Diario de cuarentena. Dia 11
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CUARENTENA, DÍA 11: Trabajo esencial que no da trabajo

Ahora sí lo he visto todo: en el ‘boom’ del alcohol gel, fabricarlo se volvió pésimo negocio para los pequeños productores

Roberto Aguilar publicará este diario hasta el final de la cuarentena por el coronavirus. Puedes leer todas las entregas aquí.

La vi pasar de la actividad febril a la paralización absoluta en cuestión de días sin que nada pudiera hacer para evitarlo. En este país no estás protegido de la quiebra, aunque fabriques alcohol gel en los días en que más se necesita. Y sí: Valeria, mi pareja, fabricaba alcohol gel. Ahora es una trabajadora esencial que no tiene trabajo. Si eres un pequeño productor, tu suerte está echada. Ya puedes tener la fórmula de la vacuna contra el coronavirus; no le hace. Así que Valeria, ingeniera química por la Universidad de Cuenca, ha tenido que echar llave a su minúscula fábrica, decir hasta luego a Nixon, su único obrero, y volver a casa a esperar mientras pasa la tormenta sin una idea siquiera aproximada de lo que le deparará la suerte. Con cero ingresos y más de 1.500 dólares de gastos mensuales entre arriendo, un salario y aportes a la seguridad social.

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Primero empezó a escasear la materia prima. Eran los días previos a la declaración de emergencia sanitaria y el alcohol se volvió difícil de conseguir. El carbopol (un polímero del ácido acrílico que confiere viscosidad a las soluciones, es decir, convierte el alcohol en gel) desapareció un par de días del mercado. Cuando volvió, había más que triplicado su precio: pasó de 25 a 80 dólares por kilo sin justificación aparente. Luego empezó la pesadilla de los envases. Las fábricas de plásticos privilegiaban a los grandes productores que compran camionadas y tenían a los pequeños esperando indefinidamente. Valeria, cuya producción era alrededor de cien kilos de alcohol gel al día, tuvo que parar un día porque no tuvo en qué envasar lo que acababa de fabricar. Cuando finalmente consiguió las puñeteras botellitas plásticas, las tapas dispensadoras (esos dispositivos que hay que presionar para que el producto gotee) se esfumaron del mercado. Resulta que aquí nadie las fabrica, son importadas… ¡de China! Y China estaba en cuarentena. Nada venía desde allá. Nueva paralización involuntaria.

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Finalmente, sacrificando muchas horas de producción, pudo abastecerse de todo lo necesario. Para entonces ya había sido decretada la emergencia sanitaria y, con ella, vino el golpe de gracia: las cooperativas de transporte pesado cesaron sus actividades. Se volvió imposible conseguir un camión, a no ser que tuvieras la producción necesaria para alquilar uno entero, que no es su caso. Y los principales compradores de Valeria se encuentran en provincias. En resumen: entre el incremento del costo de la materia prima, la escasez de los insumos y la incertidumbre de los plazos, el costo de producción se disparó y fabricar alcohol gel (aparte de convertirse en una actividad estresante hasta la crueldad) dejó de ser rentable.

Es el décimo día de mi encierro y el primero de Valeria. Las llamadas a su celular empiezan temprano en la mañana. El primero es Jorge, su vendedor en la sierra central. Un colombiano divertido y labiosísimo capaz de venderte un saco de arena en el desierto. Buena persona. Trabajador ‘freelance’ con familia que mantener. Pregunta si hay producto. -No, se acabó, y así tuviera no hay transporte. -Pero ¿puede hacer más? -Es que la materia prima está carísima y ni siquiera se consigue. -¿Y detergente industrial? Antes del coronavirus, Valeria abastecía a pequeñas fábricas de pantalones blue jean de Pelileo que le compran a Jorge. Pero tampoco. Además, esas fábricas están cerradas por la crisis. El hombre está desesperado. Es evidente que si no vende, no come. Y tiene una hija. A Valeria se le quiebra la voz en el teléfono. Pero no puede hacer nada.

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La siguiente llamada es de Freddy (casado, tres hijos), un antiguo socio con quien todavía comparte algunos clientes, pequeños productores de leche y quesos a quienes ofrecen reactivos para limpieza de calderos y el servicio completo de mantenimiento. Todos esos productores están parados ahora y Freddy trata de inventar algo, cualquier cosa que le saque del marasmo económico en que se encuentra. Pero todas las ideas que se le ocurren pasan por salir de casa, recorrer varios lugares, contactar varias personas. Valeria no quiere: nueve días de salir mientras yo guardaba encierro han incrementado su paranoia por el virus. Tampoco le parece correcto sacar a Nixon a la calle, se siente responsable. Se excusa. Cuelga el teléfono. Nos quedamos mirando en silencio. Pensar que una fábrica diminuta participa de un tejido de relaciones económicas del que termina dependiendo la suerte de dos familias, aparte de la nuestra y la de Nixon.

Por la noche nos sentamos a ver el noticiero y escuchamos que el 80 por ciento de la producción del país se encuentra paralizada. Pensamos en Jorge, en Freddy, en sus familias, en los miles que se encuentran en situaciones parecidas, en la suerte que tenemos de contar con un empleo fijo, el mío, aunque sea escribiendo pendejadas en un diario. Valeria me cuenta de los textileros de Pelileo, de los queseros de Cañar, de sus emprendimientos pequeñitos y de la gente que depende de ellos. Es capaz de nombrarlos uno por uno, desde la secretaria al bodeguero. De pronto ese 80 por ciento se convierte en rostros, en nombres y apellidos. Apagamos la tele, ya no queremos ver más noticias. Para qué.