Lasso da por muerto el país del caudillismo
Un discurso sin desperdicio. El nuevo jefe de Estado desempolva la tradición republicana
“Termina la era de los caudillos”. Lo dijo dos veces el nuevo presidente, martillando cada sílaba. Con un discurso de investidura contundente y cargado de perspectiva histórica (más aún que los de Rafael Correa y sin pizca de su retórica vacía, sin sus frases hechas en alusión a la patria grande o al sueño de Bolívar), Guillermo Lasso vino a demostrar que los catorce años de supuesto “cambio de época” de sus predecesores fueron, en realidad, más de lo mismo: el viejo modelo caudillista que condujo al Ecuador hacia el fracaso y que traicionó el proyecto de los libertadores. Y anunció, ahora sí, su intención de comenzar de nuevo: “detrás de las ruinas del culto al caudillo -dijo- se empieza a construir un nuevo siglo de vida republicana”.
El discurso, que duró una hora y que Guillermo Lasso empezó y concluyó al borde de las lágrimas, tuvo como complemento aquel otro, de apenas 15 minutos, de la presidenta de la Asamblea Guadalupe Llori. Ambos confluyeron en el concepto de la reconciliación y el encuentro. Ambos se valieron de la idea de la minga para aludir al trabajo colaborativo de quienes piensan diferente. “La Asamblea no está para avivar pugnas mezquinas con el gobierno”, dijo Llori, desvaneciendo el fantasma de la pugna de poderes. Y fue más lejos: “La palabra izquierda no es mala palabra. La palabra derecha no es mala palabra... Peligrosa es la palabra dogmatismo”. Una frase que hasta hace un mes habría sonado irreconocible en boca de un dirigente de Pachakutik.
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Leer másA su turno, Lasso replicó con elegancia: “Sé lo improbable que este día parecía para muchos. Eso se debía, en parte, a que durante muchos años nuestros predecesores se encargaron de desfigurar nuestra reputación y nuestra historia de vida. Y lo mismo hicieron con muchos legisladores que están sentados en esta cámara. Como por ejemplo a usted, señora presidenta. Quién hubiera dicho que algún día un exbanquero y una lideresa indígena proveniente de la Amazonía llegarían a presidir un día estas dos funciones del Estado”.
Así fue la ceremonia de transmisión de mando: como el entierro de un muerto que nadie nombró y nadie lloró: el correísmo. “Nuestros gobernantes nos han fallado”, dijo Guillermo Lasso: “Cedieron a la peor de las debilidades políticas: la tentación autoritaria. Se dedicaron al obsceno culto del caudillo, un iluminado que actúa y piensa por todos, que tiene todas las preguntas y todas las respuestas”. Y se comprometió a lo que dijo son “cosas obvias”, como “no acumular poder en la figura del presidente”. “Quienes buscan todo el poder -y aquí la alusión no pudo ser más clara- terminan buscando clemencia por sus crímenes”. “Alguien debe decir: esto acaba aquí”, remató: “se acabó la persecución política en el Ecuador”.
Que las palabras de investidura de Guillermo Lasso se convirtieran en la partida de defunción del correísmo era de esperarse. Que retomara su consigna de campaña de “el Ecuador del encuentro” era también bastante predecible. Pero que lo hiciera con un discurso social más cercano a la centro izquierda que a la tendencia libertaria de sus partidarios más íntimos fue, sin duda una sorpresa. Lasso insistió en la obligación del pago de impuestos justos; en la inequidad del sistema económico que mantiene a las zonas rurales en la más profunda depresión; en la lucha contra la desnutrición infantil como primer y principal objetivo nacional. Reformuló las consignas liberales sobre la urgencia de achicar el tamaño del Estado diciendo: “Nuestra intención no es minimizar el estado sino maximizar su capacidad para servir a los más pobres”. Y resumió todas estas posturas con una cita del presidente estadounidense John F. Kennedy: “Mientras como país no podamos ayudar a los más pobres, este gobierno no podrá ayudar a los más ricos”.
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Leer más“Hay un centro en que nos encontramos”, concluyó en la parte más poética de su intervención, cuando habló de la condición de un país entre dos hemisferios, donde convergen el agua y el fuego: un arranque poético peligrosamente telúrico que tuvo el buen gusto de no derivar hacia la cursilería, como es tan común en los políticos ecuatorianos. Por el contrario, Lasso terminó resumiendo la complejidad de la identidad ecuatoriana con una bella cita de Jorge Icaza: “En Hispanoamérica no existen monólogos interiores sino diálogos”.
Pero la figura que atravesó su discurso en la Asamblea (y, de hecho, lo acompañó hasta Carondelet, donde lo volvió a citar en el breve saludo que dirigió al grupo de seguidores que aguardaban ahí para aclamarlo) fue Jaime Roldós Aguilera. Recordó que el 24 de mayo también es un aniversario de la prematura y trágica muerte del expresidente y lo nombró cuatro veces a lo largo de su intervención. Lasso retomó la figura de Roldós, primer presidente de la nueva democracia ecuatoriana, como un símbolo del Ecuador republicano que perdió su norte cuando cayó en la tentación caudillista.
“Aunque algunos jóvenes no lo crean -dijo- había una época en que la política tenía el poder de ilusionar pues en ella brillaba la decencia”. Y recordó cómo, a sus 23 años de edad, escuchar a Jaime Roldós le inspiró y le cambió la vida. “Solo puedo esperar que mis acciones hablen de manera tan elocuente como sus palabras”, concluyó. Más adelante, volvería a Roldós para cerrar su discurso con palabras de él (en realidad, parafraseadas): “Mi poder en la Constitución y mi corazón en el pueblo ecuatoriano. Que viva un Ecuador republicano por siempre y para siempre”.
En la misma línea de pensamiento centrista que hizo ostensible en todo su discurso, el presidente multiplicó las alusiones a dos grupos sociales que proclamó como centrales en su gobierno: las mujeres y los indígenas. Especialmente dedicó varios párrafos al problema de la violencia machista, que catalogó como “un problema nacional, un problema ecuatoriano que debe ser combatido por el gobierno ecuatoriano”.
En resumen: fue un discurso de conciliación, con numerosos gestos de mano tendida hacia la oposición. Lasso habló directamente a Guadalupe Llori, mirándole a los ojos, y la invitó a “la minga”: “Seamos diferentes pero estemos conectados. No son choques, es complementariedad y ayuda mutua. Es minga, señora presidenta de la Asamblea Nacional.Por supuesto que esto, por el momento, es solo un discurso. Pero uno que, desde el tono con el que fue pronunciado, marca una distancia de lo que ha venido siendo el discurso del poder en el país durante las últimas décadas. Solo falta que se haga realidad.
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