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Jorge Glas y Rafael Correa fueron sentenciados por la Justicia ecuatoriana. El exvicepresidente fue capturado y está en La Roca y el expresidente reside en Bélgica.
Jorge Glas y Rafael Correa fueron sentenciados por la Justicia ecuatoriana. El exvicepresidente fue capturado y está en La Roca y el expresidente reside en Bélgica.Foto: Flickr Presidencia

El mundo y Ecuador viven el apogeo de la era de impunidad

Análisis | El exministro británico Miliband definió así a esta etapa de la vida moderna, convertida en categoría política

Haber sido condenado por la justicia por corrupción o hasta por crímenes de lesa humanidad ya no parece ser un problema para quienes les interesa ser o seguir siendo actores políticos. Tampoco lo es haber tenido conductas condenables que no merecieron una sentencia del sistema judicial, pero que son de conocimiento público. En ninguno de los casos opera, siquiera, la condena social. 

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Los políticos y las conductas condenables

En el primer grupo está, como ejemplo, el caso de Vinicio Alvarado o Rafael Correa que, a pesar de haber sido condenados por la justicia, siguen haciendo una vida normal fuera del país.

Correa sigue ejerciendo un liderazgo político en el Ecuador y aparece en foros y conferencias en muchos lugares del mundo, mientras que Vinicio Alvarado, en cambio, posa junto a la candidata presidencial de su movimiento, Luisa González, a pesar de haber participado en el esquema de sobornos por el que fue condenado a ocho años de prisión.

Otro ejemplo de este fenómeno es el de José Serrano, quien aparece casi a diario en medios de comunicación y en audiencias de la Asamblea como si se tratara de un honesto experto en seguridad. Serrano aparece, en efecto, como analista, aunque él mismo reconoció en 2018 haber tenido una conversación con el entonces prófugo Carlos Pólit, excontralor 100/100 del correato, para echar abajo a un fiscal. En ese entonces, Serrano era presidente de la Asamblea y fue echado del cargo por aquello.

Ejemplos sobran: Xavier Jordán quiere que los medios no hablen de él como “prófugo de la justicia” porque dice no tener sentencia ejecutoriada en su contra, cuando tiene que explicar a los jueces su aparición en los chats de narcotraficantes.

A la presidenta de la Asamblea, Viviana Veloz, no parece importarle no explicarle al país las razones por las que pidió a su abogado que solicite que se le borre su pasado judicial. A la Asamblea ni al Gobierno tampoco les importó un pito.

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Este fenómeno no es exclusivo del Ecuador. Ocurre en casi todo el mundo e incluso con autoritarios como Vladimir Putin o Nicolás Maduro que, a pesar de estar procesados por la Corte Internacional Penal de La Haya, hacen y deshacen en sus países. Es más, gozan de la admiración de la boba izquierda mundial, especialmente de la hispanoamericana. 

Ni siquiera España se salva: el rey emérito tiene recursos inescrutables y nada pasa. Lo mismo con el independentista catalán Carles Puigdemont que, pese a que está prófugo de la justicia por haber roto la Constitución, recibe la visita de los dirigentes del gobierno español que viajan tranquilamente a Waterloo a negociar con él. 

Petro y su acercamiento con un criminal

En Colombia hay un caso extraordinario que explotó hace pocos días: el presidente Gustavo Petro organizó un mitin político al que invitó a uno de los criminales más siniestros de la historia de ese país, el exparamilitar Salvatore Mancuso. 

El presidente lo abrazó e intercambió sombreros con Mancuso a quien lo nombró “gestor de paz”. Mancuso fue extraditado a EE.UU., donde pagó una pena de 15 años por narcotráfico, pero no ha pasado ni un día en prisión en Colombia donde tiene una sentencia por haber cometido más de 4.071 crímenes que dejaron 6.552 víctimas en todo el país. 

Algunos hablan de 75 mil crímenes. Pero Petro, lo abraza, le sonríe e intercambia sombreros con el asesino. Y no pasa nada. También puede encajar en esta lista el expresidente y ahora candidato a la Presidencia de los EE.UU., quien alentó el 6 de enero de 2021 a una multitud a atacar el Congreso de su país para tratar de desconocer el resultado de las elecciones en las que perdió la presidencia con Joe Biden.

¿Por qué la era de la impunidad?

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Lo que vive el mundo es lo que el exministro británico de Asuntos Exteriores, David Miliband, definió, en un discurso en 2019, como “la era de la impunidad”. Una definición que se ha convertido ya en una categoría política a la que la academia y a la prensa del mundo le dedican un importante espacio.

Miliband dijo en ese discurso que la era de la impunidad consiste en que “quienes participan en conflictos en todo el mundo -y son muchos- creen que pueden salir impunes de cualquier cosa, incluido el asesinato, sean cuales sean las reglas y las normas. Y como pueden salirse con la suya, hacen de todo”.

Según el exministro inglés, cuando los gobiernos abandonan el compromiso de rendir cuentas en el ámbito nacional, dejan de sentirse obligados a insistir en él en el ámbito internacional. No es casualidad, como señaló Miliband, que bajo la presidencia de Trump, Estados Unidos “haya eliminado de sus prioridades políticas la promoción de los derechos humanos en todo el mundo”. 

La victimización con el lawfare

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Quizá por ser esta la era de la impunidad, es que el concepto de “lawfare” con el que se cubren los políticos corruptos de hispanoamérica ha logrado internacionalizarse tanto y tan bien. 

Lawfare es la supuesta persecución de la derecha a los líderes progresistas. No importa lo que hayan hecho, el lawfare lo explica todo. Precisamente estos últimos días, al expresidente de Bolivia le inician un proceso de pedofilia y el Grupo de Puebla sale a gritar “¡lawfare!”, sin siquiera escuchar a una de las supuestas víctimas. 

El lawfare, de hecho, es una categoría en el discurso político de quienes no han hecho sino sacarle provecho a la impunidad.

La impunidad, lo dijo Miliband, es consecuencia de lo que él llama la “recesión democrática”. Y ahí está metido, con mucho mérito, el Ecuador.

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