La democracia en su tormenta perfecta
Análisis. El populismo y el indigenismo, dos dinosaurios sobrevivientes del siglo pasado, gozan de buena salud. Sobre todo en Ecuador
“Cuando estaba haciendo este repaso por América Latina -dice Carlos Granés (Bogotá, 1974)- me resultó evidente que todos los proyectos políticos de la región habían fracasado”. Y enumera: el PRI, la dictadura perfecta que surgió de la revolución mexicana, pasó a mejor vida; el APRA del peruano Haya de la Torre no sobrevivió al cambio de siglo; el castrismo de los dinosaurios cubanos, aunque continúe en el poder, “es un zombi”... Todos muertos “menos dos”: el peronismo, cifra y modelo de todos los populismos que hoy se multiplican a ambos lados del Atlántico, y el indigenismo, reforzado con el discurso hegemónico de la teoría de las identidades surgido en las cátedras de estudios culturales de las universidades de Estados Unidos. Y probablemente en ningún país de América Latina esos dos viejos sobrevivientes de los delirios políticos latinoamericanos del siglo XX se entrecruzan y se retroalimentan y gozan de mejor salud como en el Ecuador. Juntos forman (y aún falta añadir el narcotráfico) una tormenta perfecta para la democracia.
Carlos Granés vive en Madrid, donde acaba de publicar el libro más ambicioso, riguroso, complejo y erudito (y también el menos complaciente) que se haya escrito en mucho tiempo sobre lo que su compatriota Germán Arciniegas llamo “el continente de siete colores”: ‘Delirio americano: una historia cultural y política de América Latina’ (editorial Taurus). Sus 600 páginas abarcan desde la independencia de Cuba hasta el socialismo del siglo XXI y la sorpresivamente intrascendente muerte de Fidel Castro. Un siglo y cuarto de historia marcada por la escasa cultura democrática de un continente donde los opuestos más inverosímiles conviven con naturalidad (la revolución institucionalista, la vanguardia reaccionaria...) y donde las élites culturales más brillantes terminan haciéndole el juego (desde Lugones y Vasconcelos hasta Cortázar y García Márquez) a los totalitarismos de distintos signos. En días recientes Granés pasó por Ecuador: asistió al Encuentro de Literatura de Cuenca, dictó una conferencia sobre su obra en la Universidad de las Américas de Quito y conversó con este Diario sobre los ingredientes de la tormenta que oscurece el horizonte de nuestras democracias.
Iza halló el pretexto para romper
Leer másEl populismo, dice Granés, es el gran producto de exportación latinoamericano. Turquía, Hungría, Polonia, Grecia, España dividida entre Podemos y Vox, el Brexit, Donald Trump... El mundo, dice él, vive una auténtica latinoamericanización de la política. ¿En qué consiste ese fenómeno? En la parasitación de la democracia liberal por la democracia populista. Escucharlo describir este proceso es revivir el período correísta: “La gran fuerza del populismo -dice- es que no se opone a la democracia, juega a la democracia, es una forma perversa de democracia que retoma muchos de sus elementos: las urnas, la confrontación política, la campaña (nada exalta más a un populista)... Todos los elementos de la democracia liberal son su trampolín para otros fines. Ya en el poder, su lado demócrata empieza a erosionarse y surge el caudillo que busca cooptar las otras instituciones del poder para aumentar el suyo, a parasitarlas. Por ejemplo, con la práctica (muy correísta) de crear instituciones paralelas que le quitan competencias a la institucionalidad formal, instituciones paralelas que empiezan a nombrar funcionarios del Estado afines al gobierno, de modo que las instituciones reales pierden poder, pierden facultades, pierden legitimidad y acaban siendo cosas accesorias. Multiplicar instituciones en lugar de echarlas abajo”. ¿No terminó el Ecuador con cinco poderes del Estado? ¿No es el CPCCS el ejemplo máximo de institución parásita?
“El problema con el populismo -continúa Granés- es que no sabe hacer nada que no sea propaganda. El populismo es una guerra de relatos, de simbologías, de resignificación del lenguaje, pero no tienen una sola solución real para un problema real. Lo único que consiguen es que la gente empiece a apasionarse, a dejar de lado la razón y a votar con la pasión. Por símbolos, no por soluciones, porque alguien supuestamente representa el bien y hay que oponerse a otro alguien que representa el mal”.
En cuanto al otro componente de la tormenta, el indigenismo, Granés propone leerlo a la luz de la teoría de las identidades: “Esto está fragmentando la ciudadanía y además restaurando un concepto peligrosísimo que es el de raza, un concepto que hizo muchísimo daño en el pasado y que con muy buen criterio se dejó a un lado, dejó de ser una herramienta útil para definir las diferencias entre las personas. Y hoy en día está en auge: el tema de la etnia, de la raza, de los grupos racializados. Es algo que genera una división: la idea de que unos son una cosa y otros son otra cosa y, llevado al extremo, que unos tienen unos derechos y otros tienen otros, unos tienen una legalidad y otros tienen otra legalidad. Es el extremo de la fragmentación. Es tan absurdo y además tan anti-izquierda. Porque la izquierda es internacionalista: el socialismo marxista supone la anulación de las diferencias físicas. Y luego está el gran sueño de la izquierda latinoamericana, que es la patria grande, la unión latinoamericana. Estos países que optan por la plurinacionalidad están complicando aún más ese gran sueño, porque no solamente tenemos la fragmentación del continente en veintitantos países pequeñitos, sin ninguna relevancia internacional precisamente por nuestra pequeñez, sino que ahora, encima de eso, se quiere fraccionar esos pequeños países”.
El CPCCS, una presa esquiva
Leer másHay una paradoja que el libro de Granés explica con bastante claridad: peronismo e indigenismo comparten una misma fuente de inspiración: el fascismo italiano. Tanto Perón como José Carlos Mariátegui (el teórico peruano de los años 20 que inspira a los actuales mariateguistas ecuatorianos del círculo de la Conaie y que inventó el concepto del comunismo indoamericano que estos retoman y sobre el cual Leonidas Iza escribió su libro), ambos recibieron sus lecciones políticas más definitivas del ascenso de Mussolini, al que asistieron en persona. Del fascismo aprendió Mariátegui que la política consiste en la actualización del mito, y que si el incario había sido una gran experiencia colectivista, el mundo andino podía encarnar ese pasado en una nueva vanguardia comunista así como la Italia de Mussolini encarnaba los fastos imperiales de la antigua Roma. Perón, en cambio, aprendió que la política era un espectáculo de masas, una experiencia estética (que él convirtió en melodramática) cargada de emotividad y privada de raciocinio. Que tanto indigenistas como populistas de izquierda utilicen hoy el epíteto de fascista como arma arrojadiza contra cualquier cosa que les huela a derecha (y que siempre será, para ellos, “extrema derecha”, porque ahora no hay otra) es solamente una muestra más de ese delirio político que caracteriza a este continente donde las cosas no son lo que parecen.
Siglo xx corto, siglo xx largo
‘Delirio americano’ es, al mismo tiempo, una introducción a la cultura latinoamericana contemporánea, con especial énfasis en la literatura y en las artes plásticas, y, al mismo tiempo, una teoría para interpretar los procesos políticos del continente. Y cómo ambos se nutren, se fecundan e influyen mutuamente. Si el historiador británico Eric Hobsbawm propone, para el occidente desarrollado del planeta, la concepción de un “siglo XX corto” (empieza en 1914, con el fin de la ‘belle époque’ y el principio de la Primera Guerra Mundial, y termina entre 1989 y 1991, con la caída del Muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética), Granés defiende para esta sección de occidente llamada América Latina la idea de un siglo XX largo: desde 1895, con la independencia de Cuba, hasta 2016, año de la muerte de Fidel Castro.