Análisis estratégico: ‘It´s the economy, stupid’
Las maquinarias de campaña en EE. UU. son de un tamaño difícil de asimilar para nosotros
El próximo martes, la potencia más poderosa de Occidente y nuestro principal socio comercial elegirá nuevo presidente. En esta ocasión, de acuerdo a las encuestas publicadas por los principales medios de EE.UU., hay un empate por el voto popular, que sabemos no define quién gobernará ese país por los próximos cuatro años. Estados Unidos es una democracia indirecta y son los delegados al Colegio Electoral los que eligen presidente. Cada estado tiene un número determinado de estos y se requiere un mínimo de 270 votos para ganar. Hasta el momento de escribir este artículo, ni Trump ni Harris los tendrían, todo depende de los resultados en siete estados clave, sobre los que tampoco hay una encuesta que pronostique con claridad quién lo logrará.
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Esta elección tiene implicaciones serias en países como el nuestro por las distintas visiones de Trump y Harris sobre comercio exterior e inmigración, léase remesas y preferencias arancelarias, y más allá de que los ‘no votantes’ de los condados de Samboronbronx y Cumbayork no analizan estos temas y se entusiasman de manera apasionada más por uno que por otro, hay que destacar que esta campaña deja lecciones enormes para los que creemos en la democracia y vemos cómo la polarización, el odio y los prejuicios han llegado a extremos.
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Leer másExtraña que los temas clave que definirán esta elección no sean los que de acuerdo a Pew Research preocupan principalmente a los ciudadanos: economía, salud pública, nombramientos en la Corte Suprema, política exterior y crímenes violentos.
Los mensajes de campaña
Los mensajes de campaña que apasionan a los votantes ahora son aborto e inmigración. La famosa frase del consultor político que llevó a Bill Clinton a la presidencia y, que además es el título de este artículo, parecería que ya no es válida. Una vez más las emociones puestas a flor de piel por campañas que apelan a lo más básico de los electores determinarán al ganador, ratificando que se vota con el corazón y/o el hígado, y no con el cerebro.
Las maquinarias de campaña en EE. UU. son de un tamaño difícil de asimilar para nosotros. Por ejemplo, el partido demócrata ha invertido más de 700 millones de dólares en producir y testear mensajes audiovisuales para utilizar solamente uno de cada 20 de los que se producen y se destinan a grupos étnicos y etarios claramente segmentados, o que una sola persona como Elon Musk haya donado 130 millones de dólares a la campaña de Trump. Ambos candidatos han contado con más de un billón de dólares exclusivamente en sus campañas, además de montos similares para elegir a los miembros del Congreso.
Llama la atención el extremo esfuerzo de los candidatos para estar presentes en actos de campaña; es común verlos en ‘rallies’ en diferentes estados el mismo día, destruyendo la hipótesis de que los medios masivos y digitales suplantan al contacto cercano con los electores.
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Esta campaña también ha terminado con tradiciones como el número de debates entre los candidatos o que algunos medios hayan decidido no anunciar públicamente a qué candidato apoyan, como ha sido el caso del Washington Post.
La personalidad y actitudes de ambos candidatos los hacen ser amados u odiados. El uno promete hacer grande a su país nuevamente y la otra una nueva vía hacia adelante. Los mensajes de campaña basados en una violenta posición contra la inmigración ilegal y el desentenderse de los problemas de otros países ha resonado muy bien con jóvenes de toda condición y origen étnico; asimismo, la segmentación del voto femenino abanderando el derecho al aborto, camuflado como derechos reproductivos, ha resultado efectiva para captar la preferencia de las mujeres menores de 30 años.
Desconcierta que estos sean los temas que definirán la elección del país portaestandarte del mundo libre.
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