Logro. El aventurero ibérico Roberto Fernández sostiene su bicicleta en la Plaza Roja de Moscú, tras solo minutos de culminar su extenso recorrido que inició en España.

Un mundial sobre ruedas

El español Roberto Fernández, de 31 años , viajó durante dos meses y medio en bicicleta desde Valencia a Moscú para vivir la gesta ecuménica del fútbol. Le contó A expreso su travesía

Roberto Fernández se acaricia su barba desaliñada, posa con varios hinchas y pregunta por la Plaza Roja. Solo quiere llegar al conocido punto de la capital rusa, fotografiarse allí como símbolo de victoria y descansar. “Acabo de llegar, sentí que ya estaba cerca y me he puesto a llorar. Ha sido una sensación extraña, no me había pasado antes, un sentimiento de plenitud”.

Se baja de su bicicleta entre los cientos de fanáticos y se dirige, escoltado por Diario EXPRESO, hacia su objetivo. Después de dos meses y medio viajando sobre dos ruedas para llegar al Mundial desde Valencia, España, somos el primer medio que lo recibe. Sonríe, cuenta sus anécdotas y saluda a cada fanático. Es que ya está frente a los imperiales monumentos con los que soñó durante la larga travesía que inició el 2 de abril en la ciudad mediterránea y finalizó el domingo 17, con dos días de retraso, en Moscú.

Es licenciado y especializado en tratamiento de aguas residuales, por la Universidad de Valladolid, pero la precariedad de su situación laboral le hizo abandonar su empleo. Y por eso hace un año comenzó con los viajes en bicicleta. Primero Berlín-Valencia (3.000 kilómetros), después Valencia-Roma (2.000 kilómetros) y ahora Moscú, regresando a casa entre uno y otro.

“Prefiero ser un loco viajero que un trabajador encerrado”, argumenta, mientras abraza a un fanático colombiano con la camiseta de Falcao, a las puertas de un supermercado donde ha llegado para abrir unas cervezas, “la gasolina del viajero”. Llevaba años queriendo llegar a Rusia, y por eso se emociona. Más en un evento de estas características, porque lo entiende como una manera de “devolver la hospitalidad”. Lo hará dando abrazos gratis, algo que “sube el pico de felicidad de la gente aunque parezca una tontería”.

Junto a su ilusión, han viajado con él 73 kilos de equipaje, comida, regalos y banderas. Muchas banderas que cuelgan de la parte trasera de su vehículo como trofeo de cada uno de los diez países que recorrió. No es un fanático ferviente, aunque sí jugó hasta los 25 años en equipos locales de su ciudad. Ni siquiera tiene entradas. “¿Conseguiré, no?”, pregunta con una sonrisa.

La realidad es que difícilmente lo hará, ya que no ha oído hablar del FanID, una especie de pasaporte de hincha indispensable para los fanáticos y que, por supuesto, no tiene. “Pues al FanFest, que seguro hay ambiente”, razona, sin darle mayor importancia, así como cuando en Polonia, por ejemplo, se le rompieron los radios de la llanta en tres ocasiones, fue timado en dos tiendas de reparación y, cuando ya se dirigía a Lituania, un camión lo sacó de la calzada y pinchó una llanta. “Me senté en un costado y lloré. Pensé que no merecía la pena seguir”.

Abrió una caja de plástico que porta en la parte delantera de su bici, cambiada durante el trayecto, buscó entre el arroz desperdigado, la pasta y el cacao, que también se le regó, y encontró unos frutos secos. Poca comida más tiene debido a su corto presupuesto por mes. Recuperó fuerzas, encontró un lugar donde “plantar” la tienda de campaña y descansó para reiniciar el viaje al día siguiente. Es vegetariano y tiene tres premisas: no ir a restaurantes, no pagar por dormir y no pagar por agua. Así logró llegar hasta Letonia después de 70 días de viaje, a una media de unos 100 kilómetros al día hasta completar los 6.000 totales, más allá de alguna zona de descanso en ciudades en las que conoció gente y “alguna que otra chica”. Su último punto antes de arribar a la capital moscovita fue la frontera con Letonia, a donde llegó el jueves 14 a las 22:30. Su visado iniciaba el 15, por lo que tuvo que esperar unos minutos. En cuanto a la seguridad, solucionado. “La verdad, el proceso de ingreso fue muy poco estricto. Había seis casetas de pasaporte, un policía me preguntó cómo me pagaba las cosas y omití un poco la realidad, digamos”.

“Voy a coger el tren directo”, le mintió, y puso la dirección falsa de una amiga imaginaria. “Coló”, dice riéndose ahora, apurando la segunda cerveza rusa que se bebió sediento. Otro abrazo, esta vez de un niño ruso que le obsequia unas galletas. “Qué subidón, tío. Tenemos que dar nuestro tiempo para que la gente sea feliz. Ese es mi pensamiento. Una de las cosas que hago es dar energía. Y la gente me recibe con gusto, me apoyan y me ayudan con algo de dinero”.

Ahora tiene por delante un mes para moverse por el país. No pierde la esperanza de poder entrar a algún estadio y también quiere llegar a San Petersburgo en algún momento. Para la “semi de España”, desea, porque la final la tiene más complicada. Su visado terminará el 14 de julio, ya que se confundió de fecha y debe salir del país para regresar a Valencia y generar dinero para volver a viajar. “La multa solo es de 1.500 rublos”, le explica un moscovita. “Ah, entonces la pago y me quedo a la final, jod...”.

Aventurero

Matías, en otra gesta ecuménica

Sobre dos ruedas también llegó a Rusia Matías Amaya, un argentino de San Juan. Su pasión son los viajes, no tanto el fútbol, ya que lleva a bordo de Libertad, la bicicleta que sus padres le regalaron, casi seis años. Inició su recorrido a finales de 2012, conoció media Sudamérica y su historia se hizo conocida al cruzarse en el camino del Mundial Brasil 2014. Continuó ascendiendo hasta Centroamérica antes de viajar en avión a Madrid. Desde allá, cumplió tres años más viajando por Europa, algo que no estaba en sus planes, y de nuevo tomó como excusa el Mundial para ‘desembarcar’ en Moscú para una nueva cita futbolística. En las carreteras también conoció a Roberto. Hoy son buenos amigos y se reencontrarán para festejar sus respectivos logros.

Grupo B

La Roja frente al muro iraní

España busca el primer triunfo con Fernando Hierro como seleccionador, tras las buenas sensaciones futbolísticas del estreno en el Mundial 2018 contra Portugal, ante una Irán que lidera el grupo y cree en el milagro desde un muro que tendrá que derrumbar la Roja, necesitada de goles. David De Gea fue ratificado como titular en los tres palos.

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