Muelles, una deuda con las vias fluviales
En un recorrido en bote de 40 kilómetros desde Nobol a Guayaquil, EXPRESO comprobó que los muelles son la gran deuda con las vías fluviales que tiene ese cantón, al igual que Daule, Samborondón, Durán y esta ciudad.
La hacienda San José, de Nobol, atrae a cientos de turistas cada semana. Es la cuna donde nació la santa Narcisa de Jesús y está en la orilla del río Daule, solo a minutos de su iglesia; pero tiene un problema que aqueja a casi toda la ribera: no hay muelle.
En un recorrido en bote de 40 kilómetros desde Nobol a Guayaquil, EXPRESO comprobó que los muelles son la gran deuda con las vías fluviales que tiene ese cantón, al igual que Daule, Samborondón, Durán y esta ciudad, como si se hubieran olvidado de que las bordean varios afluentes.
Es un problema que afecta a todos los niveles sociales. Lo padecen las poblaciones rurales que se asientan a lo largo del Daule, recintos cuyos habitantes se movilizan en canoa a diario; así como suntuosas mansiones que se alzan en la zona de Samborondón, que teniendo posibilidades de adquirir embarcaciones no cuentan con un sitio dónde acoderar; y las urbanizaciones cuyos patios dan al río, para las cuales la movilidad náutica es utopía.
Hubo una época dorada del transporte fluvial. El historiador y director de Cultura de Guayaquil, Melvin Hoyos, recuerda que el apogeo se sitúa en los sesenta. En Guayaquil no solo se navegaba, también se construían embarcaciones; pero una vez que las naves de carga y descarga pasaron al Puerto Marítimo, en el sur, los movimientos sobre el agua simplemente murieron, y con este, desaparecieron los muelles, “porque ya no se necesitaban”. Solo a lo largo del malecón había 27, que se redujeron a 3. También influyó el hecho de que la movilidad pasó del río a las vías terrestres, precisa.
“A inicios de los noventa, el río se quedó pelado y se convirtieron en restaurantes los pocos muelles que quedaban, uno de esos fue el muelle 5, a la altura de la calle Tomás Martínez, que también desapareció porque en ese entonces era una zona peligrosa. Este panorama cambió cuando se construyó el proyecto Malecón 2000”, describe el funcionario.
Sin embargo, aquello de que el río se quedó pelado no es del todo exacto. Según el comandante Johnny Correa, capitán de fragata de la Dirección de Espacios Acuáticos, un total de 21.094 embarcaciones mantienen una actividad permanente y con papeles en regla sobre el afluente de la cuenca del Guayas. Se cuentan allí desde barcos grandes hasta pequeñas embarcaciones.
La problemática de la falta de muelles se siente mucho más en Nobol. En la hacienda San José, por ejemplo, las canoas o los botes improvisan paraderos como pueden: tiran una soga y la amarran sobre los hierros oxidados de las construcciones, se aproximan a la orilla, bajan al vuelo o se suben a otra embarcación que esté más próxima para hacer menos incómodo el arribo de turistas.
En invierno el panorama se complica. Al no tener una infraestructura para acoderar, una alfombra de fango recibe a los visitantes. Pasa allí y en otros sectores de ese afluente.
En el recinto Arenal, a pocos kilómetros de Nobol, todos los días Rosario López debe bajar una maltrecha escalera de tablas, halar una soga, acercar su canoa e intentar no caerse. Pasa ya de los 60. El viaje solo para cruzar al Arenal y de allí ir por tierra al centro del cantón dura media hora. “Es peor con la marea alta, todos nosotros hemos pedido al Municipio que nos construya muelles, pero no lo han hecho”.
Como ella, cientos de habitantes de recintos como Caña Fístola, Puente Lucía, El Pantanal, La Estancada, padecen de la falta de estructuras a las orillas del río. Son ciudadanos que únicamente tienen esa opción para acercarse a otras zonas.
En el Municipio de Daule no hay respuesta sobre esta necesidad. Juan Carlos Farías Delgado, director de Obras Públicas, explica que esto es competencia del Consejo Provincial, que maneja la parte rural. Daule construye hoy un malecón. Dentro de un mes, cuando la primera etapa de esa obra esté completa, frente a la catedral Señor de los Milagros, estará listo el primer muelle municipal y prevé recibir a las canoas a motor u otros tipos de embarcaciones privadas, precisó. Adelantó también que en la segunda etapa se construirá otro muelle.
Más adelante, en Samborondón, muchas urbanizaciones carecen de estructuras que dan a la ribera. Hay tres conocidos, en la zona, dos privados, uno en Mocolí, otro en La Puntilla, y otro público en el Parque Histórico, a cargo de Inmobiliar, pero que hoy solo está utilizado por dos empresas turísticas.
En cuanto a Guayaquil urbano, como es sabido, existen muelles privados y concesionados, y solo uno municipal, el de Caraguay. Cuando se construyó el malecón 2000, el Yacht Club, que tiene allí 90 años, contaba con un total de 40 zonas de acoderamiento a lo largo de la ribera que comprende su terreno, pero fueron retirados para construir el paso peatonal de madera que ahora está en la zona, recuerda Santiago Lladó, comodoro de la entidad.
Alrededor de 40 embarcaciones privadas que llegaban al Yacht debieron trasladarse a la sede en Puerto Azul, comprada a propósito de este cambio. “Antes había parrilladas, se paseaba por el malecón. Hoy no hay dónde acoderar, lo que es lamentable, porque los muelles en las riberas atraen el turismo. Para un velerista que llega, sería mucho mejor entrar al malecón, y no llegar a Puerto Azul para de allí, en tierra, ir al centro”, observa.
Pero eso es imposible. Ese muelle es solo de uso de la Marina. Allí acodera el Buque Escuela Guayas y recientemente se amplió para embarcaciones internacionales. Sobre este punto, la administración de Fundación Malecón 2000 ha sido enfática al recordar que “cualquier operador de turismo y/o embarcación privada que requiera y desee hacer uso de los muelles que hoy funcionan en el lugar, puede hacerlo solicitándolo de forma formal a la entidad”.
El magíster en Planificación Urbana y Regional, Luis Alfonso Saltos, refiere que este es un tema de competencia compartida entre cabildos y autoridades portuarias.
El doctor en Ingeniería Marítima Hugo Tobar, hace una lectura mucho más crítica: “En esta zona del país se mató al transporte fluvial de una forma ignorante. Tenemos la mejor red de vías náuticas y no las utilizamos. No habrá muelles ni vida en el río, si no existe decisión política”.