El Götterdämmerung de Alemania
Alemania atraviesa un momento político definitorio. La ausencia del Partido Democrático Libre (FDP) en las negociaciones para la formación de una coalición siembra dudas sobre la permanencia en el poder de la canciller Angela Merkel (Unión Demócrata Cristiana, CDU). La salida de los liberaldemócratas de las negociaciones con la CDU, con la rama bávara de esta última (la Unión Social Cristiana, CSU) y con los Verdes señala el fin de la tradición de formar gobiernos de coalición estables que definió la política alemana desde los últimos días del mandato de Konrad Adenauer en la posguerra. Sin el FDP, Merkel puede tratar de crear un gobierno de coalición con los socialdemócratas (SPD), pero este diezmado partido se declara decidido a permanecer en la oposición, para recuperarse de la aplastante derrota que sufrió en las urnas. Y cualquier otra coalición está descartada, porque ni a la extrema izquierda ni a la ultraderechista Alternative für Deutschland (AfD) se los considera socios aceptables. Un gobierno de minoría encabezado por Merkel es una alternativa probable si esta se niega a renunciar, ya que el presidente Frank-Walter Steinmeier no se muestra partidario de convocar a otra elección. E incluso el resultado de un nuevo llamado a las urnas no sería muy diferente, a menos que el líder del SPD, Martin Schulz, dé un paso al costado. La CDU y la CSU podrían integrar un gobierno de minoría sin participación formal de otros partidos. Una coalición minoritaria que incluya a los Verdes obligaría a la CSU a ceder en cuestiones migratorias y de política climática, algo innecesario en otras circunstancias, dado que el SPD, Die Linke (La Izquierda) y los Verdes no tienen capacidad para bloquear la aprobación de leyes. Merkel intentará evitar una coalición minoritaria con el FDP, para no depender de este partido. El FDP, por su parte, querría formar esa coalición precisamente para contener la propensión de Merkel hacia la izquierda y los Verdes. Un gobierno de minoría no sería necesariamente malo. Como tendría que buscar socios para aprobar leyes caso por caso, el Bundestag volvería a ser un foro de auténtico debate público. Los socios de la coalición llevan demasiado tiempo negociando decisiones de gobierno a puertas cerradas, para que el Bundestag luego se limite a ponerles el sello o vetarlas. Los que tal vez resulten más beneficiados por un fortalecimiento del Parlamento serán los pequeños partidos, que de otro modo casi no tendrían posibilidades de ejercer influencia. Un debate abierto beneficiaría sobre todo a la AfD, que salió de la elección de septiembre convertida de buenas a primeras en la tercera fuerza de Alemania. Un gobierno federal de minoría no sería tan fuerte en política exterior: a Merkel le costaría desempeñar un papel activo en la política europea y a los socios europeos de Alemania les costará obtener concesiones de Berlín. Esto será particularmente importante para Francia por el objetivo del presidente Emmanuel Macron de consolidar la eurozona otorgándole más atributos soberanos y su deseo de avanzar con una Europa de dos velocidades formada por una eurozona y una gran franja de países septentrionales y orientales de la UE que no usan el euro. Un gobierno alemán en minoría debería debatir largamente cada decisión importante con todos los grupos parlamentarios del Bundestag, antes de poder aceptar las propuestas de Macron (o cualquier otra). Es demasiado pronto para saber cómo se resolverá la incertidumbre política de Alemania y Europa, pero una Merkel forzada a rendir cuentas ante el Bundestag puede ser la mejor alternativa.