Derrame de petróleo río Caple en Esmeraldas.
Una mancha negra se puede observar en el río.LUIS CHEME

Derrame en Esmeraldas: El Roto, un recinto fracturado por el petróleo

De una localidad con tierras fértiles, a una que requiere químicos para cultivar. Habitantes experimentan daños en la salud

En un rincón de la parroquia Cube, en el cantón Quinindé, yace un pequeño recinto cuya historia carga las cicatrices de la contaminación. Antes conocido como Puerto Rico, hoy lleva el nombre de El Roto, un apelativo que, según sus habitantes, resuena con los estragos del desbordamiento de un estero hace seis décadas y las constantes averías del Sistema de Oleoducto Transecuatoriano (SOTE). Este último no solo atraviesa sus tierras, sino también sus vidas.

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El Roto alberga a más de 600 personas distribuidas en 130 familias. Con dos estrechas y empedradas calles, sus paisajes se entrelazan con la presencia del río Caple y las tuberías del oleoducto, que pasan a pocos metros de las casas. El Caple, otrora fuente de vida y sustento, ahora arrastra manchas negras que delatan el impacto de los derrames de hidrocarburos. Desde 1976 hasta la actualidad, las rupturas del SOTE han afectado repetidas veces a este territorio, dejando a su paso aguas contaminadas y suelos infértiles.

Al llegar a El Roto, el aire se vuelve denso, cargado de un aroma penetrante y químico que irrita los sentidos. El olor a hidrocarburo domina la atmósfera con una intensidad que parece adherirse a la piel, a la ropa, al entorno mismo. Es un olor que asfixia, que llena los pulmones de una pesadez insoportable y deja un rastro amargo en la garganta.

Unas 2.500 familias que viven en las orillas del rio Caple, en Quinindé, se han visto afectadas por el derrame de petróleo.
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Con la humedad del invierno, ese aroma se intensifica, se dispersa en cada rincón y transforma la tranquilidad natural del ambiente en una presencia inquietante y tóxica.

El silencio en las calles del recinto cuenta otra historia. Las risas de los niños, antaño habituales durante las tardes de juego, han sido reemplazadas por una calma que no invita a la serenidad, sino al desasosiego. Las casas permanecen cerradas. Dentro, sus habitantes se refugian del hedor, mientras los perros se pasean con un andar lento, como si también sintieran el peso de lo que flota en el aire. Es un silencio que no descansa, un reflejo de un pueblo que sobrevive entre la resignación y la esperanza de que algún día la contaminación desaparezca.

Las personas, aunque visibles en las primeras horas de la mañana y al mediodía, parecen caminar con prisa, como si quisieran alejarse de la presencia omnipresente del crudo. El miedo y el hastío se dibujan en sus rostros, y sus palabras son pocas, cargadas de frustración.

La influencia del río Caple

En El Roto, el río Caple no era simplemente un recurso natural: era un protagonista en la vida de sus habitantes. Los niños pasaban las tardes en sus aguas, jugando y chapoteando bajo el sol. Por las mañanas, las mujeres acudían a lavar la ropa mientras los hombres pescaban camarones y regaban los sembríos.

Ahora, la imagen de niños corriendo libres por las orillas del río pertenece al pasado. Las aguas que antes daban vida están ahora teñidas de negro.

El Roto era también conocido por sus abundantes cultivos de productos de ciclo corto, como tomate, pimiento, sandía y habichuelas. Pero hace 20 años esa realidad cambió. Los constantes derrames de hidrocarburos contaminaron la tierra y el aire.

Klever Mendoza, dueño de una finca cercana al río, relata con nostalgia cómo el suelo fértil de antaño garantizaba buenas cosechas. “Nuestros productos llegaban a supermercados de todo el país”, recuerda.

Hoy esas tierras cargan una realidad muy distinta. Para sacar adelante una cosecha, los agricultores deben recurrir a químicos, pues la contaminación ha deteriorado la calidad de la tierra. A pesar de ello, las familias del recinto se esfuerzan por mantener viva su identidad agrícola, aunque los días comienzan con un pueblo vacío, mientras los hombres parten al campo con machetes y motoguadañas.

Derrame de petróleo río Caple en Esmeraldas.
El paso del crudo deja una huella en la orilla del afluente.LUIS CHEME

Problemas a la salud

La contaminación no solo se ha apoderado de la tierra; también ha afectado el aire que respiran. María Delgado, madre de dos niños, vive cerca del río y asegura que el olor a hidrocarburo se intensifica durante las noches de invierno. “Mis hijos no pueden dormir. Tienen comezón, ardor en los ojos y dolor en la garganta”, lamenta.

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Ángel Bone, de 58 años, ha sido testigo de la transformación de El Roto. Con una memoria lúcida, rememora una mañana de 1976 en la que los árboles amanecieron con las hojas teñidas de negro, producto de un derrame de petróleo. Desde entonces, los habitantes han aprendido a vivir con la contaminación, adaptándose a las adversidades y resistiendo, aunque la esperanza de hallar soluciones parece desvanecerse con cada nueva rotura del oleoducto.

En 2008, Petroecuador ofreció una indemnización a 42 personas tras un derrame de diésel. Fue una excepción en la historia de El Roto, pues incidentes posteriores, como los de 2018, 2023 y el reciente en marzo de 2025, han quedado en el olvido de las autoridades. “Esperamos que esta vez sí se hagan presentes porque la afectación es grave”, anhela Bone, aferrándose a la esperanza.

Desde 1972, el cantón Quinindé ha sido atravesado por más de 80 kilómetros del SOTE, una infraestructura que transporta 360 mil barriles de petróleo diarios y conecta la Costa, Sierra y Amazonía. No obstante, para los habitantes de El Roto, este sistema simboliza no solo progreso, sino también tragedia.

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