Oncología. Un menor es tratado en el Centro para Niños con Cáncer de Líbano, en Beirut, donde otros 300 pequeños reciben medicación gratuita.

La invisible muerte de los enfermos de cancer

En Siria, las sanciones internacionales dificultan la importación de tratamientos y la guerra ha vaciado el país de oncólogos y hospitales.

Los enfermos pueden recibir tratamiento de forma gratuita en seis centros, pero todos se encuentran en las grandes ciudades bajo control gubernamental. Hoff hace balance: “Cinco de cada diez enfermos de cáncer mueren en Siria por falta de tratamientos, equipamientos y oncólogos”. Esta ecuación cae como una pesada losa sobre la pequeña Rama el Helwe, quien, a sus 4 años, ha sobrevivido a la guerra y al cerco de Guta, en los suburbios de Damasco. Hoy tiene el 50 % de oportunidades de sobrevivir al linfoma, uno de los cánceres más extendidos en el país. En el vecino Líbano, la supervivencia es del 90 %. Las muertes de enfermos de cáncer no se contabilizan en un país que en 2010 producía nueve de cada 10 fármacos que consumía. Pero muchos de los tratamientos contra el cáncer pertenecían a ese 10 % que había que importar.

A escasas tres horas de coche de Guta, la pequeña Iman Hamade, originaria de Deir Ezzor y también de 4 años, recibe tratamiento en el Centro de Niños con Cáncer de Líbano en Beirut. Nacida como refugiada en la capital libanesa, a Iman le diagnosticaron leucemia hace seis meses. “En cuestión de 24 horas pasó de la muerte a la vida”, relata su madre Amira en la sala de juegos del centro donde otros 300 menores reciben tratamiento sin costo alguno para sus progenitores. “Tres de cada 10 pacientes mueren porque no han sido tratados a tiempo”, lamenta el jefe del departamento de Oncología, el doctor Miguel Abboud. “La mortalidad en pacientes infantiles sin tratar es bastante superior y más rápida que en adultos”, apostilla.

Los cementerios sirios están colapsados por vecinos y desplazados por igual que, huyendo de los combates, encuentran la muerte por causa natural lejos de sus hogares. Las lápidas no distinguen entre aquellos caídos entre frentes y aquellos cuya silenciosa muerte escapa a las estadísticas de guerra. Según los cálculos de Hoff, unos 370.000 enfermos no reciben medicación en el país. A ellos se suman 68.000 nuevos pacientes estimados cada año, si se aplica la misma tasa de morbilidad anual establecida por el Ministerio de Salud del vecino Líbano, con 296 nuevos casos por cada 100.000 habitantes.

El férreo embargo económico impuesto por EE. UU. y la Unión Europea dificulta la importación de tratamientos de cáncer. Conforme se han agotado los medicamentos occidentales, han llegado los fabricados en Irán (que abastece el 50 % de los tratamientos disponibles hoy en Siria), Brasil o India. “Son de peor calidad y por ende más baratos y menos efectivos”, aclara Salem. “Además, los tratamientos para niños difieren de los importados de estos países que generalmente son para adultos”, acota. El centro recibe 600 nuevos pacientes menores cada año.

Aquellas empresas que violen las restrictivas medidas se enfrentan a multas de hasta un millón de dólares (un millón de dólares) e incluso penas de cárcel. El impacto del embargo sobre los enfermos crónicos es una incógnita en Siria, pero la guerra del Golfo de 1991 sentó un precedente después de que la Organización de la ONU para la Alimentación (FAO) achacara la muerte de 560.000 niños iraquíes a las sanciones impuestas por la ONU.

Convertida en desplazada en Damasco y una vez alejada la muerte “por causas bélicas”, la pequeña Rama regresa a su lucha primaria: la de sobrevivir al cáncer. Su madre Diala, de 31 años, acaba de registrar a su hija en el Hospital para Niños de Damasco, donde ha recibido su primer tratamiento en casi año y medio. “En Guta, tan solo podíamos obtener medicación de contrabando”, cuenta esta ojerosa madre en un cuarto sin ventanas alquilado en la periferia de Damasco. “Cuando Rama tenía dos años, el asedio no era tan severo y podía llevarla a la capital para los tratamientos”, dice al tiempo que describe el rocambolesco trayecto que recorría bajo tierra atravesando túneles de varios kilómetros de longitud hasta cruzar a zona gubernamental.

Las poblaciones de difícil acceso en el país están sujetas a un doble asedio: interno, a manos de fuerzas locales leales e insurrectas, e internacional con las sanciones. En las zonas asediadas o de difícil acceso, la OMS estima que 8.000 enfermos de cáncer luchan por su vida, el 10 % menores. “Los gastos mensuales entre medicinas y tratamientos contra el cáncer varían de entre 300 a 2.000 dólares por mes, según la enfermad”, explica Rima de la ONG siria Basma. Los traficantes los venden por el doble en los cercos a una población anímicamente exhausta y en un país donde un funcionario medio cobra 73 euros mensuales.

“Fallecen por las balas y la enfermedad”

Las probabilidades de sobrevivir al cáncer son tan aleatorias como las de sobrevivir a balaceras o bombardeos. “Son tratamientos caros que no se incluyen en los convoyes humanitarios”, lamenta en Damasco Ingy Sedky, portavoz de la Cruz Roja en Siria. Tampoco la ONU cubre el coste de estos tratamientos para aquellos enfermos de entre los 5,6 millones de refugiados sirios que han buscado cobijo en los países vecinos.

La lucha por la supervivencia queda en manos de un puñado de médicos como la oncóloga Wisam al Rez. “No quedan medicamentos, se nos mueren los pacientes con heridas de proyectiles y con enfermedades crónicas por igual”, desesperaba varios meses atrás al teléfono y desde el cercado hospital Al Rahma de Guta. Este fue el único centro que trató a 1.200 enfermos de cáncer, entre ellos a la pequeña Rama, entre una población de unas 300.000 personas.