‘Busetear’ en Guayaquil, una aventura peligrosa
Suba rápido, pague con suelto y pase al fondo que está vacío y sí hay puesto. Es mediodía en una de las tantas busetas que pasan por la avenida Francisco de Orellana y se dirigen al centro. Hace calor intenso, calor guayaquileño.
Suba rápido, pague con suelto y pase al fondo que está vacío y sí hay puesto. Es mediodía en una de las tantas busetas que pasan por la avenida Francisco de Orellana y se dirigen al centro. Hace calor intenso, calor guayaquileño.
Glenda Rivadeneira ve con desazón a un caramelero desde la cuarta fila de los asientos. “Pero si ahoritita nomás se subió uno”, se queja; y no lo hace por gusto. A lo largo del viaje desfilan aguateros, melcocheros y todo tipo de vendedores ambulantes. No le molesta el comercio, sino la forma: “Quieren obligarnos a comprarles cada vez que se suben”.
Esta pasajera está al tanto de que es probable que tenga que pagar cinco centavos más al subirse a un bus desde agosto de este año, y también sabe que lo hará bajo una condición: que el servicio de transporte público mejore. La Agencia de Tránsito Municipal proyecta para este ‘cambio de ruta’ buses nuevos y paradas regularizadas, pero ella no cree que sea suficiente: “Hay que frenar a los vendedores. A veces son peligrosos”.
Su solicitud enlista una serie de observaciones que desde los asientos del pasajero surge a manera de ruego, en un recorrido que realizó EXPRESO.
Jenny Naranjo, quien se moviliza a diario en la 124, espera que cesen las carreras de los choferes en las calles y que haya control en el tiempo de recorrido. Mientras que Greta Ordóñez, cacique de las busetas en todo Guayaquil, lleva sus anotaciones al aspecto de los choferes y los buses: “Deberían usar uniformes y tener más cuidado con el aseo del transporte”.
En la ciudad aún hay buses que tienen sogas como cinturón de seguridad, tachos aceitosos cerca de las monedas y asientos rayados con marcador por usuarios vándalos, anónimos sin escrúpulos, que los hay, y no en cantidades reducidas.
Rodolfo Espinoza lo corrobora subido en una 42: “Usar buses es inseguro. Unas veces roban, otras se drogan, lo hacen al frente de uno, sin vergüenza, sin pudor...”. El pudor también les falta a los choferes.
Anita E. tiene 15 años y estudia en el colegio Ati II Pillahuaso. Cada día tiene que movilizarse hasta Durán desde José de Antepara y Clemente Ballén, donde queda su plantel. “Tengo que tener 15 centavos en suelto, porque si no, no me cobran medio pasaje los choferes”.
El respeto a la media tarifa es otra de las regularizaciones que impondrá la ATM con estos cambios que exige a manera de condición para elevar cinco centavos el pasaje.
La demanda de mejoras de los usuarios no está incluida en su totalidad en las que propuso la autoridad. En algunos casos es cuestión de competencias. Por ejemplo, el asunto de la inseguridad le compete específicamente a la Policía Nacional, que ya tiene cámaras de seguridad en las unidades, dice el director de Transporte Público de la ATM, Fernando Amador.
Con respecto a las carreras entre vehículos, está previsto que se cree un carril de buses, como el de la Metrovía, que impedirá “la carrera del centavo” que pone en peligro a los usuarios. No descarta, asimismo, que los choferes de transporte urbano usen uniformes.
Guayaquil busca un servicio de calidad. El trabajo será arduo. Se estima que hay alrededor de 3.600 buses en circulación, de los que al menos el 10 % está fuera de su vida útil, esto es, tiene más de 20 años en las calles. La ATM los arrincona a su última parada. Ojalá bajen con pie derecho.