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Producción. Valcir Rodrigues, de 51 años, extrae caucho de un árbol de hevea (Hevea brasiliensis).AFP

La segunda vida del caucho reactiva la economía amazónica

Décadas después de su extinción, el oficio de siringuero renace en esta región de conservación 

Apenas sale el sol en la isla amazónica de Marajó, Renato Cordeiro se calza las botas, toma su cuchillo y sale a rasgar sus siringas. Gota a gota, extrae su leche para obtener el caucho que le da sustento.

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El reciente resurgir del oficio de ‘siringuero’ en este empobrecido territorio del norte de Brasil activó una economía sostenible y devolvió el empleo a familias que durante generaciones vivieron del apogeo del caucho de la Amazonía, hasta que la demanda se hundió a fines del siglo XX.

Una iniciativa de la empresa local Seringô posibilitó a Renato y a más de 1.500 siringueros retomar su labor para fabricar productos como calzado, y cuidar asimismo de la selva, castigada cada vez más por la deforestación.

Y es que el jardín de este hombre enjuto, de 57 años, es nada menos que la Amazonía. En la parte trasera de su palafito sobre el río Anajás, decenas de siringas naturales se confunden entre árboles centenarios y palmeras típicas de esta isla, rodeada por un lado de mar y por otro de cauces.

La selva, su ‘patrimonio familiar’

“Empecé a rasgar a los siete años con mi madre”, explica Renato, mientras sostiene su cuchillo, del que sobresale una pieza metálica para hacer las incisiones en la corteza.

A cada corte, realizado con cuidado para no dañar el tronco, este árbol nativo de la Amazonía empieza a verter su látex en un recipiente colocado debajo. Mientras se llena, Renato acomete la siguiente siringa.

La tarea suena fácil, pero el siringuero debe conocer los tiempos de la llamada ‘mamá’ de la selva. Al igual que el pecho materno, la leche solamente sale si se estimula con frecuencia.

A casa se lleva diariamente unos 18 litros, que mezcla con vinagre hasta obtener unas rodanchas de pasta blanquecina, que cuelga en una cuerda durante diez días para que se sequen. Así, el caucho está listo para ser vendido a Seringô, que lo r en el embarcadero de su casa.

El orgullo de este hombre, casado y padre de tres hijos, es notable. Después de casi dos décadas malviviendo de la caza y la colecta de açaí, retomó en 2017 su oficio para “proteger” lo que define como su “patrimonio familiar”, la floresta.

Proteger versus destruir

“Deseaba tanto que esta actividad volviera”, asegura río arriba, al norte de la localidad de Anajás, otro siringuero, Valcir Rodrigues, un padre de familia de 51 años.

“Queremos dejar un mundo mejor a nuestros hijos, por eso no deforestamos”, añade Valcir, quien explica que cada tanto debe hacer frente a madereros que invaden su tierra para talar árboles.

“Deberían entender hasta qué punto dañan la selva y se perjudican, porque muchas veces estas personas a sueldo se acaban endeudando con sus patronos”, revela Valcir.

La deforestación se disparó en Marajó cuando la demanda de caucho amazónico para fabricar neumáticos se esfumó, debido a que países como Malasia empezaron a plantar siringas a gran escala.

Pero del caucho vive de nuevo toda la familia de Valcir: su esposa y su suegra lo trabajan con destreza para fabricar coloridos objetos de artesanía, que se venden especialmente en Belém, la capital del estado de Pará, al este de Marajó.

“Yo era funcionaria, pero la Alcaldía nunca me dio trabajo. Este es mi primer oficio de verdad y me encanta”, cuenta Vanda Lima, una sonriente mujer de 60 años.

Cuestión de familia

Con uno de los peores índices de desarrollo humano (IDH) de Brasil, “era necesario generar una renta en Marajó”, explica Zelia Damasceno, que fundó Seringô junto a su esposo para estimular la bioeconomía en la región.

Aunque al principio fomentaron la artesanía, la pareja se percató de que el siringuero estaba “insatisfecho” con solo extraer caucho para que su esposa trabajara.

“Por eso imaginamos un segundo uso, el zapato, para que él pudiera también ganarse una renta”, dice esta paraense de 59 años.

Su fábrica de Castanhal, al este de la isla, produce diariamente cerca de 200 pares de zapatillas deportivas y sandalias biodegradables, pues están hechas en un 70 % de caucho y un 30 % de polvo de açaí.

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Recientemente recibió el espaldarazo de la Gobernación de Pará para alcanzar la cifra de 10.000 siringueros en Marajó, en el marco de un programa de desarrollo en la región lanzado antes de la COP30 de la ONU, prevista en noviembre en Belém.

Damasceno admite que todavía quedan retos. “Hay jóvenes que no quieren seguir ese camino. Debemos concienciarlos de que es importante ese trabajo para preservar la selva y su futuro”.

Una fuente de exportación

Entre los años 1870 y 1920, la Amazonía estuvo marcada por la importancia crucial de la explotación del caucho, que llegó a suponer hasta el 40 % de las exportaciones de países como Brasil. Según recoge el portal de información Dialnet, en unas pocas décadas la casi totalidad del inmenso territorio amazónico se puso en explotación por medio de unos modos y relaciones de producción no capitalistas que, articulados sin embargo al sistema capitalista mundial, permitieron la extracción de la goma con mínimas inversiones de capital. La actividad, no obstante, permitió prácticas como la esclavización.

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