La izquierda iza la bandera antisemita
En todo el mundo, se niega a calificar a Hamas como grupo terrorista y responsabiliza a Israel por sus propios muertos. Un análisis.
En parapente llegaron los terroristas palestinos de Hamás que masacraron, violaron y secuestraron a cientos de jóvenes que celebraban una fiesta rave en el sur de Israel, el sábado 7 de octubre, en el inicio de la que sería la mayor matanza de judíos desde la Segunda Guerra Mundial. Y precisamente la silueta de un parapente con la bandera palestina fue el símbolo elegido al día siguiente por el movimiento Black Lives Matter (una de las organizaciones más importantes de la izquierda identitaria global) para expresar su posición frente al conflicto. La imagen circuló masivamente a través de redes sociales en todo el mundo, junto con la consigna “I stand with Palestine” (“Yo estoy con Palestina”), y hoy se utiliza como emblema de banderas y camisetas en las manifestaciones propalestinas que tienen lugar en las grandes capitales del Occidente desarrollado, desde Londres, París y Madrid hasta Nueva York y Los Ángeles, donde centenares de estudiantes se tomaron el campus de la Universidad de California al grito de “Muerte a los judíos”.
Que esos mismos militantes de izquierda insistan en que es necesario diferenciar la causa de Palestina de las acciones de Hamás resulta, después de todo esto, poco convincente, por decir lo menos: ellos son los primeros en confundirlas, se niegan a identificar a Hamás como un grupo terrorista y adoptan un símbolo que sólo puede reivindicar una cosa: la masacre.
Israel se prepara para una incursión en Gaza
Leer másEs incomprensible. Hamás planeó y ejecutó una masacre de civiles, con decapitaciones y secuestros masivos de niños, mujeres y ancianos, sin ningún objetivo militar específico, lo cual constituye un crimen de guerra de refinada crueldad. Nadie en ningún lugar puede alegar ignorancia porque las imágenes circularon por todo el mundo. Sin embargo, las izquierdas de Occidente, o lo que podríamos llamar “el campo progresista”, que incluye movimientos identitarios y hasta partidos con representación en congresos y gobiernos, se apresuraron a justificar todas esas atrocidades. Se habló del derecho a la resistencia del pueblo palestino. Se adujo las décadas de ocupación y despojo. Se acusó a Israel de genocidio, de limpieza étnica, de instaurar un régimen de apartheid. Y se lo terminó responsabilizando por sus propios muertos.
La “Francia insumisa” de Jean Luc Mélenchon, el amigo de Rafael Correa; Ione Belarra, Yolanda Díaz, el diputado Enrique Santiago y otros militantes de Podemos y Sumar, socios de Pedro Sánchez en el gobierno de España; el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador y el colombiano Gustavo Petro, que llegó a comparar la Franja de Gaza con el campo de exterminio de Auschwitz: todos ellos se negaron a calificar de terroristas los actos sangrientos perpetrados por Hamás contra la población civil indefensa. En Argentina, la candidata del frente de izquierda a jefa de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Vanina Biasi, se presentó al debate con una bandera palestina en el pecho, un día después de la masacre; su compañera Miriam Bregman, diputada nacional, se negó a hacer un minuto de silencio por las víctimas del terrorismo. El expresidente boliviano Evo Morales, siguiendo el mismo discurso de Petro, acusó a Israel de “repetir la historia negra de los campos de concentración nazis”, retorcido expediente que apela a un supuesto antinazismo con el fin de reeditar la misma conducta de los nazis que condujo al Holocausto: justificar la matanza de judíos con el argumento de que se lo buscaron, de que la culpa es suya. Imposible olvidar a Hugo Chávez acusando a los judíos de llevar adelante una conspiración para controlar la economía del país, de haber asesinado a Jesucristo y hasta de haberle hecho la vida imposible a Simón Bolívar. Es el mismo viejo discurso de toda la vida. ¿En qué momento, por qué razón, se convirtieron las izquierdas en las nuevas abanderadas del antisemitismo?
Antisemitismo no, antisionismo, dicen ellos en un intento de disfrazar las cuestiones étnica y cultural con la ideológica. Según esto, no se trata de rechazar a los judíos por el hecho de serlo, sino al Estado de Israel y al imperialismo que representa. Pero este argumento pasa por alto la naturaleza de Hamás, cuya carta fundacional es un llamado al exterminio de los judíos, a quienes identifica con cerdos y monos. Después de todo, decapitar bebes judíos no es una acción antisionista: es antisemitismo puro. En realidad, la cosa no tiene ni pies ni cabeza: la líder feminista Judith Butler, estadounidense de origen judío, militante de izquierda y referente de todos los progresismos identitarios del mundo, dijo en la Universidad de Berkeley que Hamás y Hezbola son movimientos sociales progresistas que forman parte de la izquierda global. Si Judith Butler viviera en la Franja de Gaza, probablemente su feminismo la habría llevado hace rato a la lapidación o al ostracismo.
Tampoco se hace cargo la progresía (al parecer no le interesa) de una de las más inquietantes consecuencias globales que acarrean los acontecimientos de Oriente Medio: el hecho de que, setenta años después del Holocausto, ser judío ha vuelto a ser un peligro en Europa. Para el pasado viernes, Khaled Mashal, fundador de Hamás, llamó a una jornada de ira y una Yijad global que tuvo como resultado un profesor apuñalado en Francia al grito de “Allahu akbar”, mientras las escuelas judías se cerraban en Ámsterdam y Londres y las casas donde viven ciudadanos judíos en Berlín eran pintadas con estrellas de David, exactamente como ocurría en la era de los nazis, a quienes Gustavo Petro y Evo Morales, en su racismo, comparan con los israelíes. Y mientras eso ocurre, los progresistas se manifiestan en apoyo de Hamás con la coartada del antiimperialismo.
El antisemitismo de la izquierda occidental retrata su profunda vocación reaccionaria. Sus militantes pregonan la desaparición del Estado de Israel (“From the river to the sea Palestine will be free”, coreaban este viernes en Nueva York, es decir: desde el río hasta el mar, desde el Jordán hasta el Mediterráneo, desapareciendo todo rastro de territorio judío). Pero resulta que ese Estado que quieren extirpar es la única democracia liberal de Oriente Medio; el único país de la región donde conviven cristianos, árabes y judíos (desmintiendo el mito del Apartheid), el único que reconoce a las mujeres idénticos derechos que a los hombres y el único, para poner un ejemplo significativo, donde todos los años tiene lugar una marcha del orgullo gay. En Gaza están prohibidas las reuniones públicas, las escuelas de música y el baile. Las mujeres son seres de segunda clase y los homosexuales son perseguidos como delincuentes. Gaza es un patriarcado en toda regla y un régimen teocrático, intolerante y totalitario donde una fiesta rave como la que ellos masacraron el anterior sábado (¡sábado!) sería simplemente inconcebible. El antisemitismo de la izquierda es el síntoma de su autoritarismo, su antioccidentalismo y su profunda vocación antidemocrática.
Irán, amigo de Hamás y enemigo de Israel
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Debate en la Universidad de Harvard: el lunes de esta semana, cuando los judíos no terminaban de enterrar a sus muertos caídos en la incursión terrorista de Hamas, 35 organizaciones estudiantiles de ese centro de educación superior estadounidense firmaron un manifiesto en el que responsabilizaban al Estado de Israel “por toda la violencia que se está desarrollando”. Un numeroso grupo de profesores, entre los cuales destaca el famoso pensador Steven Pinker, reaccionaron con una carta pública: En el contexto de los acontecimientos esta declaración (la de los estudiantes) puede verse como una condonación del asesinato en masa de civiles. (...) Ninguno de nosotros respalda todas las acciones de Israel. Sin embargo, los acontecimientos de esta semana no son complicados. A veces existe el mal”.