Hegemonia cultural
Como lo he escuchado al presidente citar a Gramsci, supongo que se justifica escribir una columna con cargo al polémico pensador marxista.
Correa y Lenín y otras personas discrepan con la corriente norteamericana del fin de las ideologías. En nuestro contemporáneo corre-corre, limitada concentración y episódica memoria las ideas de fácil digestión predominan, pero eso no significa que las ideologías han muerto. Podemos discutir qué es la ideología o pretender que solo lo que es político es ideológico, pero incluso allí seremos presa de la visión del mundo que derivamos y compartimos con nuestro entorno. Eso es precisamente la ideología: una visión del mundo.
Para Althusser, heredero de Gramsci, ideología es la forma bajo la cual las personas consideran normal relacionarse y vivir en sociedad. Ahora, mientras Althusser era académico, en calidad de activista político Gramsci buscó “normalizar” en la psiquis social la revolución y la lucha de clases: la ideología marxista había de penetrar en las mentes hasta convertirse en cultura hegemónica.
Es de sorprenderse que este razonamiento encuentre asidero casi un siglo después en trabajos de psicología social que acumulan premios Nobel: las decisiones que tomamos a diario, sin necesidad de connotación política, son consecuencia del contexto y de referencias, hegemónicas, digamos, en lenguaje gramsciano.
Se quejan Mera y Correa de que hasta Fander Falconí, “reservorio ideológico” de la revolución, la traicionó. Pero yo no veo que la ideología con la que fueron inundados los textos escolares durante una década, haya ni vaya buenamente a ceder espacio sin que otra la sustituya. Lo mismo pasa con la moral que esa ideología trajo consigo, pues bien parece que el espectáculo de enemistades, ruptura y transición que presenciamos, poca mella hace.
Para no llorar, riamos: es porque hemos normalizado tantas cosas que deberían escandalizarnos que todos pasamos por alto la presencia simbólica de Ola Bini la semana pasada ante la autoridad de un juez... Llevaba puesto, sin empacho, el sombrero negro que representa a los ‘hackers’ maliciosos.