sentido del humor, pero sus decisiones en materia económica no son nada graciosas. Finalmente, habla, con autoridad, acerca de la revolución de pendejadas, pero es fiel al “proyecto político” de la Revolución Ciudadana.
Contrariando a Hamlet, “ser o no ser” no es la opción escogida. Más bien, “ser y no ser” o “parecer, pero no ser” son los motivadores que, colectivamente, nos llevan en dirección incierta. Y la incertidumbre es, precisamente, la carta fuerte de Correa, como lo es el fracaso económico que se cierne sobre el licenciado mientras él confía en las gracias de sus economistas que le susurran que la recuperación está en marcha.
Según un rumor que se cierne, el presidente ocuparía su puesto por un plazo prudencial y luego cedería su mandato a la vicepresidente (no, ¡jamás aceptaré el barbarismo gramatical de vicepresidenta o presidenta!). Lo cedería porque, supuestamente, su estado de salud así lo exige, o por estar agobiado por tanto problema irresoluto. La sucesión marcaría la oportunidad para que la vicepresidente, fiel correísta, retome los rumbos tradicionales de la revolución y restaure a su líder innato, quien buscará por todos los medios y mañas, legales o no, retomar el poder.
¿Es este un cuadro posible? Obviamente, no somos dueños de nuestras vidas, y el usufructo del poder es irresistible. Lenín ha dado muestra de no ser (¿o aparecer?) como el títere de nadie, creando un fuerte contrapunto con su antiguo jefe y mentor. Esta cualidad de su personalidad, ¿puede ser fingida? Si bien todo es posible, no soy de los que piensa que hay un tongo monumental y que Maquiavelo se queda corto ante las supuestas maquinaciones del licenciado. Ser presidente no es cosa de todos los días, y para ello pensemos nomás en el arrepentimiento bordeando en frenesí que aqueja a Correa por la añoranza del poder.
Pero, lo que sí es cierto es que las decisiones del licenciado dejan mucho que desear cuando escoge a quien le debe acompañar. Ninguna de las candidatas tiene el peso específico para ocupar la primera magistratura. Su escuela política de novatas, y de “sumisas” al alfa en el destierro, les resta los grados de libertad necesarios para guiar los pasos de una nación desorientada y atribulada. Si es así, ¡Correa vincit! y el licenciado le habrá facilitado el camino.