La lucha contra el dopaje
Por mucho tiempo, los deportes de élite y el dopaje han estado interrelacionados. Pero el concluyente informe de la Agencia Mundial Antidopaje (WADA) sobre el extendido programa de dopaje con apoyo del Estado en Rusia, publicado poco antes de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro este año, llevó el tema al primer plano de la atención pública. Deberíamos aprovechar la oportunidad para redoblar los esfuerzos por poner fin a esta práctica profundamente dañina, y salvar con ello a los deportes de élite, cuyo nivel deportivo requiere una enorme cantidad de trabajo, dedicación y concentración. Son pocos los que lo logran, pero quienes lo hacen disfrutan de grandes recompensas personales y financieras. El uso de sustancias para mejorar el rendimiento puede parecer una manera fácil de impulsar las propias posibilidades de alcanzar ese nivel superior o permanecer en él. La capacidad de aislar los esteroides anabólicos androgénicos generó un importante aumento del dopaje en los años 30. Los efectos sobre el rendimiento se pueden advertir en los extraordinarios resultados de los deportistas de Alemania del Este en los años 70 y 80, algunas de cuyas marcas todavía no pueden superarse. Pero sus desventajas no eran menos evidentes: esos mismos atletas a menudo sufrían infertilidad, problemas cardiovasculares, tumores y otros efectos adversos. Desde la implementación de una prueba de dopaje para detectar el uso de estos esteroides en 1975, se ha sorprendido y sancionado a numerosos atletas. En uno de los mayores escándalos del siglo veintiuno, se detectó que Lance Armstrong, siete veces ganador del Tour de Francia, había utilizado eritropoyetina recombinante (EPO -una proteína que eleva la resistencia al estimular la producción de glóbulos rojos que transportan oxígeno), tras años de negarlo. Algunos atletas también recurren al llamado dopaje por vía sanguínea: transfusiones de sangre oxigenada antes de una competición, con lo que se logra un resultado similar a la EPO. Desde su creación en 1999, la WADA ha estado a la vanguardia de la lucha contra el dopaje mediante la mejora de la detección y las pruebas. El reanálisis de muestras de prueba de los Juegos Olímpicos de 2008 y 2012 utilizando estas técnicas arrojó 8 % de positivos, frente al 1 % detectado previamente. Para elevar al máximo los efectos de estas técnicas, ahora se exige realizar pruebas antidopaje con mayor frecuencia, y no solamente antes de las competencias, sino entre ellas. Pero tal como mejoran las técnicas para detectar sustancias, van apareciendo nuevos métodos para mejorar el rendimiento de manera artificial. En particular, el surgimiento de la terapia genética ha aumentado las posibilidades de introducir en el cuerpo genes o células modificadas genéticamente para tal fin. Ahora que el “dopaje genético” está próximo a convertirse en realidad, la WADA está lista para enfrentarlo: fue prohibido en 2003 y este año se puso en práctica el primer método de detección, basado en la secuencia genética de la EPO. Darse por vencido no es una opción. El dopaje socava profundamente la integridad de los deportes de élite, que deberían demostrar lo que puede lograr el cuerpo humano y no hasta qué extremos nos puede llevar su manipulación farmacológica.
Project Syndicate