Asistencia. Los inmigrantes han encontrado en la unidad educativa de Sergio Toral un refugio seguro.

Los inmigrantes desalojados hallan un refugio en el norte

En un antiguo plantel situado en el sector de Sergio Toral permanecen 28 familias venezolanas. Los extranjeros están a la espera de una oportunidad laboral.

“No hay mal que por bien no venga”, reza un viejo refrán que cae preciso a la familia de Gregory Guerra. Él, su esposa Gailvanca Balbuena y su pequeño hijo estuvieron en el grupo de al menos 300 venezolanos que el martes último fue desalojado de los bajos del intercambiador de tránsito que une la avenida de las Américas con la autopista Narcisa de Jesús Martillo Morán.

En medio del enfrentamiento suscitado ese día con elementos de la Policía Nacional y la Metropolitana para que abandonaran la parte inferior del viaducto -ocupado desde hace más de un año- apareció el apoyo solidario para este hogar, a través de un dirigente que le ofreció un espacio seguro para pernoctar.

Un edificio de tres pisos de la manzana 3.264 de la primera etapa del sector Sergio Toral donde funcionó un plantel, es el hogar provisional para 28 familias extranjeras, incluida la de Guerra. El respeto a los vecinos fue una de las condiciones que deberán cumplir los inmigrantes para permanecer en este sitio ubicado en el noroeste.

“La ayuda fue una bendición de mi Dios, porque quizá en este momento estuviéramos durmiendo en la calle”, expresó Gregory, quien admitió que por la actitud de malos compatriotas fueron retirados a la fuerza de los bajos del intercambiador.

Uno de esos hechos ocurrió la tarde del domingo, cuando ciertos sujetos agredieron a chicos que querían ingresar a las rampas de patinaje.

Mientras aliñaba el pescado para el almuerzo de ayer, el joven de 36 años comentaba que salió de su natal Maracaibo hace un año con destino a Colombia, país que abandonó aproximadamente hace un mes para venir a Ecuador, porque no podía subsistir con lo poco que allá ganaba como obrero.

El dirigente Sergio Toral dispuso que las aulas del edificio sean acondicionadas como dormitorios, colaborando con cocinas, colchones y alimentos. Algunas organizaciones caritativas aportaron con vituallas, además han recibido asistencia médica de la Cruz Roja del Guayas.

Varios de los inmigrantes han tenido la oportunidad de trabajar de manera eventual desde que llegaron al sector. Es el caso de José Azuaje, quien con sus servicios como ingeniero eléctrico podrá enviar dinero a su esposa e hija, quienes se quedaron en Puerto de la Cruz.

José llegó a Ecuador hace más de un año con su hijo, hoy mayor de edad. Está agradecido de los guayaquileños por las oportunidades laborales.

En tanto, Francisco Javier Alvarado considera que su 20 % de discapacidad -producto de un golpe en la cabeza- no es impedimento para ejercer un oficio. Ahora busca el apoyo del Consejo Nacional de Igualdad de Discapacidades (Conadis) para obtener el carné, indispensable para aplicar por un trabajo.

La herida que sufrió en su mano izquierda cuando manipulaba una máquina tampoco es un pretexto para que Rafael Canelo permanezca en cama.

“Necesito trabajar, porque durante el desalojo perdí lo poco que tenía”, señaló el joven de 32 años, oriundo de Trujillo, quien arribó al país hace dos semanas en compañía de dos amigos.

Hay otros que quieren retornar. Para María Herrera, los tres meses caminando hasta llegar a Ecuador junto a sus dos pequeños hijos resultaron en vano. “Autoridades me dijeron que regresaré cuando dispongan de vuelos, pero que será en unos tres meses”, enfatizó.

No obstante, hay decenas de inmigrantes que están regados por diversas partes de la ciudad y pernoctan en la vía pública.