Guayaquil se siente en los barrios.
Con gastronomía y teatro, el Festival de la calle Córdova celebró las fiestas julianas. Bellavista y la Ferroviaria hicieron de sus calles un campo de juegos populares.
Para el guayaquileño, el barrio es su hogar. Las calles, las manzanas que lo integran, los parques o rincones donde hicieron travesuras es eso, su hogar. Y como tal, a vísperas de la celebración de los 483 años de Fundación de Guayaquil, más de un vecindario se ha volcado a festejar a la ciudad, como se debe: en casa. Y a lo grande.
Ayer, por ejemplo, la cuadra de la calle Córdova y Mendiburu, en el centro de Guayaquil, se convirtió -por cerca de once horas que estuvo cerrada al tránsito- en un espacio gastronómico cultural que acogió todo tipo de artistas y tradiciones urbanas de antaño.
Al lugar, decorado con banderas y globos celestes y blancos, y papelitos multicolores que de vez en vez fueron lanzados desde los balcones de las viviendas, llegaron no solo los vecinos, sino también turistas y habitantes del norte y del sur que vibraron con los cantantes que se presentaron sobre una tarima; y los actores que exhibieron su arte al ras del suelo, frente al público, y cubiertos de vestimentas de finales del siglo XIX: sombreros de copa, bastones, trajes y guantes de cuero.
Para los visitantes, que se distribuyeron entre las dos veredas de la avenida, copada entonces de stands de comida y cerveza artesanal, el festival de la calle Córdova -como se denominó esta jornada, realizada por tercera ocasión por el Colectivo Cultural La Culata-, los juegos tradicionales y de antaño fueron la mayor distracción.
Hubo carreras de ensacados, bailes del hula hula, competencias de trompos y hasta un palo ensebado con productos comestibles guindados de una corona. “Es la primera vez que estoy aquí y me encanta. He bailado música doble y he recordado también los juegos de mi infancia”, dijo Josefina Palacios, de 52 años, mientras se disponía a pintar sobre el pavimento la noria La Perla, con tiza.
En el evento, los alumnos del colegio Americano, allí presentes, invitaron a los visitantes a hacer un mapa de Guayaquil con ese producto y crayones. “Nosotros también quisimos unirnos a la fiesta. Quisimos que la gente hable de los íconos de la ciudad y sus rincones preferidos”, explicó la alumna Keyla Alarcón, mientras mostraba parte del trabajo. Alrededor de las 14:00, ya se veía el monumento de la Iguana (situado en la avenida Las Monjas, Urdesa), las escalinatas de Las Peñas, su faro, y el Palacio de Cristal allí trazados.
El festival, que a juicio de Freddy Jirón, uno de los organizadores, pretende darle vida al sector y reactivarlo, sobre todo en las fiestas julianas, “donde hay gran afluencia de turistas”, cerró luego de una tarde de pasillos donde se le rindió tributo al compositor Carlos Rubira Infante.
En la ciudad asimismo otros tres barrios rindieron homenaje al Puerto Principal. En el cerro Santa Ana, las familias se asentaron en el escalón número 37, a la altura de la Plazoleta Los Monjes a bailar y a recitar; y en el mirador de Bellavista, la agrupación Laura Zambrano de Artera se reunió, tal como en la calle Córdova, a jugar (incluso los adultos) con cometas, canicas, cuerdas y sacos.
La noche del sábado en la ciudadela Ferroviaria asimismo la familia Pastor, una de las fundadoras del lugar, llevó a cabo la XIII edición del ya tradicional Festival de la Calle 8, que reúne a los vecinos del barrio y de ciudadelas aledañas, como La Fuente, para disfrutar de mariachis, comparsas, amorfinos, danzas y la elección de la Criolla Bonita.
“Con esta actividad, a la que se han sumado las nuevas generaciones, ha crecido el sentimiento de pertenencia. Aquí somos familia. Y celebramos a Guayaquil porque es esta tierra a la que pertenecemos”, precisó María Sánchez, moradora.