Elecciones. Alejandro Domínguez ocupaba el cargo interino en el organismo por Napout. Ayer en los sufragios fue respaldado.

Los mosquitos reviven la tradicion del palo santo

Son las 17:00 y la intersección de la avenida 15 de Agosto y Paquisha se llena de humo y se impregna de un olor característico: de madera, de cítrico, de algo dulce. Es el palo santo que Alipio Lindao, de 39 años, lleva como muestra para la venta.

Cada día acude a ese sector del centro de Playas con dos triciclos con dos sacos de esta madera (unos 60 paquetes en cada saco), que son repartidos entre su madre Marjorie González y un pariente, José Cruz.

Su misión será vender unos cien sacos durante el invierno, cuando la presencia de los mosquitos se acentúa. Y a propósito de que estos son vectores para los virus del chikunguña, zika y dengue, el negocio se vuelve rentable, pues el madero es utilizado en sahumerios que ahuyentan a estos insectos, además de tener propiedades curativas.

Así lo asegura Juan Yagual Vera, un albañil que alterna su trabajo con el comercio del palo santo en el mercado central. La costumbre la heredó de sus padres María y Simón, cuando la funda costaba 30 centavos de sucre, rememora mientras pica pequeños trozos del madero y habla de sus otras bondades. “Es bueno para hacer pócimas para el dolor de los huesos, cabeza, asma, enfermedades de la piel, problemas estomacales, colesterol... Se hierve un trozo de palo y se toma el agua, que es un poco amarga. También se sahúma los pañales de los bebés para liberarlos de impurezas”.

En el mercado, Marina Rivera, que comercializa productos naturales, señala que el aceite de palo santo es el más vendido para el dolor de huesos. Wilmer Morales, un ejecutivo de ventas, cuenta que acostumbra llevar un trozo de palo santo en su carro porque su agradable aroma lo desestresa y además se da baños con agua del madero para apartar las malas energías y atraer las buenas.

Gerardo, que no da su apellido, dice que el palo santo se lo trae de los bosques secos, de los cerros de Engabao, Engunga y San Antonio, tras jornadas que duran hasta cuatro días. Se recoge solo el que esta caído y seco por muerte natural, y a lomo de burro se lo lleva al pueblo. La recogida se realiza desde octubre hasta diciembre.

Tiendas y comisariatos también se surten de este repelente natural y ancestral.