La gente importa
Somos tan distintos, siempre lo hemos sido. Razas entrelazadas en historias de amor. Nos hemos hilvanado con esos otros para construir familias, nos hemos hermanado en la búsqueda de propósitos comunes. Países refundados con la sangre de otras patrias que, unidas a tierras ajenas, conquistaron la libertad y fomentaron la unión universal. Ese es el tesoro de nuestra historia: nosotros. Por ello, en este siglo debería asumirse que está superada la discusión sobre si todos tenemos derecho a expresar la fe en nuestros dioses. Nadie se detiene a debatir si los cristianos podemos colgarnos en el pecho una cruz o que una mujer musulmana se cubra la cabeza. Es ridículo a estas alturas del partido desechar a los otros por su nacionalidad o sus creencias. Los países amigos, en su mayoría, son Estados laicos y eso es bueno, siempre y cuando no se entienda el laicismo como la condena a la libertad de expresar la fe públicamente, no solo porque es una forma natural de elegir el sentido de nuestras vidas sino porque ese otro representa una diversidad a la que estamos obligados a respetar y a alabar.
Hemos retrocedido. Trump y los socialistas del siglo XXI ahondan diferencias, expulsan a los que piensan diferente y condenan a los que no queremos ser ciegos ante la corrupción. No encaja en nuestra era el decreto de los EE. UU. limitando los derechos de seres humanos en razón de su nacionalidad. Sorprende que la Iglesia, a través de su vocero, califique y descalifique a los candaditos presidenciales, entendiendo contrariamente lo que han dicho respecto a la vida y a la familia. Parecería que todos quieren que, al igual que en siglos pasados, nos acuclillemos, les besemos las manos y les agradezcamos por robarnos la libertad.
Tal vez sea una era que nos toca vivir como generación. Tal vez pase pronto. Ojalá. Nuestra actitud como sociedad civil direccionará la historia del mundo, pues ya es sabido que el esclavo es el que se libera antes de que el amo ni se entere.
Abramos bien los ojos ante lo que pasa en el mundo y en el Ecuador. No seamos cómplices de las injusticias, votemos por quien no se crea dios-salvador, pues sabemos harto el tipo de fracaso y guerra que dejan.
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