Diario de cuarentena 23 24
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CUARENTENA, DÍAS 24 Y 25: Fabricar cosas, ¿a quién se le ocurre?

Vender al Estado sigue siendo un negocio de angelitos. Las mascarillas más carillas y el alcohol gel a precio de oro 

Roberto Aguilar publicará este diario hasta el final de la cuarentena por el coronavirus. Puedes leer todas las entregas aquí.

En una entrega anterior de este Diario conté cómo la fábrica pequeñita de la Valeria, donde trabajan apenas ella y un obrero, fue apagándose lentamente hasta quedar paralizada como la gran mayoría de pequeñas industrias en esta crisis. Se había volcado a la fabricación de alcohol en gel para la emergencia; llegó a producir cien litros al día, pero la falta de transporte y las dificultades para conseguir materia prima la sacaron del mercado. Lástima. El alcohol gel de la Valeria tenía la concentración indicada por la Organización Mundial de la Salud y (detallazo) llevaba glicerina en su formulación para evitar la irritación de la piel por el uso constante. Su precio, después de los ajustes de rigor tras el encarecimiento de los insumos que se produjo al principio de la cuarentena, era bastante competitivo y, sobre todo, justo: 16 dólares el galón (es decir, 4 dólares el litro).

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Nos preguntábamos, Valeria y yo, cómo es posible que un producto esencial para un país en crisis sanitaria, que además se comercializa a un precio conveniente para todo el mundo, termine siendo imposible de fabricar por falta de políticas públicas que sostengan su producción en pequeña escala. Entonces Fernando Villavicencio escribió un tuit (tiemblen, rateros) y en ese tuit puso la fotografía digital de una factura (ojo, Fiscalía) y en esa factura apareció, cuando menos la esperábamos, la respuesta a nuestra pregunta (o una parte de ella): resulta que el Ministerio de Agricultura y Ganadería, con fecha 24 de marzo de 2020, está comprando 445 litros de alcohol gel a un precio de 6.230 dólares. A 14 dólares el litro. Sí, 14. Sumando el IVA y redondeando: 7 mil billetes verdes echados a volar. La Valeria se habría demorado cuatro días en hacer la entrega, pero les habría cobrado 2 mil por todo. Sin regalarle nada a nadie.

¿Y quién provee al Ministerio de Agricultura de un alcohol gel tan caro como agua de rosas? Ah, esa es la mejor parte. Lo dice en la factura: Spartan S.A. Según Villavicencio, se trata del mismo grupo de angelitos que hace unos años se hicieron ricos con el contrabando de oro. Operaban a través de un fideicomiso creado por Mossak Fonseca en Panamá y llegaron a mover 500 millones de dólares. La fiscal Diana Salazar, en ese entonces a cargo de la Unidad de Análisis Financiero, los conoce bien porque los mandó a la cárcel. ¿Pasaron de las cifras astronómicas en oro al menudeo en alcohol gel? Pues sí: estamos ante un caso de angurria irrefrenable. Muy coherente, además, con su propio modus operandi. Porque ¿cómo llegaron ellos a mover 500 millones? Pues de 60 mil en 60 mil, suplantando la identidad de 230 comerciantes legítimos, cuyos ingresos eran tan bajos que no declaraban impuestos. ¿En qué andarán ahora? Lo cierto es que, después del escándalo del oro, su empresa no solo que sobrevivió, sino que está haciendo negocios con el Estado. Reyes absolutos de la ínfima cuantía, estos caballeros serían capaces de vender a su madre como esclava en la península de Kamchatka siempre y cuando el monto de la transacción estuviera por debajo de la base imponible.

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El ministro de Agricultura ya salió a salvar los muebles. Dijo que dispuso la separación inmediata de los implicados en este proceso de compra y blablabá. Lo mismo que Paúl Granda en el caso mascarillas (“le mandaron a comprar las más carillas y cumplió”, decía un meme ingeniosísimo): el responsable siempre es el subordinado de alguien importante y ese alguien importante nunca da la cara. Granda ya presentó la renuncia por el escandalete, pero el presidente de la República no se la acepta, así que ahí sigue: contra su voluntad, pobrecito.

¿Qué otra cosa tienen en común los casos alcohol gel y mascarillas, aparte del evidente sobreprecio? Pues la naturaleza de las empresas. Son de aquellas que en el país se multiplican como conejos, empresas que no existen para producir bienes, ofrecer servicios o crear empleo. Pueden hacerlo, pero eso es accesorio cuando no, directamente, una fachada. Les bastaría con ser (y muchas lo son) fantasmas de papel domiciliadas en la tienda de la esquina. Lo importante no es lo que crean sino lo que mueven. ¿Y qué mueven? Dinero. Bienes producidos por otros para generar dinero. Influencias que a la vuelta de la esquina se convierten en dinero. Firmas en un papel que después salen carísimas. En la audiencia por el caso Sobornos (que, como conté ayer, fue mi última cobertura antes de que comenzara la cuarentena) algunos de los acusados hablaban de sus empresas de este tipo con una naturalidad pasmosa. Empresas que no producen nada ni emplean a nadie y precisamente por eso, porque no producen nada ni emplean a nadie, les va extraordinariamente bien.

-Ay, Valeria, mira que eres gil. ¿Para qué te complicas fabricando cosas?

-Sí, qué huevada, debería vender cadáveres en las morgues de los hospitales. Te juro que me iría mucho mejor que con el alcohol gel.

-O comprar alcohol gel en la Fybeca, cambiarle de frasco y venderle al Paúl Granda al triple de su precio.

-¡No! ¿Quién me crees? Para hacer eso primero tendría que hacerme amiga del Paúl Granda. Y para eso sí que no me da el estómago.