El miedo al puente de Santay deja sin trabajo a los astilleros
Ante el riesgo de un nuevo accidente, los navieros prefieren llevar a Manta sus embarcaciones. Astinave opera el basculante. Hay reparos por los horarios.
El 12 de febrero fue el mejor día que Luis Guerrero ha tenido en largo tiempo. Esa mañana volvió a ver un barco en su astillero después de casi cuatro meses, a usar sus guantes de soldar, a dirigir una estacionada, a llamar a sus hombres y, lo mejor, a tener algo de dinero en su bolsillo.
Tuvo suerte. El naviero que lo eligió como mecánico de su embarcación ese martes no le tuvo miedo al paso peatonal de la isla Santay, como sí lo hacen muchos otros navegantes que prefieren avanzar a Manta que arriesgarse a un impacto contra el paso, lamenta.
El miedo no llega sin motivo. El 12 de octubre de 2017, un tramo del paso colapsó tras el choque de una embarcación pesquera. Y cuando lo estaban reconstruyendo, en mayo de 2018, un buque de la Armada del Ecuador golpeó la estructura. No hubo mayores pérdidas, pero quedó la duda en aquellos navegantes.
Esta problemática fue tratada a fines de enero pasado, en una reunión del Comité Pro Centro de Guayaquil sobre navegabilidad, donde EXPRESO estuvo presente. Allí se recordó que existe un riesgo del 40 % al pasar por allí.
Son cuatro astilleros artesanales los afectados en el sector: Guerrero, Rizo, Huayamabe y, el más grande, constituido ya como compañía, Astinave, que en una reunión en Gobernación (en la época de José Francisco Cevallos) acordó ayudar a abrir y cerrar el puente con personal especializado, servicio por el que actualmente no percibe ningún monto.
El comandante Edwin Pinto, subdirector técnico del Instituto Oceanográfico de la Armada (Inocar), estuvo presente en la reunión del Comité Pro Centro y reconoció que pese a todos los cuidados que se tengan, siempre hay riesgo. “Es más problemático cuando hay áreas de maniobra (como en Santay). Al haber cerca astilleros, esto se complica”, precisó.
Camilo Delgado, gerente de Astinave, compara al puente con una muralla en medio de una carretera. “Si llega a haber otro impacto, los buques corren el riesgo de hundirse, por eso prefieren no llegar o llegar menos”, observa.
La empresa que representa ha visto disminuida la operatividad en un 30 %. Los valientes que deciden cruzar, pactan dos o tres meses antes el arribo. “Los clientes lo saben, ellos corren el riesgo, no nosotros como astilleros”, precisa.
En una retrospectiva, deja una reflexión: “¿Cuántos buques se fueron a otros astilleros? No lo sabemos. Solo sabemos que el trabajo ha disminuido para nosotros y que eso es por el peligro que representa el paso”.
El riesgo estaba advertido por prácticos. De hecho. En diciembre de 2017, la Cámara de Turismo del Guayas, el Colegio de Ingenieros Navales, la Asociación de Generales y Almirantes en Servicio Pasivo (filial Guayaquil), la Fundación Bienvenido GYE y la Cámara de Industrias enviaron un comunicado al presidente Lenín Moreno para exponer la preocupación por la amenaza que representaba el paso peatonal para la navegabilidad.
La obra de 15,6 millones de dólares, sin embargo, continuó, lo que agradecen los dos centenares de habitantes de la isla, a quienes sí les sirve el puente peatonal.
Otro de los reparos que presentan los astilleros artesanos es en los horarios. Como el basculante lo maneja Astinave, creen que es la compañía la que traza la agenda, y afirman que muchas veces la tramitología para dejar pasar una embarcación es demasiado tediosa.
Al respecto, el gerente de Astinave, Camilo Delgado, aclara que la empresa no es la que manda. “Los horarios del puente llegan por oficio desde la Capitanía. Hay normas, exigencias, como la presentación del permiso de zarpe aprobado por la entidad. Además de la autorización del Secob. Astinave solo abre y cierra el puente”.
Carlos Andrade, director zonal del Secob, explicó que es Senplades el ente que debe decidir quién debe encargarse de la operación y mantenimiento que hoy Astinave no realiza y que requiere una inversión de unos 40 mil dólares anuales.
El presidente de la Fundación Bienvenido GYE, Fernando Mancero, investigador que escribió el libro ‘El Astillero: recuerdos lejanos de un barrio noble’, lamenta la afectación a los astilleros, pero observa que no es lo más grave.
“Con obstáculos a la navegación se está desnaturalizando la esencia de Guayaquil como puerto. Ese paso es una construcción antitécnica, antihistórica, antiecológica, que atenta contra esa esencia fluvial”, cree el también activista.