La migración forzada une a los protagonistas de la última novela de Isabel Allende
La migración forzada como parte de su trabajo con la fundación que lleva su nombre, le dieron la pauta para ‘El viento conoce mi nombre'
En 1975, Isabel Allende huyó de su Chile natal hacia Venezuela escapando de la dictadura de Augusto Pinochet. La experiencia la marcó profundamente, pues aunque logró salvar su vida y la de sus hijos, el exilio fue también una pérdida: la de su hogar, su cultura y su pasado.
“He sido refugiada política e inmigrante, así que sé cómo se siente el desarraigo”, recordó recientemente en una entrevista. “La persona que huye buscando refugio está siempre mirando para atrás, hacia el pasado. No es una elección libre que uno hace, sino que está preso de unas circunstancias desesperadas, por lo que uno no se adapta. Se queda con la maleta a medio hacer y con las llaves de la casa en el bolsillo, que fue lo que me pasó a mí”.
Esa experiencia y otras que ha tenido con la migración forzada como parte de su trabajo con la fundación que lleva su nombre, le dieron la pauta para ‘El viento conoce mi nombre’, su obra más reciente.
La novela, publicada bajo el sello Plaza & Janés, cuenta dos historias sobre el desarraigo: la de Samuel Adler, un niño judío cuya madre le consigue una plaza en un tren que le llevará desde la Austria nazi hasta Inglaterra en 1938, y la de Anita Díaz, un pequeña salvadoreña que escapa hacia Estados Unidos junto a su madre en 2019.
“Este libro empezó con la política del expresidente Donald Trump de separar a las familias en la frontera. Cuando en el 2018 salió en la prensa y en todos lados que estaban separando a las familias, que le quitaban los bebés de los brazos a las mamás y aparecieron esas fotografías terribles con los niños en jaulas, me conmoví profundamente”, señaló la autora.
Esta novela cuenta una historia trágica, pero la he narrado con alegría, porque es también una historia de coraje y bondad. Fue inspirada por las maravillosas personas que trabajan por los demás.
Rápidamente convocó al personal de su fundación, y se dedicó a conocer las historias que padecían los migrantes en la frontera y a hallar maneras de asistir a los más necesitados.
“Por lo general, se piensa en las cifras, o sea, en la cantidad de millones de refugiados. Eso no significa nada hasta que conoces a una persona, sabes su nombre, ves su rostro, escuchas su historia. Y ese es mi trabajo: narrar una historia. A través de mi fundación, me enteré de la historia de una niña como Anita, algo que me partió el alma”, comentó.
Pero esta no es solo una historia sobra la pérdida, sino también sobre la valentía, pues por sus páginas aparecen los trabajadores sociales y los abogados que se desviven por las víctimas. Entre ellos están Selena Durán y Frank Angileri, que personifican a los activistas que abogan por quienes lo necesitan, incluso cuando esa ayuda los pone en el ojo del huracán.
“La otra cara de la infamia son las miles de personas que trabajan para ayudar. Y de eso no se sabe. Los abogados que están trabajando pro-bono en estos casos son un 80 % mujeres. Porque no hay ni gloria ni dinero en eso. Hay compasión, no más”, afirmó.
Las historias de los dos protagonistas se unen de manera inesperada, y logran proponerle al lector no solo un análisis, sobre la pérdida, sino sobre la resiliencia frente a las peores adversidades.
Y es que pese a que en los últimos años la autora se ha dedicado a escribir sobre los horrores más contemporáneos, dice aún considerarse una optimista.
“Tengo 80 años, no voy a alcanzar a ver un cambio fundamental en este mundo, pero yo espero que mis nietos sí. Ellos van a ser los que estén dirigiendo el mundo en 10 años más y tienen otros valores. No están tan agarrados al éxito, a la ambición o al consumo. No tienen tantos prejuicios”, aseguró.