“Me da miedo respirar”
Alguna vez hubo peces aquí. Esa oscura corriente de agua que se observa desde el Puente Negro, en Portovelo (El Oro), fue alguna vez el cristalino río Amarillo. En sus orillas se reunían las familias a hacer picnics, a lavar ropa, a cargar agua o a pes
Alguna vez hubo peces aquí. Esa oscura corriente de agua que se observa desde el Puente Negro, en Portovelo (El Oro), fue alguna vez el cristalino río Amarillo. En sus orillas se reunían las familias a hacer picnics, a lavar ropa, a cargar agua o a pescar. Pero hoy, nada de eso es posible. Ya no quedan peces, los mató la contaminación.
La postal actual de la zona minera del sur contrasta con los recuerdos de Juan Merchán, un informático treintañero que disfrutó su infancia en la zona. “Ahora la gente le tiene miedo al agua del Amarillo. Está muerto”, dice Juan, describiendo con nostalgia los chapuzones que se daba cuando niño.
Tiene razón. Nadie se baña allí. Tampoco en el Calera o el Pache o los 160 kilómetros contaminados de la cuenca Puyango que desemboca en Perú. Los portovelenses han tenido que migrar para divertirse, buscan sitios apartados de las plantas de beneficio, donde todavía se procesa el oro con mercurio y cianuro, principales causantes de la contaminación, según la investigación que publicó Diario EXPRESO.
Cuando el doctor Óscar Betancourt hizo, hace diez años, una de las investigaciones más completas sobre los efectos nocivos de la actividad minera, los habitantes eran cautos. “En los ríos Amarillo y Calera -los más perjudicados- se atrapaban peces en costales”, dice Betancourt, “pero eso es asunto de ayer. Allí ya no hay peces”.
Lo saben todos. Incluso la alcaldesa de Portovelo, Paulina López, reconoció que un año atrás, haciendo una inspección de los ríos, sus colaboradores le alertaron con sorpresa tras encontrar un pez: “Se quedaron viéndolo un rato”. ¿Por qué no? Pudo haber sido el último.
Los pueblos Zaruma y Portovelo, los de mayor actividad minera en el sur de Ecuador, conocen bien que están contaminados, por ello, en los colegios y escuelas se formaron grupos ecológicos cuando en el alarmante estudio de Betancourt halló a niños con presencia de plomo en los huesos, sangre y orina.
La euforia corrió. Primero entre los médicos como Carlos Espinoza, director local del centro del Seguro Social, cuya atención se enfrascó en los brotes de “hongos, infecciones, gripes, enfermedades crónicas a los pulmones y problemas respiratorios y dermatológicos”. Pero también corrió entre los ciudadanos.
En Portovelo, donde los tachos de basura son en realidad tanques de cianuro vacíos que, en ocasiones, sirven también para recolectar agua, pese a llevar la etiqueta de “toxyc” aún legible, es habitual encontrar casas blindadas contra la intoxicación que, según el Gobierno, afecta a cinco de cada diez habitantes.
En la cocina de Gina Aymara, activista femenina, reposa un purificador de agua. Lo compró tras enterarse de los niveles de mercurio en la zona. También compró mascarillas, recuerda. No las usa. Están en un cajón. “Pero no quita que me da miedo respirar”, reconoce. Y tiene motivos: en el aire de la zona, también hay tóxicos, 10 veces por encima del límite internacional.
Unas cuantas casas más abajo se encuentra Gina Aguilar, psicóloga y profesora del pueblo. También tiene un purificador, pero no cree que la contaminación sea para tanto. Si en algo ha encontrado las huellas nocivas del mercurio es en sus estudiantes: “he notado que nuestros niños no captan, no es que demoren, es que muchas cosas no las captan”, dice Gina, quien desconoce los estudios de Acción Ecológica que, en 2012, comprobaron que el 40 % de los niños de la zona tiene deficiencias de aprendizaje por la exposición al mercurio.
Uno de sus alumnos se llama Daniel. Es más chico que el promedio de los niños de ocho, pero igual de inquieto. Su padre, es minero. Y su abuelo fue pescador, pero llegó a la zona en busca de oro. Eso es lo que David quiere ser: minero o “cazador de oro”, como dice. No tiene más opción que seguir el camino de su padre. Para ser como su abuelo tendría que migrar. Aquí ya no hay peces.
Una obsesión colectiva
En la zona minera del sur la mayoría de los monumentos se levanta con esta temática, las avenidas principales se llaman El Minero, incluso las reinas del pueblo, son las reinas de la minería.
Así es el pueblo
Olor. Al entrar a la zona minera del sur, del lado de Portovelo, el visitante percibe un olor muy parecido al que emana un palillo de fósforo cuando se enciende. Se trata de los metales tóxicos que se usan en el procesamiento del oro.
Miedo. Quienes conocen de los efectos evitan beber agua que salga de las llaves de la zona minera del sur, aunque esté hervida.
Percepción. “Aquí todos estamos contaminados”, sentencia el exalcalde de Zaruma, Jorge Mora, que estuvo al frente del cantón a inicios de los noventa.
Blanca Moncada Pesantes y Andersson Boscán Pico - Enviados especiales