La emancipacion de la mujer
El 6 de febrero de 2018 marcó el centenario de la Ley de Representación del Pueblo, que concedió por primera vez el derecho de voto a (algunas) mujeres en Gran Bretaña -una recompensa por el trabajo femenino durante la Primera Guerra Mundial. En honor a este evento histórico se erigirán estatuas en ciudades británicas de dos líderes en la lucha por el sufragio femenino: Millicent Fawcett y Emmeline Pankhurst.
La emancipación económica de las mujeres tuvo que esperar hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la escasez permanente de mano de obra masculina -que incidentalmente es el resultado de las políticas keynesianas de pleno empleo- sacó cada vez más mujeres de las labores domésticas y las llevó a trabajar a las fábricas y las tiendas. Esta segunda ola de emancipación se concentró en las desigualdades económicas, especialmente la discriminación en la selección de empleos y las disparidades en los salarios y los derechos de propiedad.
Estas batallas también han sido ganadas en su mayoría. La discriminación en la herencia ha desaparecido hace mucho tiempo, y se acepta en teoría la igualdad de remuneración por el mismo trabajo, aunque persiste un sesgo de género (como ocurre con la selección de puestos superiores).
La pregunta es si la paga debe ser igual en un área en la cual el rendimiento es desigual “por naturaleza”. En tenis, se acepta el principio de igualdad de retribución por rendimiento desigual para eventos de grand slam, pero no para otros. En otra parte, la brecha salarial de género sigue siendo llamativa, en particular en el fútbol (balompié). A la capitana del equipo de mujeres profesionales de Inglaterra, Steph Houghton, se le paga solo £ 65.000 ($ 90.000) al año, mientras que a Neymar, el jugador masculino más caro del mundo, recibe aproximadamente 500 veces más.
Un argumento frecuentemente utilizado para igualar el salario es que las deportistas ponen tanto esfuerzo como los deportistas para producir resultados. Esto se remonta a la antigua teoría laboral del valor, que sostenía que todo valor fue creado por el trabajo. Pero el vínculo entre las horas de trabajo y los precios de mercado es casi inexistente en la práctica, por lo que los economistas necesitan una explicación diferente para los precios del mercado.
Los economistas de hoy dicen que los precios (incluidos los sueldos y salarios) están determinados por la demanda del consumidor. Lo que cuesta una cosa depende no de la cantidad de tiempo y el esfuerzo dedicado a producirlo, sino de lo que vale para el comprador. A los futbolistas masculinos se les paga más que a las jugadoras porque sus servicios son más solicitados. Si los equipos de fútbol femenino comenzaran a pagarles a sus jugadores lo mismo que a los equipos masculinos, irían a la quiebra.
Los precios de mercado, insisten los economistas, no miden el valor moral sino el valor del mercado. Si queremos que las recompensas determinadas por el mercado se equiparen con las recompensas “justas”, debemos abolir los mercados -la solución socialista- o reestructurar las preferencias individuales.