Día del padre: Un médico que abraza a sus pacientes como a hijos
Desde la pediatría, Antonio Gámez salva vidas, devuelve sonrisas y es ese padre consejero que muchos necesitan
Hay quienes se hacen llamar papás porque con su genética activaron la chispa de la vida. Otros, porque optaron por criar a aquellos que se quedaron sin uno y también están aquellos como Antonio Gámez, un médico pediatra quiteño que gracias a su profesión hoy en día tiene más de 500 “hijos de corazón”.
Andrés Jungbluth: "Sigo aprendiendo a ser padre"
Leer másA lo largo de sus 26 años de profesión vio nacer a todas estas criaturas y desde entonces se convirtió en un “papá postizo” para algunos de ellos. Fue parte de sus partos, los atendió en sus enfermedades, vio crecer a la mayoría de ellos y los consejos para su formación personal cuando de jóvenes lo buscaban nunca faltaron.
Estuvo en todo momento. Infalible y siempre abierto a darles una mano amiga, una palabra de aliento, una solución a lo que parecía difícil e incluso presto para ayudarlos a librar batallas serias con drogas, intentos de suicidio y también para orientarlos en conflictos personales, amorosos y sexuales.
Es viernes. 10:30. El sol está prófugo y una pareja de hermanos de no más de 10 años planea silenciosamente cómo sorprenderán a papá este domingo, por su día.
Sus murmullos son los únicos que se distinguen en la sala de espera de la clínica SIME (Sistemas Médicos), situada en Cumbayá, al nororiente de Quito. “Tengo una tarjeta que hice en la escuela y le puse una foto tuya también”, le dice ella a él.
De repente, una mujer interrumpe el momento y con ello revela ser su madre. “Vamos hijos, papá ya llegó”. Y se marchan.
Para muchos de los pacientes que atendía desde bebés soy como un padre. El vínculo que tenemos es más allá del profesional. Me duele y me alegra lo que les pase
Día del padre: ¿Cómo celebrar a papá en Quito?
Leer másTras atravesar un pasillo está el consultorio de Gámez. En una habitación de casi 10 metros cuadrados descansa sobre una silla ergonómica, mientras espera la llegada de sus pacientes chaparritos.
La chispa que carga en su mirada se la dan los niños, asegura. A veces recuerda cuando estuvo en esa etapa. Ahí descubrió su amor por la medicina y años más tarde la pasión por la pediatría.
“Ellos son almas puras, nobles, sinceros. En mi vida he recibido a muchos chiquitos. Es una sensación muy emocionante, llena muchísimo como si se tratara de un hijo mismo. Da mucha ansiedad y expectativa, sobre todo porque nazcan bien, sin complicaciones. Lo más lindo de eso es entregar al bebé a sus padres. Ponerlo en el pecho de la mamita o ayudarle a papá para que pierda el miedo y lo cargue. Son momentos irrepetibles. Únicos”, recuerda.
Mientras revisa la agenda de citas en el computador y ordena los implementos con que recibirá a sus niños rememora sus primeros años de carrera y llega a su mente el recuerdo del primer “hijo de corazón” que ayudó a traer al mundo.
Día del padre: Héroes extraordinarios y sus enseñanzas
Leer másEs reservado y celoso a la hora de dar sus nombres, pero a todos los recuerda desde el primer llanto hasta la mayor gracia con la que lo han llenado de amor.
Una de las primeras criaturas que tuvo en sus brazos fue un varón. Tras varios intentos por concebirlo, finalmente sus padres pudieron tenerlo en sus brazos. “Fue un niño muy deseado y estaba muy nervioso. El parto fue por cesárea y gracias a Dios todo salió bien. Los papitos me querían hacer padrino, pero no pude. A este pequeñito lo atendí hasta que cumplió 14 años. Es maravilloso saber que más que una simple atención hemos construido un vínculo de confianza y afecto. Como él, tengo otros pacientes que ya son jóvenes de 22, 25 años, e incluso papás que siguen viniendo a verme y ya con barba me dicen que quieren que los siga atendiendo, pero ya no es posible”, cuenta el especialista.
Son las 11:10. En 20 minutos llegará Martín, un niño de 10 años y Gámez acomoda el estetoscopio alrededor de su cuello y narra que más que ser un médico se ha convertido en un padre para muchos de ellos. La confianza que ha construido y el afecto le han atribuido el derecho de darles consejos como un progenitor lo haría.
“Menos pensado, mientras estoy en el consultorio escucho la puerta y llega alguno de mis ya jóvenes pacientes. Entran y conversamos de lo que los aqueja. Procuro siempre hablarles con amor, con claridad, para que entiendan y tomen decisiones acertadas, para que se encaminen por la vía correcta y para que no sufran, más que nada, porque sí me duele cuando los veo mal”, suelta.
Hace unos meses, recuerda, recibió la visita de un adolescente de 14 años. Lo trató desde que era un bebé y en esta ocasión llegó sin sus padres. Necesitaba un consejo trascendental para su corta vida.
María del Carmen Bunea y Lenin Artieda: Madre novata y padre con experiencia
Leer másQuería tener relaciones sexuales con una chica, pero dudaba si era lo correcto. Al final escuchó el consejo del doctor y se marchó. No supo si lo hizo o no. Pero el dolor por verlos al borde del abismo también ha sido parte de esta paternidad prestada que ha vivido Antonio Gámez.
“Un día vino una niña de 14 años a la que conocía desde que tenía cinco. Su mamá estaba preocupada porque había intentado suicidarse en un par de ocasiones y al revelármelo la pequeña se descontroló, se puso mal y entró en crisis. La tuve encerrada conmigo hasta que activamos la emergencia y hacíamos algo con ella. Fue muy duro para mí. Me dolió bastante verla en esas condiciones, pero al final logramos ayudarla y hoy, gracias a Dios, ella está viva y recuperada”, relata mientras se toma el rostro con sus blancas manos en señal de lamento, como si estuviese viviendo nuevamente ese episodio.
El tiempo de entrevista se acaba y un “toc, toc” en la puerta lo devuelven a la realidad. Es momento de dar consulta, de ejercer su oficio, de salvar vidas desde la medicina o quizás de dar sofoco espiritual desde el calor de sus consejos y palabras que solo un hombre con corazón de padre podría entregar.