Instantáneas coronavíricas - Correa en la peor semana de su vida
Intentos desesperados por intimidar a los jueces antes de la casación. Retorcidos trucos para calificar una candidatura. El correísmo llegó al fondo...
La previa de la casación: un circo
Esta semana, el correísmo movió las más retorcidas de sus fichas antes de la audiencia de casación del caso Sobornos. Nunca se vieron tan desesperados. Nunca resultaron más cómicos.
Primero fue la rueda de prensa del agente Chicaiza, uno de los operadores del secuestro de Fernando Balda: de alguna manera el correísmo lo embarcó en sus pataleos. Se instaló frente al computador a leer con torpeza y desparpajo el texto que alguien le sostenía por encima de la pantalla: básicamente, una confusa e inverosímil acusación sobre la manipulación política del caso, en la que involucró al difunto Julio César Trujillo. Todos los medios correístas, aquellos que Orlando Pérez se jacta de movilizar desde radio Pichincha, con plata pública, se presentaron para cumplir con la consigna. Y les tocó contemplar lo inverosímil: a Chicaiza asegurando que el 95 por ciento del caso Balda era verdad y el 5 por ciento restante, político. ¿Eso significa que el 5 por ciento era mentira?, preguntó oportunamente un periodista de El Universo. No, respondió Chicaiza, mentira tampoco.
Luego vinieron las declaraciones de Harrison Salcedo. El abogado de Jorge Glas y de Rasquiña el Chonero amaneció un día convertido en representante legal del asambleísta Eliseo Azuero. En tal virtud, se la pasó toda la semana prodigando declaraciones inverosímiles que las radios correístas reprodujeron a ritmo de vuelta a Francia. Dijo, en pocas palabras, que la fiscal Diana Salazar era culpable de todos los males de la patria, desde los hechos violentos de octubre hasta el reparto de los hospitales. En serio: eso dijo. Un buen día (el miércoles) Harrison Salcedo apareció involucrado en un caso de corrupción judicial relacionado con la liberación de Rasquiña. Qué más da: no es el primer vocero correísta con prontuario ni será el último.
Para terminar, Gutemberg Vera, abogado de Rafael Correa desde los días oscuros del caso El Universo, volvió a posesionarse de ese papel para intimidar a los jueces con la demanda más rara de la historia del Derecho: un sentenciado por cohecho (Correa) acusa de daño moral al juez que lo sentenció (Iván Saquicela). Sí, se entiende que un sentenciado se desmoralice. Pero judicializar ese estado de ánimo ya es un caso de desesperación rayando en el ridículo.
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Rafael Correa, tan preocupado siempre por los fastos de la Historia con mayúsculas, en cuyo altar cree haber asegurado un lugar preferente, no parece tener conciencia de lo que hizo, voluntariamente y por su propia iniciativa, con su imagen. Probablemente sea esta la peor semana de su vida. Y será recordada por una postal: la de su careto abrumado y tenso en una tableta electrónica. Ya otros sentenciados por la Justicia, antes que él, se han visto presos de superficies bidimensionales pero eso ocurrió en la ficción (en ‘Superman 2’, para ser exactos). Esto es real y no puede ser más significativo: el líder de la revolución ciudadana se humilla por recuperar sus fueros y termina convertido en una caricatura de lo que fue.
Llega Correa en una tableta para intentar desesperadamente que las leyes que él mismo inventó (y lo hizo con dedicatoria, para impedir la inscripción de candidaturas que le resultaban indeseadas) no se le aplican. Porque él debe estar por encima de toda ley, siempre lo estuvo. Porque esta ley en particular, dice, es absurda. Y la verdad, si se considera fríamente, no deben ser tan absurdas unas reglas que impiden la inscripción de un prófugo de la justicia como candidato a vicepresidente de la República o asambleísta. Algo de bueno tienen esas leyes.
Desde la tableta argumenta con razones inauditas. Que no puede estar presente personalmente en la aceptación de su candidatura porque se lo impide la cuarentena, dice. Que viajó a París y le impusieron el encierro, que no sabía, que no se lo esperaba, que ahora está obligado a permanecer en casa. Hay que tener jeta. Como si el país entero no supiera que no viene porque lo meterían preso nomás pisar suelo ecuatoriano. Lo secunda su hermana, Pierina, cuya sola presencia a la cabeza de las listas nacionales (esta señora va a ser asambleístas de la República, es inevitable) debiera retorcer de la indignación a quienes se rompieron el lomo por eso que llaman revolución ciudadana y merecen, mucho más que ella, ese lugar. Pero esto no tiene componte: el correísmo es una cuerda de sumisos (una y mil veces sumisos, dijo una) aunque el jefe tenga cara de tableta.
Después del espectáculo ofrecido en las oficinas del Consejo Nacional Electoral, casi se podría decir que ya ni la casación importa. Correa llegó, por su propia voluntad, a lo más bajo, a lo más ridículo. Se deshonró por una candidatura. Es el final.
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