El desalojo de Calais incomoda a refugiados
Ha sido su hogar provisional en los últimos meses y, aunque sabían que no era más que un trampolín para acceder al Reino Unido, centenares de inmigrantes en Calais asistieron incrédulos al segundo día de derribo del campamento francés bautizado como ‘l
Ha sido su hogar provisional en los últimos meses y, aunque sabían que no era más que un trampolín para acceder al Reino Unido, centenares de inmigrantes en Calais asistieron incrédulos al segundo día de derribo del campamento francés bautizado como ‘la jungla’.
El trabajo de las excavadoras y de decenas de operarios de una empresa contratada por las autoridades francesas va minando paulatinamente el poblado de chabolas y tiendas de campaña que se extiende en una explanada a las afueras de la ciudad portuaria francesa.
Es un punto estratégico para entrar en el Reino Unido, puesto que desde allí parten multitud de ferris y también el tren subterráneo que cruza el Canal de la Mancha.
Introducirse clandestinamente en uno de los camiones que de forma cotidiana hace el trayecto es el objetivo de los miles de inmigrantes que, llegados de todo el mundo, aguardan en Calais su oportunidad.
Hasta ahora, para hacerlo aguardaban en un campamento de fortuna, ‘la jungla’, donde el Estado y un puñado de organizaciones humanitarias instalaron algunos servicios básicos, agua corriente, reparto de comida y ciertos servicios sanitarios. Pero las autoridades francesas, espoleadas por una sentencia que les condenó por no respetar los mínimos vitales en el campamento, anunciaron su cierre paulatino.
Y este ha empezado por el sur del lugar, donde sus cálculos situaban algo menos de un millar de inmigrantes, tres veces menos que los que cuentan los organismos humanitarios. Después de que el pasado jueves se levantaran las últimas reticencias judiciales, las excavadoras comenzaron el desmantelamiento.
La primera reacción de los inmigrantes fue violenta, lo que provocó enfrentamientos contra las fuerzas del orden. Decenas de antidisturbios fueron enviados por el Gobierno francés para evitar altercados.
El desmantelamiento del campo prosiguió ayer, en medio de un impresionante cordón policial; la violencia del primer día dio paso a la impotencia de los clandestinos.
Los inmigrantes no entienden por qué Francia les priva de su precaria rutina. No saben adónde ir y su ya incierto futuro es ahora algo más sombrío. “No creo que derribar el campo sea una buena idea”, dijo el monje Johannes Maertens, que realiza labor solidaria en la zona.