“Prohibido olvidar”

Fue una frase repetidamente acuñada por Correa en sus discursos y utilizada para despotricar de imaginados o reales adversarios y enemistar a su auditorio contra aquellos. La escupía sentenciosamente y su condena prontamente quedaba incorporada en las sentencias dictadas por obsecuentes servidores judiciales de su particularísima revolución ciudadana. Veíamos en él a un Júpiter tonante embistiendo a todos cuantos no compartían su manera de pensar , artificio que le servía para sugerir, de paso, su presunta honestidad y aseo moral. Mas, mientras sus anatemas se lanzaban, una rampante corrupción invadía y se apoderaba de su administración, poniendo al desnudo su gran audacia para intentar hacernos creer que el latrocinio y el enriquecimiento ilícito eran prácticas legales, que el robo no era un delito, que el despilfarro era un acierto y que la estupidez de algunos era una garantía de progresismo y desarrollo. Al finalizar su gobierno, la realidad mostró sus verdades y Correa ha quedado involucrado en las fechorías como presunto coautor o, cuando, menos, como encubridor de tantas ilicitudes, mostrando de paso esa gran torpeza que entraña el llamado espíritu de cuerpo.

“Prohibido olvidar” resultó ser finalmente una invocación para que las lacras de una administración corrupta como la suya lastimen nuestro espíritu y reclamen imperiosamente su castigo. Hoy sentimos que la simple proximidad de un correísta, que hasta hace muy poco alardeaba envanecido de sus falsos éxitos, entorpece y corrompe hasta nuestra digestión. Todavía seguimos viviendo una era de inseguridad política, económica e incluso física, y el hecho de estar conscientes de ello no nos brinda satisfacción alguna , sino nuestro repudio.

Señales esperanzadoras de una dinámica democrática empiezan a evidenciarse, en contraste con la paralización que trajo consigo el autoritarismo recientemente derrotado. El espíritu codicioso que perduró toda una década, ha dado paso a un bien intencionado deseo de hacer honradamente las cosas. Mas, la anunciada cirugía mayor contra la corrupción, no requiere tan solo de condenas verbales y proyectos legales. Dada la generalizada purulencia de la administración correísta, basta un bisturí moral en manos de una escrupulosa fiscalía y de jueces que administren justicia con probidad. No hay que recurrir a la buena memoria para juzgar el inagotable torrente de inmundicias que brotan incontenibles e insultantes, exigiendo a gritos ser sancionadas.

Los casos más recientemente publicitados, como el de la mano sucia de Chevron y el de los diezmos impuestos por asambleístas a sus asesores, tienen distintas características pero deben ser abordados por igual y simultáneamente. El primero apunta a convertirse en un desastre moral y financiero para el Ecuador y el segundo descubre una vez más la dimensión moral de codiciosos individuos escudados tras la práctica habitual de una inconducta que, por su reiteración, generó la insensibilización general y hoy amenaza convertirse en corrupción estructural al interior de la Asamblea Nacional, tanto o más nociva que la mano sucia de Chevron.

El Ecuador terminó siendo caotizado por Correa y los suyos, y preciso es que lo tengamos en cuenta al revisar los esfuerzos del actual gobierno por darle a nuestra sociedad la oportunidad de salir de tal encrucijada. Nada ni nadie podrá lograr que la sociedad ecuatoriana olvide los hechos que la llenan de vergüenza.