Ritual. Cada año, a Ballenita llegan decenas de fieles de Santa Elena y provincias cercanas a participar.

El mar como testigo de la devocion por Semana Santa

En el balneario de Ballenita se efectuó el tradicional Baño de la Cruz, al final del Martes Santo. Entre las peticiones estuvo la protección contra los temblores

Decenas de creyentes católicos de la provincia de Santa Elena y de sectores cercanos, como Guayaquil, Manta, Daule y Samborondón, participaron la tarde del martes del tradicional Baño de la Cruz, una actividad que lleva más de medio siglo realizándose y surge como muestra de respeto y fe.

El pescador Pablo Lindao, de 68 años, formó parte de la masa de feligreses que partió desde la catedral de Santa Elena, a las 14:00, con destino al balneario Ballenita. Su discapacidad en la pierna derecha, producto de un derrame cerebral, no le impidió recorrer los cinco kilómetros que abarca esta procesión, hasta llegar al mar.

Acompañados con oraciones y cánticos empezó la romería. A los fieles, quienes en su mayoría, según dijeron, acudieron al acto para cumplir una penitencia por los pecados cometidos, no les amilanó el sol, ni la temperatura. Todos avanzaron con religiosidad.

Lindao, uno de ellos, recuerda que cuando sufrió la enfermedad que le paralizó gran parte de su cuerpo le pidió a Dios sanación. En silla de ruedas llegó en el año 2008 a esta ceremonia e imploró tanto por su salud que poco a poco fue recobrando la movilidad.

Desde entonces el hombre, quien califica como un milagro lo ocurrido, prometió acudir cada Martes Santo al acto. “Nunca he fallado”, afirma. “Todavía cojeo, sí, pero ya me puedo movilizar solo. Cómo no estar agradecido por esto eternamente. Cómo no venir desde Chanduy (una parroquia de Santa Elena) con toda mi familia a bañar la cruz”, agrega.

Claudio Tigrero, quien vive en el puerto pesquero Santa Rosa, fue otro de los asistentes. Él lleva 35 años participando de manera consecutiva del rito que, asegura, le permite fortalecer sus vínculos religiosos y reflexionar.

“Pienso en todo lo que tengo y lo que he logrado gracias a Dios. Le agradezco por la pesca, la protección que me ofrece cuando estoy en el mar y la salud”, enfatizó Tigrero, quien esta vez, precisó, hizo una petición especial. “No quiero que la tierra tiemble. Ruego porque un tsunami o un terremoto no nos afecte jamás”.

Pero mientras avanzaba la procesión, que duró cerca de tres horas, el grupo de pescadores de Ballenita, quienes como cada año se encargan de bañar la cruz, oraron al pie de la capilla Nuestra Señora de la Nube. Antes de recibir el madero, ellos se confesaron para ser recibir el sacramento de la comunión.

Ya en el mar los pescadores junto a los devotos, a quienes se los pudo ver en las calles desde muy temprano y en el nuevo malecón de Ballenita, donde se instalaron a mirar y orar, gritaban al unísono “Viva Jesús, que viva eternamente”.

En el agua, sumergieron el madero por tres ocasiones. Y cada vez que la cruz era levantada, los feligreses le lanzaban agua y pedían bendiciones.

Joel Yagual y Sebastián Benavides, este último guayaquileño, llevaron consigo un pequeño crucifijo que, al mismo tiempo que los pescadores, los sumergieron en el mar.

“Mi abuela, quien es de la Península y ya falleció, me enseñó a ser fiel a esta práctica que llevo ya tres años realizándola y la comparto con mis dos hijos. Quiero que en casa, esta costumbre se extienda”, señaló el habitante de la ciudadela Sauces 4 (Guayaquil) que, por veinticuatro horas, hizo una pausa a sus labores como mecánico para cumplir con lo que él llama su misión.

“Nada es más importante que lo estoy haciendo ahora. Es una promesa de vida: a mi abuela, a mí, a Jesús, a Dios”, agregó.

CEREMONIA

Tradición única en el mundo

En Quito se desarrolló ayer el Arrastre de Caudas, que es una ceremonia única en el mundo y la más antigua que rememora la crucifixión y resurrección de Cristo.

VOCES

Bañar la cruz es parte de nuestra historia. Una creencia bonita, que nos caracteriza y es sinónimo de purificación y perdón. Que la practicamos con respeto y amor.

David Romo, abogado

Este acto nos permite renovar la fe. Es un rito tan nuestro que acoge cada vez más a personas de otros sectores y lo practicamos como señal de agradecimiento.

Remigio Solano, pescador de Ballenita