Daniel Noboa: Un año de campaña electoral y de conflictos de intereses
Análisis | Daniel Noboa no ha dejado de ser candidato ni por un día. La reelección y sus propios intereses lo marcan
Los más optimistas invocaban la figura de Clemente Yerovi, el presidente interino de la República que en nueve meses de gobierno, entre marzo y noviembre de 1966, pacificó el país, lo reconcilió después tres años de dictadura, estabilizó las finanzas y entregó el poder a una Asamblea Constituyente.
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La idea de un gobierno corto, de transición, con la tarea no de ejecutar un proyecto político sino de poner la casa en orden, parecía la más adecuada para el primer presidente surgido de un proceso de muerte cruzada con el fin de completar el período de su antecesor: un año y medio, en este caso. El propio Daniel Noboa se declaró inspirado por Yerovi.
Noboa y su verdadero objetivo: la reelección
Luego se comprobaría que, como en casi todo lo que dice, hablaba por hablar: nunca tuvo la intención de entregar el poder, sino la de reelegirse. Y ese proyecto ha marcado su primer año de gobierno.
De su reelección habló Noboa en Washington, con los organismos multilaterales, ya electo pero antes de asumir la Presidencia, y provocó una subida del riesgo país a niveles insospechados.
Su condición de candidato ha marcado incluso el más importante de los temas de su agenda: la inseguridad. Su declaración de “conflicto armado interno”, que la Corte Constitucional nunca reconoció pero a la que él no puede renunciar por el enorme poder propagandístico que tiene la imagen de la guerra, es quizás el tema más importante de su campaña.
Del presunto Plan Fénix no hay constancia de que exista, pero hemos visto al presidente, con casco y chaleco antibalas, dirigiendo una marcha de tanquetas por el puente que conduce a Durán, en una imagen que dio la vuelta al mundo: privilegió el impacto mediático interno por sobre los intereses de un sector turístico que resultó afectado por semejante propaganda.
En cuanto al ejemplo de Yerovi, poner la casa en orden significaba, en el momento en que Daniel Noboa asumió el poder, sobre todo dos cosas: en primer lugar, aplacar las ínfulas golpistas que, animadas sobre todo por el correísmo, estaban activas en el país desde 2019 y acababan de alzarse con la cabeza de Guillermo Lasso, obligado a renunciar tras dos años de conspiración y tentativas de golpe constitucional; en segundo lugar, tomar las medidas necesarias para que la crisis energética que marcó los últimos meses del gobierno de Lasso no se repitiera, asumiendo que un nuevo estiaje era inevitable y que el modelo de gestión del sector eléctrico no estaba preparado para superarlo.
El pacto de Noboa con el correísmo
Noboa asumió el primer desafío de la manera más insólita: pactando con los golpistas. En cuanto al segundo, se limitó a dejar que pasara el tiempo y no hizo nada. Nomás puso su firma a una inservible ley “No más apagones”, al parecer diseñada para satisfacer a sus aliados correístas más que para solucionar el cataclismo que se venía.
Si hay algo que define la condición política de Noboa es su pacto con el correísmo: retrata de cuerpo entero a un presidente sin convicciones democráticas, sin una filosofía política definida ni proyecto de país, un presidente que un día se reivindica como pro y no anti y poco después se convierte en la encarnación del anticorreísmo sin dejar nunca de llegar a acuerdos puntuales con ese partido; un orador errático cuya abismal falta de elocuencia proviene del hecho de que no tiene mucho que decir prácticamente sobre nada, como no sean lugares comunes y fórmulas de campaña.
Un empresario que no critica ni reforma el modelo estatista del sector energético a pesar de encontrarse en lo más profundo de la crisis, acaso por no haber reflexionado nunca en esos temas. Que no tiene una propuesta liberal ni se lleva bien con los gremios de la producción. ¿Qué clase de plan de gobierno cabe entre semejantes líneas de pensamiento? La respuesta es clara: uno a favor de sus propios intereses.
Conflictos de interés en su gestión
De ahí se desprende una de las características principales de este primer año de Daniel Noboa: el conflicto de interés como símbolo de su gestión.
Noboa se hizo presidente para perdonarse casi 60 millones de dólares de intereses y multas por concepto de impuestos no pagados, a través de una ley económica urgente, la primera que envío a la Asamblea, que sería un escándalo en cualquier democracia menos indolente.
Noboa es presidente para obtener en tiempo récord licencias ambientales a los proyectos inmobiliarios de su esposa en zonas protegidas. Noboa es presidente para quitarse del medio a sus rivales personales, para despojar a la familia de su exesposa (los Goldbaum, dueños de Seguros La Unión) de un millonario contrato con Petroecuador; o para presionarlos con la Dinapen y llevarse al niño cuya tenencia está en disputa…
Cuestionable forma de operar de ministros
Y en esta agenda personal, moviliza a funcionarios públicos, como ocurrió en el caso del proyecto inmobiliario de Olón, quizás un tema menor de su mandato pero muy revelador con respecto a su forma de operar: su ministro de Obras Públicas hizo los estudios; la de Gobierno, estuvo a cargo de los trámites; la del Ambiente, amiga de su esposa, otorgó las licencias; un alto representante de su partido, era el representante de la empresa… Así gobierna Daniel Noboa.
¿Qué haría el presidente si no fuera candidato? ¿Hasta dónde sería capaz de llegar si no tuviera la presión que implica una elección en el horizonte? Este primer año de su gobierno podría ser, si llega a ganar las elecciones, una pálida muestra de lo que vendría a continuación.
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