Instantáneas coronavíricas: Leonidas Iza vende tractorcito
La ambigüedad del presidente da en el blanco. El ministro de Salud no se entiende a sí mismo. Orlando Pérez recibe la clase de periodismo a la que faltó
La Conaie no sabe de qué quejarse
Lenín Moreno: lee el discurso completo del presidente
Leer másCuatro horas después de que Lenín Moreno anunciara su paquete de medidas económicas, la Conaie continuaba sin saber de dónde le caían los tiros. El presidente fue extremadamente cuidadoso: pasó por el capítulo de los combustibles como quien pasa leyendo en diagonal, lo despachó en 25 segundos por reloj, no pronunció la palabra “subsidios” ni para bien ni para mal, empezó diciendo que bajaba el precio de la gasolina y terminó elogiando las virtudes de “la fórmula que aplicaremos”, sin haber dicho, concretamente, en qué consiste. ¿Y el tractorcito?, se habrá preguntado Leonidas Iza.
Desde que empezó la cuarentena, los dirigentes venían advirtiendo al Gobierno sobre las fatales consecuencias (en términos de protestas y levantamientos) que le esperaban si se atrevía a eliminar el subsidio a las gasolinas. Así que el presidente dio con la fórmula para eliminarlas con piola, para eliminarlas y no. Y, por una vez, su política calzó perfectamente con su ambigüedad incomprensible. ¿Qué diantres dijo? Para la Conaie, solo una cosa estaba clara: había que oponerse. Pero ¿a qué? Su primer tuit fue clarísimo en identificar al enemigo: “el libre mercado”. Acababan de darse cuenta de que el Ecuador no es Cuba.
Una hora después, seguían en las mismas: “Liberación de precios de combustibles significa eliminar subsidios, el mecanismo de banda no es claro”, volvieron a quejarse en Twitter. Ya el ministro de Energía, René Ortiz, en la rueda de prensa que ofreció con la clara intención de traducir al castellano las declaraciones de Lenín Moreno, dio a entender que el precio de la gasolina no subirá nunca más allá del cinco por ciento... en un mismo mes.
Quizá la Conaie llegó ya a la conclusión evidente: que esto se pudo evitar hace ocho meses, en octubre. Si sus dirigentes se hubieran sentado con los funcionarios del Gobierno a negociar la medida más sensata: la focalización del subsidio. Pero no. Ahora toca vender el tractorcito.
Zevallos experimenta con la capital
Un millón cien mil quiteños se han infectado de coronavirus. “El 40 por ciento de la población” de la capital, prefirió decir el ministro de Salud, Juan Carlos Zevallos, escamoteando la cifra. La víspera, en Teleamazonas, dijo 22 por ciento apenas, resultado de haber aplicado pruebas PCR a una muestra representativa de 770 ciudadanos. Ahora, ante la Comisión de Salud de la Asamblea, recalculó: 40 por ciento a ojo de buen cubero. Y aunque no lo crean: “Esta debe ser una buena noticia”. No para todo el mundo, claro: “Los fallecidos, sí, desafortunadamente van a fallecer -explicó confusamente el ministro- y en estos próximos días vamos a ver un repunte de los fallecidos y también de la necesidad de hospitalizaciones y de camas”. Pero “todo está bajo control según nuestras proyecciones”, por eso es una buena noticia.
Hay un abismo de lenguaje entre el ministro de Salud y la lógica aristotélica. Ese abismo se podría atribuir a la falta de formación humanística (alguien diría, simplemente, la falta de lecturas) en el profesional ecuatoriano promedio. Quizá el problema con el ministro Zevallos es, simplemente, de expresión. Pero no es un problema menor. Por ejemplo, cuando enumera los indicadores que justifican su optimismo: “El descenso de fallecimientos -dice-, ahora muestra un poquito un aumento”. Tal cual. Otro: “El número de llamadas al 171, también como que hay un aumento”. Literal. “El número de camas” (esas sí se mantienen estables) y, para terminar: “La demanda de cuidados intensivos es verdad que ha aumentado”. En resumen: el ministro basa su optimismo en indicadores que son un desastre. Tres de cuatro.
Zevallos: "En Pichincha estamos preparados para los dos próximos meses"
Leer másEntonces, ¿cuál es su diagnóstico? ¿Debe Quito cambiar su semáforo al amarillo? “Esa no es una pregunta para mí, a mí no me han elegido alcalde”, empieza respondiendo el ministro Zevallos, haciendo gala de una delicadeza que no demora en echar por el caño: “Pero si yo fuera alcalde les dijera que sí”. ¿Por qué? Porque “si la comunidad quiteña responde, sería muy interesante”.
Un difamador profesional se siente difamado y llora
“Hay que verificar, hay que ir a la fuente y no hay que creer en todo lo que dicen las redes sociales”. El propagandista Orlando Pérez, comunicador oficial del correísmo, no olvidará esta lección de sentido común que recibió de María Paula Romo. Él aparece regularmente en las ruedas de prensa virtuales de la ministra de Gobierno y resulta divertido ver las sonrisas sardónicas de los rostros en el Zoom cada vez que toma la palabra para lanzar petardos (que no misiles) contra el régimen. Una vez se quejó de que lo hicieran esperar. Ahora le cupo el honor de abrir la ronda de preguntas, como corresponde a alguien de sus pergaminos.
“Hay una denuncia sobre intervención de teléfonos -dijo- y seguimiento a periodistas. Yo he sido víctima de eso, una alta autoridad de su Gobierno me lo confirmó. No entiendo por qué está ocurriendo eso, no entiendo por qué se hacen esas cosas, y además empiezan unas campañas de difamación a determinados medios”.
Instantáneas coronavíricas: Correa y Nebot, cazando tilingos
Leer másCurioso: cuando fue editor de diario El Telégrafo, durante el gobierno de Rafael Correa, Orlando Pérez publicaba información confidencial (de Martha Roldós, por ejemplo) extraída de correos personales mediante espionaje electrónico, y componía con ella largas e intrincadas telenovelas difamatorias en las que implicaba a una docena de periodistas y personajes públicos a quienes acusaba sin pruebas de ser, por ejemplo (oh, dechado de originalidad), agentes de la CIA. Era peor que una calumnia: era una estupidez. Y Orlando Pérez, pieza clave del aparato de difamación del correísmo, era su artífice. Hoy se queja de que lo difamen, como si este Gobierno tuviera el aparato de propaganda y de asesinato simbólico que tuvo el suyo.
Así que Pérez leyó en el Twitter que el Gobierno estaba interviniendo teléfonos y se lo creyó. Y le pareció el colmo este espionaje (que durante su gobierno fue permanente y está bien documentado) mientras otros periodistas, dijo, “piden la renuncia del presidente y parece que eso se mueve en absoluta impunidad”. Él, claro, está acostumbrado a que alguien que pida la renuncia del presidente termine escarnecido, perseguido, desempleado, preso, intimidado, golpeado... María Paula Romo le explicó que esas cosas no pasan en democracia. Él desapareció del Zoom. Queda la duda de si comprendió el significado del palabro.