Centenares de creyentes participaron en la procesión de Jesús del Gran Poder, que recorrió el centro.

El inicio de la Semana Santa unio a fieles de dos naciones

Ecuatorianos y venezolanos participaron en la procesión de Jesús del Gran Poder. Los ‘cucuruchos’ y las ‘verónicas’ caminaron en acto de penitencia.

Martha Soriano no habla desde hace ocho años. El fatídico día en que la tragedia llegó a su vida estaba en casa. El derrame le sobrevino de repente. Desde entonces, dejó de lado la costura y la jardinería, pasatiempos que amaba, por otros, como aprender a caminar. El habla nunca lo recuperó del todo, pero conservó la vida; eso, dice su hija Carla, es lo que importa.

Ambas mujeres llegaron a ayer a la procesión de Jesús del Gran Poder descalzas. Junto a centenares de creyentes, llenaron la plaza San Francisco y, ramos de palma en mano, caminaron a paso lento, sintiendo el ardor del asfalto caliente.

“Esto lo hacemos cada año, desde que mi mamá está un poco mejor. Es una manera de dar gracias a Dios y de mostrar nuestra humildad ante él”, indicó la joven.

La caminata fue la principal de varias que se llevaron ayer en el Puerto Principal para marcar el inicio de la Semana Santa. Pero el Domingo de Ramos se sintió desde el inicio del día, cuando, a partir de las 07:00, vendedores de ramos se agolparon en las puertas de las iglesias para ofertar a los fieles las palmas, sobre las cuales recibir la bendición de Dios.

En la plaza, la procesión empezó pasadas las 15:30 con la formación de los ‘cucuruchos’ y las ‘verónicas’, hombres y mujeres ataviados de morado, que simbolizan el arrepentimiento y la penitencia.

Para Roger Tomalá, esta empezó con una novena y dos semanas de ayuno. “Todos tenemos nuestros motivos para estar aquí, y Dios los sabe todos. Para mí, no tiene que ver con una costumbre, o con un acto de religiosidad, sino que es un acto de fe. Yo estoy aquí porque soy pecador, y quiero mostrarle a Dios que, aunque flaqueo, me arrepiento y trato de vivir una vida digna”, estableció.

El hombre, al igual que sus compañeros, caminó completamente cubierto de pies a cabeza con su túnica morada, deteniéndose cada dos cuadras para hacer las estaciones del viacrucis y rezar a viva voz.

A pocos pasos, un grupo de gente con la imagen de una Virgen en mano, los seguía. Los lideraba Mireya Barrios, una venezolana que arribó a la ciudad hace ocho meses. Sus compañeros eran todos compatriotas, aunque de distintas partes de su país natal.

“Una vecina me habló sobre la procesión y se lo comenté a algunos amigos. Para nosotros es difícil, porque somos migrantes, porque a veces no tenemos ni qué comer. Todos tenemos nuestras penurias y qué mejor que pedirle a Dios que nos ayude, porque solo él sabe lo que hemos vivido”, comentó con la voz entrecortada.

Para la mujer, esta es solo la primera de las manifestaciones de fe a las que acudirá a lo largo de la semana. “Nos han hablado mucho sobre el Cristo del Consuelo, y para allá también nos vamos”, aseveró.

Con ella concordó Ronald Bazurto, uno de sus acompañantes. “Nosotros tenemos nuestros santitos en casa, pero no está de más ir sumando otros”, comentó.

Para el padre Luis Echeverría, párroco de Nuestra Señora de los Ángeles, que organiza la caminata desde los años 80, esta suma de devotos es bienvenida. “Este es un acto de amor a Dios, y como el Señor, está abierto a todos los que creen”.